"Aprobemos esta asignatura" Sinodalidad en femenino

Sinodalidad
Sinodalidad

"Sinodalidad es un término que hemos empezado a utilizar para expresar la identidad de la Iglesia como Pueblo de Dios en el que todos sus miembros caminan 'juntos', mujeres y hombres, en pie de igualdad"

"Bonitas palabras, pero hay que pasar de 'sustantivo' y los 'adjetivos' (mera retórica) para empezar a conjugar el 'verbo”' es decir ponerlo en acción"

"Caminar juntos, habrá que hacerlo hoy, más en femenino que en masculino. Para equilibrar el peso de tantos siglos de masculinidad, para caminar con decisión al lado de la sociedad y porque así se desprende de la misma fe, del amor de Dios (que no hace distinciones) y de la fraternidad universal"

"Hoy todo permite pensar que los argumentos y el inmovilismo clerical contra la ordenación de mujeres es eso: un menosprecio, una desvalorización y un insulto. Cuando, finalmente, 'aprobemos esta asignatura', nos sorprenderán los frutos de la sinodalidad declinada en femenino, y en todas sus formas"

Sinodalidad es un término que hemos empezado a utilizar para expresar la identidad de la Iglesia como Pueblo de Dios en el que todos sus miembros caminan “juntos”, mujeres y hombres, en pie de igualdad.

Bonitas palabras, interesante descripción de la sinodalidad de la Iglesia como esencia de su mismo ser. Pero hay que pasar de “sustantivo” y los “adjetivos” (mera retórica) para empezar a conjugar el “verbo”, es decir ponerlo en acción.

Este es uno de los grandes desafíos que está planteando el Sínodo, en cada una de sus etapas o fases diocesana, nacional continental y universal. A superar obstáculos y participar con esperanza nos anima el Papa, siempre que tiene ocasión: “el proceso sinodal parece a menudo un camino arduo, lo que a veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino” (Francisco, Mensaje Cuaresma 2023).

La sinodalidad es verbo, no sustantivo

Conjugar un verbo es poner en acción todas sus formas posibles: en todos sus “modos” (lo que estamos haciendo y lo que deseamos hacer), en todos sus tiempos (presente, pasado y fututo) en todas las “personas (primera, segunda y tercera) en todos sus números (singular y plural), y por supuesto en todos los géneros (masculino y femenino). El apasionante mundo de las palabras hemos de llevarlo a la vida con verdadera pasión, más cuando se trata del ser y la misión de la Iglesia, hoy y aquí.

La sinodalidad en femenino

Caminar juntos, habrá que hacerlo hoy, más en femenino que en masculino.

Primero para equilibrar el peso de tantos siglos de masculinidad mal entendida e impuesta en todas sus formas, y en todas las dimensiones de la eclesialidad. La incorporación de la mujer en todas y cada una de las dimensiones del misterio pastoral, también en la eucaristía, sin diferenciación alguna por razón de género, quizá sea uno de los instrumentos más eficaces contra el clericalismo, contra las prácticas y discursos profundamente machistas y contras los abusos del clero. Esto por si solo debería ser suficiente para planteárselo en serio y profundamente.

Protesta

Segundo para caminar con decisión al lado de la sociedad y no a trancas y barrancas para incorporarnos después, tarde y mal, a su conquista de derechos humanos, especialmente para los más vulnerables en general y los de la mujer en particular. Nos pasó con el mundo obrero, nos pasó con las personas con discapacidad a quienes se negaban los sacramentos porque “no tenían uso de razón”, nos está pasando con los jóvenes y ahora con el movimiento feminista.

Miedos, acusaciones, o cuanto menos indiferencia, están colocando a la Iglesia fuera de las reivindicaciones legítimas y profundamente evangélicas que hacen las mujeres a la sociedad y a la Iglesia. Nada puede justificar la falta de un compromiso decidido de la Iglesia con la liberación de la mujer, en todos los ámbitos de la sociedad, a pesar de las contradicciones y conflictos que siempre acompañan al dialogo social. Y a pesar, también, de la resistencia y las críticas que existen, fuera y dentro de la Iglesia, frente al movimiento de liberación feminista.

