Teresa de Avila Mis queridos "ex"

La Reiserció de los ex-presos

Algunas de las horas más recordadas con nostalgia ahora, -cuando estoy cerca de los 88 años y, con algún que otro “remiendo” en el cuerpo después de pasar por el quirófano- son las que pasé martes tras martes, durante 34 años acompañando amigos en las cárceles y al salir de ellas.  A partir de la pandemia y por las razones obvias que apunto más arriba, ya no puedo ir. Tengo una lista con los “ex” a los que recuerdo a los que he seguido muchas veces –cuando ellos se han dejado seguir- y con los que he gozado y sufrido por su recuperación o sus recaídas, por sus progresos y sus dificultades.

Ahora son mis “ex”. Algunos me dan alegrías inmensas como un “hijo” queridísimo que tengo en el Senegal, con el que compartí muchísimas horas en Quatre Camins. No he visto una persona más agradecida. Casi cada semana me llama desde su aldea donde vive de la pesca, me envía fotografías de él, su esposa y su hija. Se preocupa por mí hasta el punto de preguntarme si tomo cada día “Actimel” que, según él, debo tomar porque soy muy mayor y él no quiere que se muera “la mejor madre que he tenido en la vida”. Cuando algunas semanas me llama y me dice: “Hemos estado toda la noche en el mar y no hemos pescado nada”, a mí me dan ganas de decirle como Jesús a los apóstoles: “Echad la red a la derecha y encontraréis…” Pero me callo y le deseo suerte para la próxima noche y, cuando la crisis de pesca és grande, le envío algún “regalito” que él me agradece mucho, sin pedirme jamás nada.

Éste “ex” me da muchas satisfacciones, como algunos otros que salieron, les acompañé y ahora están muy bien.

Pero también tengo disgustos grandes, como todas las “madres” los tienen con sus hijos. Porque ni los amigos, ni los acompañados con cariño, ni ningún ser humano es “nuestro” y, por tanto, no somos responsables de sus actuaciones, por mucho que suframos cuando no están a la altura… Ahora estoy sufriendo mucho por un “ex” a quien acompañé semanalmente durante diez años, lo traté también como un hijo, porque no tenía ni tiene nadie en el mundo, lo esperaba a la puerta de la cárcel el día que salió, después de cumplir condena, como le había prometido, le conseguí un lugar para vivir, trabajar, salir adelante. Estuvo más de un año gozando del privilegio de tener vivienda, trabajo y acompañamiento. Pero un buen día, la influencia de “alguien” le llevó de nuevo a una vida que no deseo para nadie y que, si Dios no lo remedia, acabará con él no sólo en la cárcel, sino en el Hospital con peligro de perder la vida.

El sufrimiento que estos “ex” que vuelven a recaer me producen lo pueden entender tantas madres o padres que han vivido y viven estas situaciones inevitables porque, por más que hagamos esfuerzos por ayudar a seguir adelante a los que queremos, en última instancia cada uno es dueño y responsable de sí mismo.

Y quiero dedicar este artículo a todos los que acompañáis a los hermanos que cumplen condena, y los seguís al salir de la cárcel. 

Y quiero decir a todos los que, habiendo sido los sujetos de la condena, habiendo salido y pasado las primeras dificultades  que acudáis, por favor, a pedir ayuda cuando más lo necesitáis, que es precisamente en momentos de recaída, de angustia, de soledad. Porque no siempre se tiene la capacidad de “resiliencia” necesaria para superar los obstáculos de empezar una vida nueva a la que la sociedad muchas veces ni comprende ni acepta.

Desde las páginas de esta preciosa revista y agradeciendo a ASRESOLA el esfuerzo que hace por ayudar a la Reinserción Socio Laboral, quiero abrazar a todos mis “ex”, amigos del alma e hijos de mi corazón.

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