"¿Por qué las manifestaciones contra la guerra son tan escasas y con poca participación?" "A Dios lo que es de Dios. ¡Genocidio sin paliativos!"

"Hemos de abandonar la interpretación generalizada de este texto, manipulada para justificar la oposición entre lo religioso y lo profano (la Iglesia y el estado)"
"Decidle a Tiberio Julio César, ¡vete!, dale a Dios lo que le pertenece, su pueblo. Llévate tu ejército, tu religión, tus armas y tu moneda; ¡devuelve al pueblo sus casas, sus tierras y la paz!"
"El derecho del Estado Palestino a existir y vivir en Gaza, exige la misma respuesta que dio Jesús al César: Benjamín Netanyahu (y a aliados) ¡Márchate de Gaza!"
"En Europa, en España, la ciudadanía, los partidos, las organizaciones y las instituciones, especialmente los creyentes (el Papa, los obispos y los sacerdotes, los laicos con sus movimientos y asociaciones) … todos en definitiva, estamos llamados a actuar contra el genocidio, sin excusas ni medias tintas"
"El derecho del Estado Palestino a existir y vivir en Gaza, exige la misma respuesta que dio Jesús al César: Benjamín Netanyahu (y a aliados) ¡Márchate de Gaza!"
"En Europa, en España, la ciudadanía, los partidos, las organizaciones y las instituciones, especialmente los creyentes (el Papa, los obispos y los sacerdotes, los laicos con sus movimientos y asociaciones) … todos en definitiva, estamos llamados a actuar contra el genocidio, sin excusas ni medias tintas"
| José María Marín Sevilla sacerdote y teólogo
Lo mires como lo mires: con los ojos fijos en los acontecimientos diarios, bajando la mirada, mirando para otro lado o cerrando los ojos: lo que está sucediendo en Gaza es un genocidio. Es lo que es, sin paliativos ni eufemismos. Los datos de cualquier investigación seria no dejan lugar a dudas: Israel está cometiendo un genocidio en Gaza desde el 7 de octubre de 2023.
Ya en marzo de 2024 el mundo entero sabía lo que estaba ocurriendo. Las palabras de Francesca Albanese, experta en derechos humanos resonaron con fuerza ante el Consejo de Derechos Humanos: “Hay motivos razonables para creer que se ha alcanzado el umbral que indica la comisión del delito de genocidio contra los palestinos como grupo en Gaza”. Y pidió a los Estados que cumplan sus obligaciones e impongan un embargo de armas y sanciones a Israel. Desde entonces a hoy lo que ocurre es todo lo contrario: una inhumana escalada de crueldad y muerte que no cesa, frente a la pasividad internacional.
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“Dad al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios”
(Mateo 22, 21)
Esta conocida expresión, que el evangelio de Mateo pone en boca del joven campesino de Nazaret (que da título a esta reflexión), espero que sirva no solo para manifestar el rechazo a lo que está ocurriendo en Gaza, sino también para impulsar, al menos entre los creyentes, acciones personales y colectivas, cada uno/a desde sus circunstancias y posibilidades, que contribuyan al cese de la violencia y el hambre en Gaza. No podemos obviar que la frase fue pronunciada por aquel a quien los cristianos nos atrevemos a llamar Príncipe de la Paz y Luz de las Naciones.
Lo que es de Dios es la vida de su pueblo, y la paz
Hemos de abandonar la interpretación generalizada de este texto, manipulada para justificar la oposición entre lo religioso y lo profano (la Iglesia y el estado). Ni en tiempos de Jesús ni en su mente, existía esta separación. Más bien todo lo contrario, sin buscar la justicia y sin construir la paz no hay religión decente, ni existe un Dios al que adorar.
La perspectiva histórica nos permite afirmar que lo que dijo el joven Jesús de Nazaret tiene mucho que ver con lo que está ocurriendo en Gaza, y en general con lo que ocurre en todas las ocupaciones y en todas las guerras.
Como buen conocedor de las Escrituras y profundo creyente, Jesús, conocía bien lo que Dios desea para su pueblo. No creo que, ni por un instante olvidase aquellas palabras, repetidas una y otra vez en lo profundo de su ser: “Yo el Señor, caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Yo soy vuestro Dios, que os saqué de la esclavitud de Egipto, rompí las sogas de vuestro yugo y os hice caminar erguidos” (Levítico 26, 12-14). El derecho del pueblo de Dios a existir, “caminar erguido” y desarrollarse frente a la ocupación y la opresión del imperio Romano fue el contexto en el que Jesús dirigió estas palabras a los fariseos y herodianos (cómplices privilegiados de la invasión romana), lo hizo consciente de que con ellas se enfrentaba abiertamente al mismísimo emperador.