Tercero porque así se desprende de la misma fe, del amor de Dios (que no hace distinciones) y de la fraternidad universal entre todos los seres humanos, que deberíamos liderar los creyentes, como amados y amantes del Dios que nos creó a todos (mujeres y hombres) a imagen y semejanza suya. Los hechos ponen de manifiesto que pobreza, exclusión social, violencia… golpean con mayor virulencia a las mujeres, por el solo hecho de serlo. Conociendo a este Dios, del que el Nuevo Testamento afirma que “es amor”, y tratando de hacer realidad el nuevo mandamiento de Cristo “amaos como yo os he amado”, el horizonte de inclusión es inagotable, siempre nuevo, siempre más allá de cualquier límite, de cualquier Ley, de cualquier horizonte.
El Sínodo ha puesto sobre la mesa esta asignatura pendiente en la Iglesia Católica: el sacerdocio de la mujer. Asignatura complicada sin duda alguna, pero necesitada de ser “aprobada” y con nota, por la institución. Mejor antes que después.

Antítesis del Sínodo, a la luz del evangelio

Las propuestas de los laicos mujeres en su mayoría, numerosas comunidades cristianas y algún obispo, van pidiendo la incorporación de la mujer en la Iglesia, también en el ministerio pastoral, incluida la capacidad de presidir y consagra en la Eucaristía.

Con voz y voto

Ante estas propuestas, en cada fase sinodal (y estamos ya en su fase continental), no son pocos los clérigos y jerarcas que descalifican la propuesta, la dejan fuera de sus resúmenes o se lanzan a zanjar la cuestión con “anatemas” y amenazas: ¡nunca jamás!, dicen unos, ¡caso cerrado! dicen otros, “la Iglesia no puede hacer lo que no hizo Jesús, su maestro”… y finalmente desviando la responsabilidad hacia las declaraciones de papas anteriores, particularmente a las más recientes pronunciadas por Juan Pablo II.

Jesús tiene otra pedagogía. Veamos cómo plantea algunas antítesis en el evangelio, especialmente cuando se argumenta con el “cumplimiento y la imposición de las Leyes, dictadas por el mimo Dios”.

Mateo en, el centro mismo del Sermón de la Montaña (Capítulos de 5 al 7) aborda esta pedagogía: habéis oído… pero yo os digo. Lo hace para para subrayar la diferencia que existe entre el cumplimiento de la Ley (tal como hacían los fariseos y los escribas) y la interpretación que Jesús propone a sus oyentes y seguidores. Me voy a permitir transcribir unos versiculos en femenino porque considero que pueden iluminar algunas de las ideas que voy a exponer:

“Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; el homicida responderá ante el tribunal. Pues yo os digo… quien llame a su hermana inútil responderá ante el Consejo. Quien la llame necia incurrirá en la pena del horno de fuego. Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermana tiene queja de ti, deja la ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermana y después vuelve a llevar tu ofrenda. [25] Con quien tienes pleito busca rápidamente un acuerdo, mientras vas de camino con él. Si no, te entregará al juez, el juez al alguacil y te meterán en la cárcel”. Mateo 21-26

Estas antítesis no indican posturas alternativas ante las que hemos de optar quedándonos con una o con la otra. Muchas veces hemos repetido que Jesús no ha venido a “abolir” los mandamientos de la Antigua Alianza, sino a “darles plenitud”; y lo hace indicando el valor de las actitudes y las motivaciones, acentuando más el espíritu que la letra. En su empeño por darle valor a los mandamientos Jesús señala, en cada dilema, la necesidad de ir más allá de la norma, profundizarla, hasta alcanzar todas sus posibilidades. No es suficiente con “no matar” es necesario generar una actitud positiva hacia el hermano: cualquier desprecio, cualquier descalificación, incluso la indiferencia se convierte en un atentado contra la vida y contra el propio ser de aquel que desprecia o insulta a su semejante.

Hoy todo permite pensar que los argumentos y el inmovilismo clerical contra la ordenación de mujeres es eso: un menosprecio, una desvalorización y un insulto contra todas ellas en primer lugar, contra el sentido de la historia y contra aquellos que hacen de la Ley un absoluto frente a las personas. "El sábado se hizo para el hombre y para la mujer y no la mujer y el hombre para el sábado” (Marcos 2,23-28).

Nada nos permite hoy privar a las mujeres de ninguna tarea o servicio (ministerio) en el seno de la comunidad cristiana, sin caer en el desprecio de su dignidad y su capacidad humana, imagen de Dios, liberada por Cristo y ungida por el Espíritu, de igual manera, que cualquier varón. Así de sencillas son a veces las cosas, lo comprenden con naturalidad las gentes sin poder ni prejuicios, sólo los clérigos aferrados a viejas tradiciones andan como cegados y cargados de autoridad imponen su ley, aún a costa de pasar ellos por necios. ¿Hasta cuándo vamos a poder aguantar como único argumento, en cualquier disyuntiva, la “autoridad de la jerarquía”?

