Francisco protagoniza una impactante oración por el fin de la pandemia en una vacía y lluviosa plaza de San Pedro "Señor, no nos abandones a merced de la tormenta"

"Señor, no nos abandones a merced de la tormenta": la oración en solitario del Papa contra el coronavirus
"Señor, no nos abandones a merced de la tormenta": la oración en solitario del Papa contra el coronavirus

"En esta barca estamos todos: no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos"

"Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones"

"No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo"

Francisco reivindica las “valientes y generosas entregas” de quienes trabajan por curar, consolar, sostener a los enfermos, por encontrar la cura del virus, “compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida”

Un descomunal Cristo preside la entrada a la basílica de San Pedro, el mismo que en el siglo XVI salvó a Roma de la Gran Peste. A su izquierda, la imagen de la Salus Populi Romani, que normalmente reside en Santa María la Mayor. Unos pasos por delante, seis pebeteros ofrecen algo de luz a la noche romana.

La plaza, completamente vacía, golpeada por la lluvia. En el atrio, el altar de las audiencias. Iluminado, en el centro, solo un sillón blanco.

Francisco nunca ha estado tan solo y, paradójicamente, jamás tan acompañado.

Millones de fieles en todo el mundo rezaron junto a Bergoglio en esta extraordinaria oración para implorar por el fin de la pandemia, e impartir la bendición urbi et Orbi, especialmente dedicada a los enfermos y esos héroes que les cuidan sin pensar en las consecuencias.

El silencio es atronador, sólo roto por el repiqueto de las gotas de lluvia en el adoquinado de la plaza, cuando Francisco aparece caminando hasta el improvisado altar. La lectura no podía ser otra: la de los apóstoles, muertos de miedo en la tempestad del lago Getsemaní, pensando que Dios les ha abandonado

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Algo sucede en nuestro mundo, hoy. “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas”, proclama el Papa.

Francisco se dirige al altar entre la lluvia
Francisco se dirige al altar entre la lluvia

“Nos encontramos asustados y perdidos"

“Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”, explicó. “En esta barca, estamos todos”, repitió Bergoglio, porque de esta solo saldremos como uno solo, y que “no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.

Y, frente a nuestra debilidad, la actitud de Jesús, que “a pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre: es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo”, y ciando despierta reprocha a los discípulos, y tal vez a nosotros, hoy: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. 

Francisco, solo en San Pedro
Francisco, solo en San Pedro

Y es que, explica, los discípulos “pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón”, añadió.

“La tempestad -hoy, el coronavirus- desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”, explicó el Papa.

La tempestad, prosiguió, “pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos” y, con ella, “se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.

El Papa implora a Dios el fin de la pandemia
El Papa implora a Dios el fin de la pandemia

"No nos hemos despertado ante guerras e injusticias"

“En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo”, lamentó el Papa. “Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”, añadió.

Frente a ello, la llamada de Jesús, “una llamada a la fe”, que no es tanto creer en Él, “sino ir hacia ti y confiar en ti”. Porque hoy “no es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es”.

Vidas ejemplares

Y, también, el tiempo para contemplar las “valientes y generosas entregas” de quienes trabajan por curar, consolar, sostener a los enfermos, por encontrar la cura del virus, “compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida”. Tiempo de ver “cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia:

Médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo"

Y frente al sufrimiento, la gran llamada de Jesús: “Que todos sean uno”. Hay esperanza: “Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras”.

Francisco besa el Cristo de la Gran Peste
Francisco besa el Cristo de la Gran Peste

Solos nos hundimos

Ahora es el momento, culminó Francisco. “El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas”.

“Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere”, concluyó Francisco, quien recordó:

“Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor”.

“En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado”, pidió Bergoglio, subrayando las “nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad”. Y así, “abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza”.

El Papa, ante la Salus Populi Romani
El Papa, ante la Salus Populi Romani

“Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta”, finalizó, antes de detenerse a orar ante la Salus Populi Romani y el Cristo de la Gran Peste para, después, ya desde el interior de la basílica, orar ante el Sagrario -justo al lado del mosaico que recuerda la fecha del 11 de octubre de 1962, fecha de la apertura del Concilio Vaticano II- e impartir la bendición Urbi et Orbi.

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