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"Que 2025 sea un año en el que crezca la paz, una paz real y duradera"
“Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz”, es el lema de la 58 Jornada Mundial de la Paz, que se celebra el día de año nuevo. Un mensaje en el que el Papa Francisco ha querido “escuchar el grito de la humanidad amenazada”, especialmente en este Año Jubilar que tiene en la esperanza su principal leit motiv.
“Que el 2025 sea un año en el que crezca la paz. Esa paz real y duradera, que no se detiene en las objeciones de los contratos o en las mesas de compromisos humanos. Busquemos la verdadera paz, que es dada por Dios a un corazón desarmado: un corazón que no se empecina en calcular lo que es mío y lo que es tuyo; un corazón que disipa el egoísmo en la prontitud de ir al encuentro de los demás; un corazón que no duda en reconocerse deudor respecto a Dios y por eso está dispuesto a perdonar las deudas que oprimen al prójimo; un corazón que supera el desaliento por el futuro con la esperanza de que toda persona es un bien para este mundo”, culmina el Papa su mensaje, en el que aboga por un “desarme del corazón”.
Francisco arranca su mensaje recordando que, en su origen, los jubileos servían para “restablecer la justicia de Dios en distintos ámbitos de la vida: en el uso de la tierra, en la posesión de los bienes, en la relación con el prójimo, sobre todo respecto a los más pobres y a quienes habían caído en desgracia”.
También hoy, señala el Papa, “el Jubileo es un evento que nos impulsa a buscar la justicia liberadora de Dios sobre toda la tierra”, y escuchar “el grito desesperado de auxilio” que se eleva “desde muchas partes de la tierra y que Dios nunca deja de escuchar”.
“También nosotros nos sentimos llamados a ser voz de tantas situaciones de explotación de la tierra y de opresión del prójimo” que, añadió, “no se deben sólo a la iniquidad de algunos, sino que se han consolidado y se sostienen en una complicidad extendida”.
Porque “cada uno de nosotros debe sentirse responsable de algún modo por la devastación a la que está sometida nuestra casa común, empezando por esas acciones que, aunque sólo sea indirectamente, alimentan los conflictos que están azotando la humanidad”, y que se traducen en “el trato deshumano que se da a las personas migrantes, la degradación ambiental, la confusión generada culpablemente por la desinformación, el rechazo de toda forma de diálogo” o “las grandes inversiones en la industria militar”.
“Son todos factores de una amenaza concreta para la existencia de la humanidad en su conjunto”, clama el Papa, quien insiste en que “queremos ponernos a la escucha de este grito de la humanidad para que todos, juntos y personalmente, nos sintamos llamados a romper las cadenas de la injusticia y, así, proclamar la justicia de Dios”.
“Hacer algún acto de filantropía esporádico no es suficiente. Se necesitan, por el contrario, cambios culturales y estructurales, de modo que también se efectúe un cambio duradero”, recalca.
¿Qué cambios se pueden emprender en este Año Jubilar? Francisco es claro al pedir “un cambio cultural: todos somos deudores” de una sociedad en la que puede empezar a funcionar “una lógica de explotación, donde el más fuerte pretende tener el derecho de abusar del más débil”.
“Como las élites en el tiempo de Jesús, que se aprovechaban de los sufrimientos de los más pobres, así hoy en la aldea global interconectada, el sistema internacional, si no se alimenta de lógicas de solidaridad y de interdependencia, genera injusticias, exacerbadas por la corrupción, que atrapan a los países más pobres”, denuncia Francisco, quien vuelve a repetir que “la deuda externa se ha convertido en un instrumento de control” con el que los países más ricos “no tienen escrúpulos de explotar de manera indiscriminada los recursos humanos y naturales de los países más pobres”.
Junto a la económica, la “deuda ecológica” que “son dos caras de una misma moneda de esta lógica de explotación”. Por ello, Francisco vuelve a invitar “a la comunidad internacional a emprender acciones de remisión de la deuda externa, reconociendo la existencia de una deuda ecológica entre el norte y el sur del mundo”.
Al tiempo, el Papa ofrece “tres acciones posibles” para este Año Jubilar, “que puedan restaurar la dignidad en la vida de poblaciones enteras y volver a ponerlas en camino sobre la vía de la esperanza, para que se supere la crisis de la deuda y todos puedan volver a reconocerse deudores perdonados”.
En primer lugar, la condonación de la deuda (de las deudas), y “el desarrollo de una nueva arquitectura financiera, que lleve a la creación de un Documento financiero global, fundado en la solidaridad y la armonía entre los pueblos”. En segundo término, “un compromiso firme para promover el respeto de la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, para que toda persona pueda amar la propia vida y mirar al futuro con esperanza, deseando el desarrollo y la felicidad para sí misma y para sus propios hijos”. También, un gesto concreto para “favorecer la cultura de la vida”: “La eliminación de la pena de muerte en todas las naciones”.
Finalmente, una tercera petición: “Utilicemos al menos un porcentaje fijo del dinero empleado en los armamentos para la constitución de un Fondo mundial que elimine definitivamente el hambre y facilite en los países más pobres actividades educativas también dirigidas a promover el desarrollo sostenible, contrastando el cambio climático”.
“Debemos buscar que se elimine todo pretexto que pueda impulsar a los jóvenes a imaginar el propio futuro sin esperanza, o bien como una expectativa para vengar la sangre de sus seres queridos. El futuro es un don para superar los errores del pasado, para construir nuevos caminos de paz”, culmina el pontífice, quien insiste, parafraseando a Juan XXIII, en que “la verdadera paz sólo podrá nacer de un corazón desarmado de la angustia y el miedo de la guerra”.
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