"La Fraternidad se da siempre entre iguales o no se da" José maría Marín: "Fratelli tutti, fragilidad biológica y fraternidad universal"

Fragilidad
Fragilidad

"Recoger el guante de este Papa y ser fieles a nuestra misión evangelizadora en el mundo de hoy, nos obliga a relacionarnos con el colectivo de personas con discapacidad o afectadas por enfermedades crónicas importantes de una forma nueva y constructiva"

"Lo que afirma el Papa en la Enciclica señala un horizonte nuevo: dejar que hablen ellos y ellas. Colocar su vida y sus aportaciones en la lista de los que aportan, contribuyen, colaboran… y dejar de subrayar solo su situación de “asistidos” y sus limitaciones"

"Necesitamos en la comunidad eclesial más inclusión de voces creyentes que emanan de la pluralidad de asociaciones de laicos con discapacidad, más espacio en la dirección y organización para las personas con enfermedades y sus numerosas asociaciones"

"En el horizonte de la fraternidad social es necesario incorporar la presencia activa de las personas con discapacidad, en pie de igualdad"

Una primera reflexión sobre la encíclica Fratelli Tutti, me llevó a manifestar mi convencimiento de que se trata de una voz necesaria y profética, dirigida a todas las personas, pueblos, culturas instituciones, religiones… y como no puede ser de otra manera muy especialmente a la Iglesia.

Expuse en un primer artículo sobre la Eucaristía, la liturgia, la celebración de la fe, algunos aspectos en los que habrá que ir avanzando si queremos que la celebración de la Fe en la comunidad cristiana sean cauce inequívoco para la construcción de la Fraternidad universal. Ahora voy a dedicar este artículo a la discapacidad. Recoger el guante de este Papa y ser fieles a nuestra misión evangelizadora en el mundo de hoy, nos obliga a relacionarnos con el colectivo de personas con discapacidad o afectadas por enfermedades crónicas importantes de una forma nueva y constructiva. Esta relación es una en la que queda mucho camino por recorrer: asistencia y oración no son suficientes, ni bien venidos cuando se realizan desde una posición de superioridad.

La fragilidad humana es tan importante y diversa que nos obliga a vivir “apoyándonos” unos a otros. Fratelli Tutti nos brinda la oportunidad de descubrir horizontes nuevos para abordar la convivencia fraterna, pacífica y enriquecedora con aquellas personas que gestionan su existencia acompañados por una discapacidad importante o por una enfermedad crónica, “todos los días de su vida”.

Las palabras del Papa sobre la discapacidad me han sorprendido y son para la Iglesia un desafío apasionante:

“Muchas personas con discapacidad «sienten que existen sin pertenecer y sin participar». Hay todavía mucho «que les impide tener una ciudadanía plena». El objetivo no es sólo cuidarlos, sino «que participen activamente en la comunidad civil y eclesial. Es un camino exigente y también fatigoso, que contribuirá cada vez más a la formación de conciencias capaces de reconocer a cada individuo como una persona única e irrepetible…” (FT 98)

Hemos de recordar una vez más que el amor, la fraternidad y la amistad personal y social se construye más con las obras que con las palabras. O a la inversa: el amor y la fraternidad se obstaculizan cuando las palabras no van acompañadas de los compromisos personales, ambientales e institucionales necesarios. La Fraternidad es solo real, y verdad, cuando se da en los hechos y en la cotidianidad.

Lo que afirma el Papa en la Enciclica señala un horizonte nuevo: dejar que hablen ellos y ellas. Colocar su vida y sus aportaciones en la lista de los que aportan, contribuyen, colaboran… y dejar de subrayar solo su situación de “asistidos” y sus limitaciones. Nadie como el propio afectado desea y lucha más por alzarse y levantar la cabeza sin dejarse aplastar por las limitaciones propias y las que le imponen los demás, a veces disfrazadas de comprensión y compasión.

La Fraternidad se da siempre entre iguales o no se da. Todos somos dependientes, todos necesitados, todos vulnerables y frágiles, es esta una de las características esenciales de la existencia humana; subrayar lo accidental con el pretexto de “ayudar” y “servir” no es precisamente el mejor camino para construirla.

Es necesario, en la Iglesia particularmente, promover estratégicas comunitarias, espirituales, y también económicas (por ejemplo invirtiendo en la eliminación de barreras arquitectónicas en las dependencias de la Iglesia y en los templos) que hagan posible a las personas con discapacidad y/o con una enfermedad crónica participar, celebrar y colaborar activamente. Sin su aportación la humanidad no podrá caminar hacía un verdadero progreso, ni alcanzar unas relaciones más justas y entre iguales.

Es de desear que en el seno de la comunidad cristiana se aborde este tema con profundidad. La historia que nos precede tiene sus luces y sombras. Hoy es más urgente que nunca abandonar las prácticas y estrategias (pastorales, litúrgicas y doctrinales) que siguen manteniendo a las personas con discapacidad y/o enfermedad en la órbita del asistencialismo sacramental y como meros receptores de la compasión de los demás (personas e instituciones).

En el ámbito de la espiritualidad seguimos relegando sus capacidades pastorales al ámbito de la oración (por los demás, por la Iglesia, por la evangelización… ¿qué otra cosa pueden hacer?). El Papa en su Encíclica señala ese más que queda por hacer: “Tengan el valor de dar voz a quienes son discriminados por su discapacidad”. (FT 98) Más “escucha” y menos palabras “definitivas”.