Hoy, estas palabras resuenan con toda su energía y debemos traducirlas y pronunciarlas con honestidad y con la misma valentía de Jesús: Decidle a Tiberio Julio César, ¡vete!, dale a Dios lo que le pertenece, su pueblo. Llévate tu ejército, tu religión, tus armas y tu moneda; ¡devuelve al pueblo sus casas, sus tierras y la paz! Y vosotros, cómplices, corruptos y sin entrañas, dejad de justificar vuestros privilegios traicionando a vuestro pueblo y a vuestro Dios.
Estamos ante una imagen, casi idéntica, de lo que está ocurriendo en Gaza. Israel cuenta con Estados aliados, que se benefician de esta guerra, venden armas a Israel, mantienen con él acuerdos comerciales y silencian el genocidio. Israel por su parte, como el viejo imperio Romano, destruye pueblos y ciudades enteras y asesina indiscriminadamente a la población incluyendo niños y ancianos, utiliza el hambre como arma de guerra y persigue sin freno el extermino del pueblo palestino mientras el mundo (pretendidamente civilizado) prefiere mirar a otra parte.
Así fue entonces y así es aquí y ahora: Israel no necesita aliados, ni defensores de su genocidio, necesita una oposición firme, contundente y global. El derecho del Estado Palestino a existir y vivir en Gaza, exige la misma respuesta que dio Jesús al César: Benjamín Netanyahu (y a aliados) ¡Márchate de Gaza!, llévate tur bombas y misiles, tu ejército, tu venganza y tus ambiciones. Devuelve a los gazatíes la paz y sus vidas.
El Estado Palestino tiene derecho a ser independiente, sin tutores, sin amenazas y en paz. Los católicos todos, deberíamos ser en esto más activos y apoyar, sin titubeos, la causa del pueblo palestino. Cabe recordar que sigue vigente el Acuerdo Global entre la Santa Sede y el Estado de Palestina, firmado el 26 de junio de 2015 y en vigor desde el 2 de enero de 2016. Acuerdo que reconoce formalmente a Palestina como Estado soberano. Qué difícil resulta escuchar a políticos pretendidamente católicos defender a Israel o juguetear con las palabras para no condenar lo que es más que evidente.

Nuestro genocidio
Somos todos, en mayor o menor medida, responsables de tanta muerte y desolación: “El informe de Amnistía Internacional demuestra que Israel ha llevado a cabo actos prohibidos por la Convención sobre el Genocidio, con la intención específica de destruir a la población palestina de Gaza. Entre ellos figuran: matanza de miembros de la población palestina de Gaza, lesión grave a su integridad física o mental y sometimiento intencional de ella a condiciones de existencia que habrían de acarrear su destrucción física. Mes tras mes, Israel ha tratado a la población palestina de Gaza como un grupo infrahumano que no merece derechos humanos ni dignidad, demostrando así su intención de causar su destrucción física” (Agnès Callamard, Secretaria General de Amnistía Internacional).
Por mucho que nos duelan los crímenes y atrocidades cometidos por Hamás en octubre de 2023 (y otros numerosos homicidios masivos deliberados y la toma de rehenes, que se siguen cometiendo por grupos armados contra Israel), no podemos ampararnos en ellos para justificar o minimizar esta situación. No cabe tampoco apelar al antisemitismo. No son las gentes de Israel, sus familias, sus trabajadores, sus mujeres y niños los responsables de la invasión, los bombardeos y el hambre en Gaza. Las guerras las organizan siempre los poderosos, Netanyahu y sus aliados en este caso. En general, el pueblo de Israel es un pueblo que desea vivir en paz. Son sus gobernantes y oligarcas, sus ejércitos y sus armas las que denigran al mismo tiempo al pueblo de Israel, al de Palestina y a la humanidad entera.
Acabamos de conocer el informe de la ONG israelí B`Tselem, con un título que conviene subrayar. “Nuestro genocidio” en el que por primera vez se atreven a señalar a su propio Estado de “la aterradora evolución” de los ataques y las consecuencias para la población civil. No cuesta mucho imaginar porque han necesitado tanto tiempo para alzar la voz, ni las consecuencias que tendrán ahora sus acusaciones. Entre las armas de los genocidas se cuentan siempre los intentos y amenazas para amedrentar, silenciar y asesinar si conviene a quien se atreve a denunciar sus crímenes.
También la ONG israelí Médicos por los Derechos Humanos ha presentado un documento con la misma acusación contra el Estado de Israel. No cabe ninguna duda de que ambas recogen el sentir y el rechazo de la guerra de la mayoría de su pueblo y de sus instituciones civiles, silenciadas y amenazadas. Todos, de alguna manera, deberíamos identificarnos con su afirmación: nuestro genocidio. En la era de la comunicación y la inteligencia artificial, no hay espacio para esconder la responsabilidad que en ésta, y en todas las guerras que hieren al Planeta y oscurecen la dignidad humana, tienen todos los Estados.

