Ciencia y Religión: ¿conflicto o cooperación? (II) Juan José Tamayo: "¿Qué ciencia? ¿Qué religión? ¿Qué Dios?"

El árbol de la ciencia
El árbol de la ciencia

Ciencia y religión son, a su vez, distintas formas de acercamiento a la realidad, que no tienen por qué competir ni excluirse la una a la otra

¿Qué Dios? No el todopoderoso y supremacista, que defienden los fundamentalistas seguidores de Trump y Bolsonaro, sino el Dios liberador, compasivo con quienes sufren y solidario con las víctimas

En el artículo anterior analicé los diferentes modelos de relación entre ciencia y religión. Me centraba en el de la incompatibilidad entre ambas y terminaba refiriéndome al del diálogo y la cooperación, que defiendo aquí e intento razonar a continuación. Ciencia y religión han ejercido una gran influencia en la marcha de la humanidad y en la manera de entender y relacionarse con la naturaleza, unas veces positiva y otras, no tanto.Son fenómenos culturales presentes en la historia de la humanidad en permanente interacción desde sus albores hasta nuestros días, unas veces en conflicto y otras en cooperación.

Sirva el testimonio de dos científicos de reconocido prestigio como aval de lo que acabo de decir. El primero es el del matemático y filósofo norteamericano Alfred N. Whitehead (1861-1941) en su obra ya clásica La Ciencia y el Mundo Moderno, donde escribe:

“Si tenemos en cuenta lo que para la especie humana es la religión y lo que es la ciencia, no habrá exageración en decir que el curso futuro de la historia depende de la decisión de esta generación decida en orden a las relaciones entre ambas esferas. Tenemos en ellas las dos fuerzas generales más poderosas (prescindiendo de los meros impulsos de los diversos sentidos) que influyen en los hombres (sic) en y parecen estar dispuestas una contra la otra: la fuerza de nuestras intuiciones religiosas y la fuerza de nuestro impulso a la observación exacta y a la deducción lógica”. 

El segundo corresponde a Edward O. Wilson, biólogo creador de la sociobiología y padre del concepto “biodiversidad”:

“La ciencia y la religión son las dos fuerzas más poderosas del mundo. Hago un ruego a las personas religiosas. En mi próximo libro, La creación, les pido que dejen de lado sus diferencias con los laicos y los científicos materialistas como yo y se unan a nosotros para salvar a la naturaleza amenazada por el ser humano mismo. La naturaleza es sagrada para ambos”.

Wilson se declara “deísta provisional” y “humanista laico”, reconoce la relación directa entre la selección natural y el sentimiento religioso y defiende la compatibilidad entre la aceptación de la teoría de la evolución y el ser religioso. Lo que la religión dice siempre a la gente es que sobreviva, “y ese es un principio básico de la selección natural. La religión estimula la mente y anima al ser humano a superar las dificultades, unirse a otros individuos y comportarse de forma altruista por el bien del grupo”.

En su obra La creación. Salvemos la vida en la tierra, escrita en forma de carta dirigida a un pastor bautista, llama la atención sobre las consecuencias funestas para la humanidad y la naturaleza de fenómenos como la contaminación, el calentamiento global y la pérdida de la diversidad biológica, y hace un nuevo llamamiento a la ciencia y a la religión para que actúen conjuntamente en la resolución de los más graves problemas del nuevo siglo.

Momentos privilegiados de relación armónica entre filosofía, ciencia y religión fueron la antigüedad griega, los autores cristianos de los primeros siglos de la historia del cristianismo y los momentos de mayor esplendor del islam con los encuentros entre filósofos, científicos, teólogos, juristas, durante el “paradigma Córdoba”, precursor del Renacimiento europeo, etc. 

Dios, ¿contra la ciencia?
Dios, ¿contra la ciencia?

Ciencia y religión son, a su vez, distintas formas de acercamiento a la realidad, que no tienen por qué competir ni excluirse la una a la otra. Son sistemas sociales complejos que tienen su propia metodología, agrupan diferentes experiencias individuales y colectivas y dan lugar a dos tipos de comunidades humanas con sus diferentes patrones de comportamiento y sus códigos de comunicación: la comunidad religiosa y la comunidad científica en interacción con la sociedad. 