Necesitamos en la comunidad eclesial más inclusión de voces creyentes que emanan de la pluralidad de asociaciones de laicos con discapacidad, más espacio en la dirección y organización para las personas con enfermedades y sus numerosas asociaciones. Más apertura también a escuchar las diversas instituciones sociales que desde ámbitos no creyentes luchan por su dignidad y la inclusión y ni desean ni permiten que nadie les “preste su voz” ni les sustituya en sus reivindicaciones y manifestaciones.

Así se expresaba el Papa el año pasado: “Es necesario… caminar con ellos y “ungirles” de dignidad para que participen activamente en la comunidad civil y eclesial. Es un camino exigente y también fatigoso, que contribuirá cada vez más a la formación de conciencias capaces de reconocer a cada individuo como una persona única e irrepetible (Mensaje para Día Internacional de la Personas con Discapacidad, 3 diciembre 2019). Y recientemente en su Mensaje para el Día de las Personas con Discapacidad (3 diciembre 2020): “Por eso, también las personas con discapacidad, tanto en la sociedad como en la Iglesia, piden convertirse en sujetos activos de la pastoral y no sólo en destinatarios”.

Pero no siempre la jerarquía de la Iglesia se expresa de la misma manera. No pocas veces en el ámbito de la pastoral de la sanud, en el servicio religioso en los hospitales se sigue “asistiendo” sin escucha, anclados en la rutina sacramental sin actualización de lenguajes y metodología, con ritos y rituales plagados de plegarias mitológicas, fuera del tiempo y de la vida.

Hemos de descubrir, todos en la comunidad eclesial (la sociedad nos lleva la delantera en esto) que esta estrategia relega a la persona únicamente a la resignación presentada como virtud (docilidad, nada exigentes, pacientes…) que permite a los sanos cierta tranquilidad espiritual, no pocas veces ofensiva y ciega. Hemos de descubrir que esto no solo es insuficiente en la pastoral de la salud y el servicio a los enfermos desde la fe, sino que comporta serios peligros e incoherencias. Sublimar, resignarse frente a las limitaciones… no parecen ser los objetivos que nadie desearía para sí mismo. Por consiguiente, debemos dejar de desearlos, proponerlos y celebrarlos con las personas que viven acompañadas por la fragilidad corporal. Esta pastoral de la salud acentúa, la pasividad y el aislamiento en unos y un altruismo superficial en otros.

Un apasionante camino por recorrer

Todos debemos empeñarnos en conocer, compartir y desarrollar al máximo las capacidades de todos para crecer como seres humanos, como personas, como hermanos, como creyentes y amigos de la vida en su globalidad existencial. No podemos seguir atendiendo y sirviendo a las personas con enfermedad, a las personas con discapacidad, a los vulnerables en su vejez, a los que se enfrentan al final de sus días valorándolas solo por la superficie de la piel.

Damos por bueno que la persona “vale” y “puede” en la medida en que tiene características/talentos/dones personales e individuales: salud, movilidad, autosuficiencia, capacidad… que pedimos y agradecemos a Dios (implicándole en nuestra ceguera: ¿Qué pasa con los que carecen de esos dones de Dios, es que no les ama como a los sanos, es que les está probando, es que les castiga para enseñarnos…? de ser así Dios mismo sería peor que nosotros. Perdemos de vista que esos “talentos” son accidentales y dejamos de prestar atención a lo esencial. Lo que nos hace a todos exactamente iguales, lo que realmente importa: el ser.

El Papa se cita así mismo para recordar que existe “una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive… una aspiración, un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor” (TF 55). Esa realidad esencial del ser humano se mantiene intacta en salud y en enfermedad, en riqueza y en pobreza, en este o en cualquier lugar del planeta. Y es fuente de vida para cualquier persona, en cualquier circunstancia. Y le permite ser colaborador activo en la consecución de esas “cosas grandes” que tanto necesita este mundo. Mirar, atender, servir en sus necesidades físicas, de movilidad o económicas a las personas, en cualquier momento de su vida, o cada día si una discapacidad así lo requiere, no puede hacerse si antes no descubrimos su verdadero ser, su rostro humano y condición de hermano. ¿Cuantas personas sentadas en sillas de ruedas, en la cama o cargando con una enfermedad crónica importante nos sorprenderían por lo que son, por su fe y por su compromiso en favor de los demás?

Segunda: en la pastoral de la salud en general y en las visitas a los enfermos particularmente, hemos de superar tantas oraciones y sacramentos envejecidos y buscar por el contrario, caminos de colaboración con las personas que “con la camilla a cuestas” quieren ser y vivir con dignidad (por mucho que cueste).

En el horizonte de la fraternidad social es necesario incorporar la presencia activa de las personas con discapacidad, en pie de igualdad. Entre otras razones porque derivar la atención hacia la vulnerabilidad de unos pocos (personas con discapacidad, enfermos, ancianos), aunque sea con intenciones nobles (“servirles”) es una falacia y correremos el peligro de creer que el sufrimiento ajeno no es más que una carga. Por el contrario, incorporar a todos, en todo, solo por lo que son (personas, hermanos y hermanas) nos ayudará a reconocer que la vulnerabilidad es universal y estará siempre presente en la humanidad. Reconocimiento sin el cual es imposible construir un futuro saludable, fraterno y, por consiguiente, auténticamente humano.

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