En otros tiempos, uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento, intentaba levantar el ánimo del Pueblo de Dios oprimido y masacrado por los ejércitos de los señores de la guerra de entonces, con unas palabras que hoy resultan difíciles de pronunciar: “Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto… Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones”. (Isaías 66, 10-14c). Seguramente Isaías fue excesivamente optimista y bastante ingenuo.
En primer lugar porque la paz que esperaba “llegaría desde lo alto”, sería el mismo Dios quién la conseguiría “eliminando” a todos sus enemigos, también, con armas y violencia. Hoy sabemos que ese Dios de las alturas, amigo de unos pueblos, y poderoso guerrero contra sus enemigos, no es más que una concepción mitológica que traslada a la divinidad la ambición y el poder de los hombres (faraones, emperadores, reyes) en grado infinito. Hoy sabemos que para Dios no hay pueblos elegidos ni pueblos malditos, porque “si existe”, como afirmamos los creyentes, ha de ser necesariamente bueno y justo a su modo, es decir para todos y sin distinción alguna, sin holocaustos ni sacrificios, sin odios y sin venganzas.
El silencio y la amputación de la verdad con eufemismos, con censura o persecución será siempre una traición a Dios, a la fe, al Evangelio y a la doctrina social de la verdadera Iglesia de Cristo. Mucha más contundente son las afirmaciones del teólogo palestino refiriéndose a la “complicidad” de las Iglesias cristianas: “Que quede claro. El silencio es complicidad. Sus palabras superficiales de empatía sin contacto con la acción revelan complicidad. Gaza fue agredida antes del 7 de octubre y el mundo miraba en silencio”. Hemos de convencernos que Dios está siempre del lado de las víctimas, muere en ellas y sobrevive en ellas. Ninguna justificación del armamentismo, de la violencia y de la guerra puede hacerse en nombre de Dios i de la paz.
Mayor responsabilidad tienen particularmente los Estados que continúan transfiriendo armas a Israel en este momento (Estados Unidos, Reino Unido y algunos Estados miembros de la Unión Europea). Todos ellos, especialmente sus gobernantes saben que con ello están incumpliendo su obligación de impedir estas atrocidades al tiempo que se han convertido en cómplices de las mismas. Todos ellos deben tomar medidas más contundentes ¡ya! y poner fin a las atrocidades profundamente inhumanas del gobierno de Israel y sus aliados contra la población palestina de Gaza.
Me entristece recordar las palabras de Martin Luther King Jr: “Una nación que continúa año tras año gastando más dinero en defensa militar que en programas sociales, se está acercando a la perdición espiritual”. Le asesinaron el 4 de abril de 1968, bastante más de medio siglo después, pareciera que la humanidad se ha resignado a darle la razón: la carrera armamentística avanza, los presupuestos se multiplican para armarse a costa de la atención a las necesidades de los más vulnerables… Gaza se está convirtiendo en el indicativo del grado de indignidad, la falta de moral y de espiritualidad que el mundo actual está dispuesto a soportar en este momento crucial para el futuro de la humanidad.

En Europa, en España, la ciudadanía, los partidos, las organizaciones y las instituciones, especialmente los creyentes (el Papa, los obispos y los sacerdotes, los laicos con sus movimientos y asociaciones) … todos en definitiva, estamos llamados a actuar contra el genocidio, sin excusas ni medias tintas. Nuestra pasividad es cobarde y cómplice. Quizá nos ocurre en parte lo que a aquellos publicanos y fariseos que interpelaban a Jesús: no estamos dispuestos a renunciar al “denario del César”, ni a cada uno de los beneficios y privilegios que conforman nuestro bienestar, sostenido en gran medida con la venta de armas, también a Israel. No podemos permanecer callados, ni tratar de disimular mientras contemplamos con la más fría indiferencia lo que a todas luces es un crimen contra la humanidad.
Los gobiernos necesitan hoy más oposición y quienes se presentan como alternativa también. Es la hora de la movilización ciudadana, cualquier intento para detener este genocidio (y todas las guerras que asolan el Planeta en estos momentos), por pequeño que sea y venga de donde venga, no solo es necesario, sino que será bienvenido y bendecido por Dios. Es momento de abandonar el miedo y la indiferencia, agitar las conciencias y actuar. ¿Qué nos está pasando a los ciudadanos, a los jóvenes, a tantas y tantos creyentes comprometidos con la justicia y en comunión con los pobres? ¿Por qué las manifestaciones contra la guerra son tan escasas y con poca participación?
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