Respuesta a los problemas y desafíos de nuestro tiempo

Ninguna de las dos comunidades puede ni debe recluirse en su propio caparazón haciendo oídos sordos a las inquietudes, problemas y desafíos del mundo en que viven. He aquí algunos: dialéctica pobreza-riqueza, crecimiento económico-retroceso ético, degradación del medio ambiente-ecología, guerra-paz, patriarcado-liberación de la mujer-diversidad sexual, armamento nuclear-desarme, globalización-alterglobalización, Norte global-Sur global, etc.

Ambas tienen responsabilidades irrenunciables en la respuesta a dichos  problemas, muchos de ellos provocados por sus propias comunidades, como el mal uso de la energía nuclear o las guerras de religiones. La colaboración en estos temas es hoy  más necesaria que nunca. De su implicación en la respuesta a los problemas citados y a otros muchos que afectan a la humanidad depende en buena medida su prestigio o desprestigio, relevancia o irrelevancia, credibilidad o pérdida de la misma. Depende, en definitiva, el futuro de la humanidad y del planeta, según se guíen por la justicia o la barbarie, la cooperación o la competitividad, la solidaridad o el darwinismo social, el cuidado de la casa común o su maltrato.

A mi juicio, el modelo correcto de relación entre ciencia y religión tiene que ser el de la colaboración crítico-constructiva cada una desde su propia esfera abandonando  todo intento de absolutización, ya que ninguna puede presumir de tener el mapa completo de la verdad y la visión de la realidad en exclusiva. La religión debe dejarse iluminar por los conocimientos de la ciencia; la teología ha de tener en cuenta las aportaciones científicas. La ciencia, a su vez, puede verse enriquecida con el ethos de la compasión, la apertura al misterio y a la trascendencia,  que ofrece la religión.

¿Qué ciencia? ¿Qué religión? ¿Qué Dios?

Pero, ¿qué ciencia? No la arrogante y aristocrática que selecciona a quienes tiene que curar en función de sus posibilidades económicas, sino la que está al servicio de la salud y el bienestar de toda la ciudadanía, especialmente de las personas y los colectivos más vulnerables. ¿Qué religión? No la dogmática, autoritaria y patriarcal, sino la que escucha el grito de las personas empobrecidas y de la tierra depredada y responde con  actitud solidaria hacia las víctimas. ¿Qué Dios? No el todopoderoso y supremacista, que defienden los fundamentalistas seguidores de Trump y Bolsonaro, sino el Dios liberador, compasivo con quienes sufren y solidario con las víctimas, “el Dios activista de los derechos humanos, el subalterno que se enfrenta al Dios invocado por los opresores”, según la imagen del científico social  Boaventura de Sousa Santos en su libro Si Dios fuese un activista de los derechos humanos.

Bolsonaro, con evangélicos
Bolsonaro, con evangélicos

En la novela de Albert Camus, La peste, tras los permanentes desencuentros entre el jesuita Paneloux y el doctor Bernard Rieux durante la epidemia que azotó con gran severidad la ciudad argelina de Orán, el doctor Rieux le dice al jesuita: “Estamos trabajando juntos por algo que nos une más que las blasfemias y las plegarias. Esto es lo único importante... lo que yo odio es la muerte y el mal, usted bien lo sabe. Y quiéralo o no, estamos juntos para sufrirlo y combatirlo”.

Esa es, creo, la función de la ciencia y de la religión en esta pandemia y… después. El trabajo solidario de ambas puede salvar a la humanidad de esta y otras tragedias. La guerra entre ellas costará todavía más vidas humanas que las producidas por la pobreza, como sucede en todas las guerras. Sería un gravísimo error y una irresponsabilidad mayor sustituir las guerras de religiones, que deberíamos dar por  finalizadas, por las guerras entre la ciencia y la fe religiosa.

Como hizo el doctor Rieux, al terminar la peste en la ciudad de Orán, donde ejercía como médico, la ciencia y la religión no deben callar, sino “testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: en el ser humano hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

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