Novena a la Inmaculada. Mi reflexión 7º día
SÉPTIMO DÍA de la novena
6 de diciembre. María, refugio y fortaleza nuestra
“Consolad, consolad a mi pueblo”, así empezaba la primera lectura del profeta Isaías que acabamos de escuchar. Son palabras que muestran la profunda misericordia y ternura del corazón de Dios que no queda indiferente ante el dolor y sufrimiento de su pueblo… “Habladle al corazón, gritadle que está pagado su crimen..” Nuestro Dios es un Dios compasivo que siempre está dispuesto a perdonar y a sanar nuestras heridas. El pasado domingo escuchábamos en el evangelio de Mateo la llamada a ir al desierto a escuchar la voz que clama invitando a preparar el camino del Señor… una llamada que nos llevaba a lo más profundo de nuestro corazón para disponerlo al encuentro con la ternura de Dios. Dios desea hablarle al corazón del ser humano, Dios nos se cruza de brazos ajeno a la realidad de la humanidad, lo humano no le deja indiferente. Dios sale al encuentro del hombre con brazos abiertos y deseos de colmarnos de paz y sentido.
“Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían”.
La imagen del pastor bueno aparece a lo largo de toda la Escritura identificada a Dios mismo. En el evangelio el mismo Jesús se identifica con esta imagen cuando afirma: “Yo soy el buen pastor que da la vida por sus ovejas…” refiriéndose a su muerte redentora y salvífica.
Pero hay dos formas de pastorear, dos formas de ser pastores: el asalariado y el buen pastor. El primero se sirve de sus ovejas, el segundo LAS SIRVE. El primero no se implica con las ovejas, no son suyas, no hay necesariamente una relación de amor y reconocimiento solo es un medio para subsistir. El segundo conoce a cada una de sus ovejas POR SU NOMBRE. El primero sale huyendo si el rebaño es atacado por una manada de lobos, el segundo es capaz de defenderlas y no duda incluso en DAR LA VIDA por ellas. El primero no le preocupa si alguna se pierde o se enferma, el buen pastor sufre con quien sufre y es capaz de prescindir de sus comodidades y salir al encuentro de la perdida.
María participa de los mismos sentimientos que su hijo, se preocupa de quienes sufren necesidad. En las bodas de Caná es ella la que se percata de una necesidad de los novios y movida a compasión intercede por ellos hablándole a su hijo. María participa del cuidado del rebaño de su hijo, se preocupa por nosotros, intercede por nuestras necesidades, acaricia nuestras dolores y trata de curar nuestras heridas… María tampoco se mantiene al margen de lo que le ocurra a su pueblo, María se complica la vida e intercede incansablemente por nosotros. María se preocupa y se ocupa de sus hijos, María es madre de la Iglesia, salud de los enfermos, fuente de sabiduría, refugio de los pecadores… María participa del pastoreo de su Hijo. María conoce los sentimientos del corazón de su Hijo y, por ello, se mueve a compasión. A ella, auxilio de los cristianos y madre amantísima, nos encomendamos a nosotros y a los nuestros, especialmente a los que más sufren.
6 de diciembre. María, refugio y fortaleza nuestra
“Consolad, consolad a mi pueblo”, así empezaba la primera lectura del profeta Isaías que acabamos de escuchar. Son palabras que muestran la profunda misericordia y ternura del corazón de Dios que no queda indiferente ante el dolor y sufrimiento de su pueblo… “Habladle al corazón, gritadle que está pagado su crimen..” Nuestro Dios es un Dios compasivo que siempre está dispuesto a perdonar y a sanar nuestras heridas. El pasado domingo escuchábamos en el evangelio de Mateo la llamada a ir al desierto a escuchar la voz que clama invitando a preparar el camino del Señor… una llamada que nos llevaba a lo más profundo de nuestro corazón para disponerlo al encuentro con la ternura de Dios. Dios desea hablarle al corazón del ser humano, Dios nos se cruza de brazos ajeno a la realidad de la humanidad, lo humano no le deja indiferente. Dios sale al encuentro del hombre con brazos abiertos y deseos de colmarnos de paz y sentido.
“Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían”.
La imagen del pastor bueno aparece a lo largo de toda la Escritura identificada a Dios mismo. En el evangelio el mismo Jesús se identifica con esta imagen cuando afirma: “Yo soy el buen pastor que da la vida por sus ovejas…” refiriéndose a su muerte redentora y salvífica.
Pero hay dos formas de pastorear, dos formas de ser pastores: el asalariado y el buen pastor. El primero se sirve de sus ovejas, el segundo LAS SIRVE. El primero no se implica con las ovejas, no son suyas, no hay necesariamente una relación de amor y reconocimiento solo es un medio para subsistir. El segundo conoce a cada una de sus ovejas POR SU NOMBRE. El primero sale huyendo si el rebaño es atacado por una manada de lobos, el segundo es capaz de defenderlas y no duda incluso en DAR LA VIDA por ellas. El primero no le preocupa si alguna se pierde o se enferma, el buen pastor sufre con quien sufre y es capaz de prescindir de sus comodidades y salir al encuentro de la perdida.
María participa de los mismos sentimientos que su hijo, se preocupa de quienes sufren necesidad. En las bodas de Caná es ella la que se percata de una necesidad de los novios y movida a compasión intercede por ellos hablándole a su hijo. María participa del cuidado del rebaño de su hijo, se preocupa por nosotros, intercede por nuestras necesidades, acaricia nuestras dolores y trata de curar nuestras heridas… María tampoco se mantiene al margen de lo que le ocurra a su pueblo, María se complica la vida e intercede incansablemente por nosotros. María se preocupa y se ocupa de sus hijos, María es madre de la Iglesia, salud de los enfermos, fuente de sabiduría, refugio de los pecadores… María participa del pastoreo de su Hijo. María conoce los sentimientos del corazón de su Hijo y, por ello, se mueve a compasión. A ella, auxilio de los cristianos y madre amantísima, nos encomendamos a nosotros y a los nuestros, especialmente a los que más sufren.