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Angelus por la festividad de Todos los Santos (y Bienaventuranzas)
Todos los Santos y, algo más desconocido, proclamación de las Bienaventuranzas, el "documento de identidad del cristiano", tal y como lo definió el Papa Francisco durante el rezo del Angelus de esta festividad, desde el balcón de la plaza de San Pedro ante miles de fieles, en una soleada mañana en Roma.
Y es que las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy "nos muestran un camino, el camino del amor, que Él mismo recorrió primero haciéndose hombre, y que para nosotros es a la vez un don de Dios y nuestra respuesta", explicó el pontífice.
"Pedimos a Dios que nos santifique, que haga nuestro corazón semejante al suyo", rogó el Papa, citando a Carlo Acutis, para que "haya siempre menos de mí para dejar espacio a Dios".
Esta es la segunda clave del Evangelio de hoy: "Nuestra respuesta". Y es que "el Padre celestial nos ofrece su santidad, pero no nos la impone". "La siembra en nosotros, nos hace gustarla y ver su belleza, pero luego espera y respeta nuestro «sí». Nos deja la libertad de seguir sus buenas inspiraciones, de dejarnos implicar en sus proyectos, de hacer nuestros sus sentimientos, poniéndonos, como nos enseñó, al servicio de los demás, con una caridad cada vez más universal, abierta y dirigida a todos, al mundo entero", subrayó.
"Todo esto lo vemos en la vida de los santos, incluso en nuestro tiempo", señaló Francisco, pensando en "san Maximiliano Kolbe, que en Auschwitz pidió ocupar el lugar de un padre de familia condenado a muerte"; o "en santa Teresa de Calcuta, que gastó su existencia al servicio de los más pobres entre los pobres"; o "en el obispo san Óscar Romero, asesinado en el altar por haber defendido los derechos de los últimos contra los abusos de los matones".
"En ellos, como en tantos otros santos -a los que veneramos en los altares y a los de «al lado», con los que convivimos cada día- reconocemos a hermanos y hermanas modelados por las Bienaventuranzas: pobres, mansos, misericordiosos, hambrientos y sedientos de justicia, artífices de paz", glosó Francisco. "Son personas «llenas de Dios», incapaces de permanecer indiferentes ante las necesidades del prójimo; testigos de caminos luminosos, que también son posibles para nosotros", finalizó, para acabar con varias preguntas: "¿le pido a Dios, en la oración, el don de una vida santa? ¿Me dejo guiar por los buenos impulsos que su Espíritu suscita en mí? ¿Y me comprometo personalmente a practicar las Bienaventuranzas del Evangelio, en los ambientes en los que vivo?".
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