Conociendo el compendio de Doctrina Social de la Iglesia I

Vamos a iniciarnos en la lectura y reflexión de este compendio de la doctrina social de la Iglesia. Hoy trataremos de acercarnos a la introducción del documento. Bajo el título: “Un humanismo integral y solidario” encontramos 4 apartados. En el primero de ellos: “Al alba del tercer milenio”, no olvidemos que este compendio se presentó el 2 de abril del 2004, memoria de S. Francisco de Paula, la Iglesia hace una declaración de intenciones:
“La Iglesia, pueblo peregrino, se adentra en el tercer milenio de la era cristiana guiada por Cristo, el «gran Pastor»: Él es la Puerta Santa que hemos cruzado durante el Gran Jubileo del año 2000. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida: contemplando el Rostro del Señor, confirmamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, único Salvador y fin de la historia.”

La Iglesia sigue interpelando a todos los pueblos y a todas las Naciones, porque sólo en el nombre de Cristo se da al hombre la salvación.
En esta alba del tercer milenio, la Iglesia no se cansa de anunciar el Evangelio que dona salvación y libertad auténtica también en las cosas temporales, recordando la solemne recomendación dirigida por San Pablo a su discípulo Timoteo: «Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio»
A los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sus compañeros de viaje, la Iglesia ofrece también su doctrina social. La Iglesia habla con libertad como Madre y Maestra para sus hijos y para quienes deseen escuchar sus palabras. Vivimos en una sociedad que paradójicamente quiere relegar a la Iglesia a las sacristías, eliminarla de la plaza pública pero que luego se hace eco de lo que la Iglesia enseña a sus hijos.
Continúa diciéndonos: Descubriéndose amado por Dios, el hombre comprende la propia dignidad trascendente, aprende a no contentarse consigo mismo y a salir al encuentro del otro en una red de relaciones cada vez más auténticamente humanas. Estas palabras expresan el humanismo cristiano al que hacía referencia el título de esta introducción del compendio sobre moral social. La Iglesia está a favor de lo humano, como no podría ser de otra manera. Pero defiende la Verdad del hombre y la mujer como creación de un Dios misericordioso frente a un humanismo ateo que abandona al ser humano a una orfandad que le priva de sentido. ¿Qué es el hombre sin Dios? ¿Un superhombre como decía Nietzsche? Sin embargo observamos la fragilidad de nuestra realidad, somos un suspiro, frágiles, aquí estamos de paso… ¿Qué es el hombre sin Dios? ¿Vacío y nada como decía el filósofo ateo Sartre? Efectivamente sin Dios el hombre pierde su horizonte vital, pierde su historia y su destino.


2. El humanismo cristiano afirma como esta hermosa canción de Brotes de Olivo que Dios es el Pilar de la existencia del ser humano. El Pilar sobre el que la existencia cobra sentido y dirección. Frente a las filosofías ateas que nacieron en el siglo XIX e influyeron notablemente en el devenir de Europa, el cristianismo sigue teniendo en este tercer milenio una palabra que ofrecer al hombre y la mujer de nuestro tiempo: NO ES VERDAD que el destino del ser humano es el nihilismo, es la nada. El ser humano ha sido creado por amor, es sostenido por amor y su destino es la plena comunión con el Amor de los amores, con el Señor de la vida que por cierto, como proclamábamos el pasado domingo en la eucaristía: “no es un Dios de muertos, sino de vivos. Porque para Él TODOS ESTÁN VIVOS”. Así lo sigue afirmando este hermoso documento: “El amor tiene por delante un vasto trabajo al que la Iglesia quiere contribuir también con su doctrina social, que concierne a todo el hombre y se dirige a todos los hombres”.

No podemos dejar de leer literalmente estas palabras que bien expresan la esencia de la doctrina social de la Iglesia: Existen muchos hermanos necesitados que esperan ayuda, muchos oprimidos que esperan justicia, muchos desocupados que esperan trabajo, muchos pueblos que esperan respeto: «¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quién está condenado al analfabetismo; quién carece de la asistencia médica más elemental; quién no tiene techo donde cobijarse? El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social... ¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitables y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños?»

Son palabras estas últimas de S. Juan Pablo II en su Carta apostólica “Novo millennio ineunte” en los números 50-51 que el Papa escribió al concluir el gran jubileo del 2000 y que, por supuesto invitamos a releer a todos nuestros oyentes.

El final de este primer apartado concluye con estas palabras:
“El amor cristiano impulsa a la denuncia, a la propuesta y al compromiso con proyección cultural y social, a una laboriosidad eficaz, que apremia a cuantos sienten en su corazón una sincera preocupación por la suerte del hombre a ofrecer su propia contribución. La humanidad comprende cada vez con mayor claridad que se halla ligada por un destino único que exige asumir la responsabilidad en común, inspirada por un humanismo integral y solidario”

Hermosas palabras estas que nos recuerdan a los católicos que hemos de salir de nuestras instalaciones y de un cristianismo acomodado y desencarnado… el amor cristiano impulsa a la denuncia, a la propuesta y al compromiso.
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