Dios nos llama por el nombre...
Proclamamos en el evangelio de esta tarde de martes de la octava de pascua:
"En aquel tiempo, estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
– «Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contesta:
– «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
– «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
– «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
– «¡María!».
Ella se vuelve y le dice:
– «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!».
Jesús le dice:
– «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María Magdalena fue y anunció a los discípulos:
– «He visto al Señor y ha dicho esto»."
Jn 20, 11-18
Excepcional el encuentro personal del Resucitado con María... incluso en este momento Dios rompe el prejuicio humano del momento y cultura predominante donde el testimonio de una mujer no era tenido en cuenta... Cristo se aparece a una mujer y le da un encargo de ser testigo, le devuelve la dignidad robada desde generaciones por el hecho de ser mujer.
La resurrección lo hace todo nuevo, transforma el corazón y la mente de quien acoge este misterio: ¡Cristo está vivo, ha resucitado!
Personalmente siempre me ha tocado muy hondo el momento en que el resucitado llama por su nombre a María... Dios nos conoce por nuestro nombre, conoce nuestra más íntima intimidad... nuestro nombre pronunciado en la voz de Dios nos hace criaturas nuevas.... María... Maestro, le contesta.
Me recuerda el momento en que Jesús mismo se identifica con el buen pastor que sus ovejas conocen y que Él las llama por su nombre... ¡Qué hermoso saberse llamado por Dios! Llamar a alguien por su nombre es darle la dignidad que se merece, es reconocer su unicidad, es realzar su identidad única e irrepetible... María... que bien podríamos poner nuestro propio nombre cada uno de nosotros...
Llámame Señor por mi nombre, hazme sentir tu abrazo y caricia.
"En aquel tiempo, estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
– «Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contesta:
– «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
– «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
– «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
– «¡María!».
Ella se vuelve y le dice:
– «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!».
Jesús le dice:
– «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María Magdalena fue y anunció a los discípulos:
– «He visto al Señor y ha dicho esto»."
Jn 20, 11-18
Excepcional el encuentro personal del Resucitado con María... incluso en este momento Dios rompe el prejuicio humano del momento y cultura predominante donde el testimonio de una mujer no era tenido en cuenta... Cristo se aparece a una mujer y le da un encargo de ser testigo, le devuelve la dignidad robada desde generaciones por el hecho de ser mujer.
La resurrección lo hace todo nuevo, transforma el corazón y la mente de quien acoge este misterio: ¡Cristo está vivo, ha resucitado!
Personalmente siempre me ha tocado muy hondo el momento en que el resucitado llama por su nombre a María... Dios nos conoce por nuestro nombre, conoce nuestra más íntima intimidad... nuestro nombre pronunciado en la voz de Dios nos hace criaturas nuevas.... María... Maestro, le contesta.
Me recuerda el momento en que Jesús mismo se identifica con el buen pastor que sus ovejas conocen y que Él las llama por su nombre... ¡Qué hermoso saberse llamado por Dios! Llamar a alguien por su nombre es darle la dignidad que se merece, es reconocer su unicidad, es realzar su identidad única e irrepetible... María... que bien podríamos poner nuestro propio nombre cada uno de nosotros...
Llámame Señor por mi nombre, hazme sentir tu abrazo y caricia.