A tí, hermano y hermana que sientes atracción por personas del mismo sexo
Querido hermano y hermana, amiga y amigo que sientes en tu corazón una pulsión que te empuja a mirar a personas de tu mismo sexo con atracción y deseo, permíteme estas líneas que escribo también desde mi corazón y que deseo expresarlas con afecto y respeto profundos a la par que sin tapujo y con sinceridad.
Soy sacerdote católico y tengo casi 45 años. Amo a la Iglesia y día a día voy descubriendo con mayor sentido lo que significa que la Iglesia es madre y maestra. La Iglesia mira a sus hijos con la ternura pero también con la preocupación de una madre. Como tal desea lo mejor para sus hijos, que crezcan en salud y conocimientos, que sean hombres y mujeres de bien y felices. También a veces, como toda madre, tiene que reprender a su hijo cuando éste se empeña en una decisión equivocada que puede causarle un daño o una herida que le marque en su vida. La Iglesia es también maestra. Atesora la sabiduría de la reflexión, el estudio, la inspiración y la fidelidad a la enseñanza que se va adquiriendo con el paso del tiempo y, a menudo también, aprendiendo de los errores cometidos.
Sí, hermano y hermana, la Iglesia es madre y maestra. La Iglesia no te odia y no te desprecia por tu forma de sentir. Créeme… ¿acaso puede una madre que esté en su sano juicio odiar y despreciar al fruto de sus entrañas? La Iglesia no te rechaza y desea que sigas sintiéndote en casa, en tu casa. La Iglesia te habla del mismo modo que me habla a mi como sacerdote y a tus padres como esposos… con exigencia, sí, pero una exigencia que busca hacernos crecer como personas y como cristianos.
La Iglesia nos enseña la verdad de nuestra condición de seres sexuados. Nacemos con un sexo que no hemos elegido y a veces, puede pasar, que no esté en armonía lo que soy cuando me miro en el espejo y lo que siento cuando miro a los demás. Puede pasar, sí. Pero la Iglesia no te rechaza por ello, créeme. La Iglesia te enseña a ti y me enseña a mi y le enseña a los esposos a vivir la verdad de nuestra realidad sexual con coherencia al proyecto de Dios. Estamos hechos para amar, ¡claro que sí! Pero AMAR con mayúsculas y no de cualquier modo. Amar con mayúsculas y sin barreras ni engaños, sin buscar compensaciones ni egoístamente. Estamos bien hechos, nuestro corazón necesita amar y ser amado.
El amor no se acaba ni se encierra en las relaciones sexuales. Se puede amar desde la castidad y desde el celibato. Se puede amar desde la abstención y sabiendo esperar el momento idóneo. Es mentira que el amor pase necesariamente por la cama.
Querido hermano y hermana, la Iglesia te mira con respeto y ternura aunque use palabras que puedan hacerte sentir incómodo. Recuerda es madre… y a veces también las madres tienen que saber decirnos las cosas con claridad y exigencia sin que ello suponga que no nos ama, ¡todo lo contrario!
Vivimos en una sociedad que se ha rendido a los pies del hedonismo y del narcisismo, agarrándose a sus dictados desesperadamente…metiéndonos en la cabeza y el corazón que lo único que vale es disfrutar y abandonarse en brazos del placer. Tú sabes igual que yo… que muy a menudo las cosas que más valen la pena son más difíciles y exigentes.
La Iglesia no te discrimina hermano, hermana. La Iglesia te invita y me invita a tratar de vivir en plenitud el amor. Recuerda… no es verdad que solo se ama en la cama, no es verdad que no se pueda ser fecundo desde la renuncia a las relaciones sexuales.
Soy sacerdote católico y tengo casi 45 años. Amo a la Iglesia y día a día voy descubriendo con mayor sentido lo que significa que la Iglesia es madre y maestra. La Iglesia mira a sus hijos con la ternura pero también con la preocupación de una madre. Como tal desea lo mejor para sus hijos, que crezcan en salud y conocimientos, que sean hombres y mujeres de bien y felices. También a veces, como toda madre, tiene que reprender a su hijo cuando éste se empeña en una decisión equivocada que puede causarle un daño o una herida que le marque en su vida. La Iglesia es también maestra. Atesora la sabiduría de la reflexión, el estudio, la inspiración y la fidelidad a la enseñanza que se va adquiriendo con el paso del tiempo y, a menudo también, aprendiendo de los errores cometidos.
Sí, hermano y hermana, la Iglesia es madre y maestra. La Iglesia no te odia y no te desprecia por tu forma de sentir. Créeme… ¿acaso puede una madre que esté en su sano juicio odiar y despreciar al fruto de sus entrañas? La Iglesia no te rechaza y desea que sigas sintiéndote en casa, en tu casa. La Iglesia te habla del mismo modo que me habla a mi como sacerdote y a tus padres como esposos… con exigencia, sí, pero una exigencia que busca hacernos crecer como personas y como cristianos.
La Iglesia nos enseña la verdad de nuestra condición de seres sexuados. Nacemos con un sexo que no hemos elegido y a veces, puede pasar, que no esté en armonía lo que soy cuando me miro en el espejo y lo que siento cuando miro a los demás. Puede pasar, sí. Pero la Iglesia no te rechaza por ello, créeme. La Iglesia te enseña a ti y me enseña a mi y le enseña a los esposos a vivir la verdad de nuestra realidad sexual con coherencia al proyecto de Dios. Estamos hechos para amar, ¡claro que sí! Pero AMAR con mayúsculas y no de cualquier modo. Amar con mayúsculas y sin barreras ni engaños, sin buscar compensaciones ni egoístamente. Estamos bien hechos, nuestro corazón necesita amar y ser amado.
El amor no se acaba ni se encierra en las relaciones sexuales. Se puede amar desde la castidad y desde el celibato. Se puede amar desde la abstención y sabiendo esperar el momento idóneo. Es mentira que el amor pase necesariamente por la cama.
Querido hermano y hermana, la Iglesia te mira con respeto y ternura aunque use palabras que puedan hacerte sentir incómodo. Recuerda es madre… y a veces también las madres tienen que saber decirnos las cosas con claridad y exigencia sin que ello suponga que no nos ama, ¡todo lo contrario!
Vivimos en una sociedad que se ha rendido a los pies del hedonismo y del narcisismo, agarrándose a sus dictados desesperadamente…metiéndonos en la cabeza y el corazón que lo único que vale es disfrutar y abandonarse en brazos del placer. Tú sabes igual que yo… que muy a menudo las cosas que más valen la pena son más difíciles y exigentes.
La Iglesia no te discrimina hermano, hermana. La Iglesia te invita y me invita a tratar de vivir en plenitud el amor. Recuerda… no es verdad que solo se ama en la cama, no es verdad que no se pueda ser fecundo desde la renuncia a las relaciones sexuales.