Lo mejor está por llegar

Lo prudente será seguir caminando juntos, como no podría ser de otra manera. Unos (los laicos, especialmente las mujeres), sin detenerse en su empeño liberador, superando obstáculos, disfrutando cada conquista, sin perder la esperanza. Otros, (las jerarquías y el clero) escuchando serenamente, sin caer en la tentación de la imposición, del juicio y la condena de los primeros.

Caminar, juntos, sin perder la calma. Echar leña al fuego no parece ser lo más inteligente en tiempos donde la crispación ya es más de la deseada. Los laicos necesitan tomarse la cuestión del sacerdocio de la mujer con “paciencia y fortaleza” para evitar caer en el cansancio, el desaliento y la frustración que ahogan la alegría del evangelio. Eso es, precisamente, lo que no debemos permitir que suceda. “Si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en el Dios vivo” (1 Timoteo 4,10). A pesar de los miedos y de los intereses, de argumentos arcanos y de la sinrazón de la cerrazón, las mujeres van encontrando su camino, abriendo horizontes y señalando estrategias que, antes o después, darán su fruto. Un día, el sacerdocio de la mujer en la Iglesia católica será, y lo será para bien de todos.

Caminar juntos sin perder la calma. Los clérigos necesitamos, como el aire para respirar, encontrar la manera de “dejar ser Iglesia” a los demás. Necesitamos, como campo en sequía, el agua de la lluvia para desprendernos del absurdo convencimiento de que nuestras palabras y formulaciones se corresponden, automática e infaliblemente, con el juicio de Dios y que nuestra misión consiste en imponer a los demás nuestros modos y maneras de entender la identidad y la misión de la Iglesia.

"Habremos de seguir construyendo puentes que faciliten la comunicación de la fe, con teologías nuevas, más libres y con actitudes más evangélicas"

En un mundo totalmente dominado por la Ley y la falta de libertad, Jesús fue capaz de introducir un modo nuevo de entender las normas y al mismo Dios. Sin “abolir” los mandamientos, les dio más vigor, más vitalidad invitándonos a todos a “ir más allá”. Revelando que Dios, “desea” para todos (hombres y mujeres, sacerdotes y laicos, en la Iglesia y en la sociedad) que seamos nosotros/as mismos/as; y que cada uno pongamos nuestras capacidades personales y espirituales, al servicio de la salvación. Y esto es, precisamente, lo que estamos llamados a realizar hoy cada uno de los miembros de la Iglesia, seamos hombre o mujeres, respecto al sacerdocio de la mujer (y respecto a otros muchos temas (celibato, la participación de los divorciados en las eucaristías, parejas homosexuales, nombramientos de obispos…): dejar de absolutizar lo definido y convertido en tradición con teologías y normas de otros tiempos. Por el contrario, habremos de seguir construyendo puentes que faciliten la comunicación de la fe, con teologías nuevas, más libres y con actitudes más evangélicas.

Francisco

Una vez más la Iglesia está llamada a abrir las ventanas y derribar muros para contemplar y agradecer la luz del universo infinito de Dios; y salir fuera a la vida compartida, con la humanidad entera. La revolución de Jesús, frente a la Ley y las instituciones que se apoderan de ella, sigue en pie a pesar de los siglos. Él permanece a nuestro lado con su Palabra viva y su espíritu vivificador, sin dejarse atrapar por nadie ni en ninguna de nuestras formulaciones. Aún está en el viento del Espíritu, lo que “llegaremos a ser” (I Juan 3,2), sin privilegios para unos ni descartes para otras.

Y cuando, finalmente, “aprobemos esta asignatura”, nos sorprenderán los frutos de la sinodalidad declinada en femenino, y en todas sus formas, como sucedió a los discípulos, en Pentecostés (Hechos 2, 1-11), gozaremos de nuestra pertenencia a un Pueblo en el que “cada uno en nuestra propia lengua” podremos entender y alabar a Dios porque nos ama, y nos acompaña en la diversidad fraterna. Entonces, quedaran en silencio las atronadoras palabras de quienes dieron por “definitivo” lo que no era más que el deseo de unos pocos prisioneros de sus límites, que pretendieron secuestrar al Espíritu. Y nuestros susurros permanecerán en la historia.

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