Experiencias "funerarias" (y III)

(AE)
Los ataúdes y otras cuestiones estéticas, recapitulación del kitsch

Un poco más y se me pasa hablarles de los ataúdes, los cuales están diariamente a la vista de

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los viandantes porque cualquier carpinterillo de tres al cuarto hace marketing de calle exponiendo fuera de su negocio las mejores piezas salidas de su taller. Eso es una ayuda subliminal para que los potenciales clientes – que, como Hacienda, somos todos – vayamos pensando qué modelo sería el más adecuado para cuando, si Dios no lo remedia, llegue el día en el que tengamos que entregar la cuchara. Los hay morados, lilas, negros y de color natural, con ventanas no sólo para ver el frontal del muerto sino también a los lados y con cruces tan grandes y bastas que aquello más que un ataúd parece el escudo de un caballero templario. Me da tanta grima verlos que ya he dejado dicho en mi entorno que, en el caso que me tocara a mí estirar la pata por estas latitudes, tengan piedad de mí y tengan a bien enrollarme en una sábana limpia y me echen directamente a la fosa en vez de irme al otro mundo enclaustrado en tal adefesio y sin poder defenderme para el resto de la eternidad de tanto mal gusto hecho caja mortuoria.

Para más inri, una de las sorpresas que me he llevado recientemente me reafirma mucho más en mi determinación. El otro día vi una fosa preparada para ser utilizada y la familia... la había alicatado con azulejos. Lo que me faltaba por ver. Ante la eventualidad de que a alguien se le pase por la cabeza el aplicarme a mí el mismo tratamiento honorífico, añado a la disposición testamentaria de la sábana la de ser solemnemente cremado y mis cenizas esparcidas en el Nilo o debajo de un mango frondoso como si de un hindú se tratara. Para la mentalidad local, esto sería poco menos que la peor manera de deshacerse de un chucho callejero, pero creo que a la postre uno se tiene que enterrar y quitarse de en medio de la manera que le más convence a uno, no necesariamente de la que agrada al personal ¿no?

La familia se presenta

Durante el entierro, y una vez que se ha cerrado la tumba, llega el momento de los discursos y el primer puesto en la tribuna de oradores corresponde a la familia. Un portavoz de la misma presentará uno a uno a los diferentes miembros de la parentela, o por lo menos a los más allegados al difunto, niños y bebés incluidos. Al mismo tiempo, dará gracias a todos por su presencia o hará una semblanza del finado. Me imagino que este trámite es necesario para que cada uno de los asistentes sepa quién es quién. Incluso puede darse que se le pida al viudo o viuda de turno o al hijo o hija que tomen el micrófono y digan unas palabras. Muchas personas lo consiguen sin perder la entereza y eso es algo que siempre he admirado. Ciertas personas pueden pasar en cuestión de minutos de la actitud de lloriqueo cansino y desaforado propio de una plañidera a la serenidad, humor y locuacidad de un orador consumado. Cosas veredes, Sancho.

Y más discursos, aunque no vengan a cuento

Una de las cosas que más me repatean de los funerales locales es el hecho de que llega un momento en el que se convierten en meros actos sociales donde se olvida momentánea pero recurrentemente la memoria de la persona en cuestión y el acto que se está celebrando y se abordan otros temas que ni por asomo vienen a cuento en una situación así. Una vez que la familia vuelve a sus asientos, llega el momento del “protocolo”, lo cual significa un rosario de autoridades locales o municipales saldrán al estrado a decir unas palabras, eso sí por orden creciente de importancia. Se comienza hablando del fallecido, y haciendo vericuetos de oratoria se deriva hablando de lo cara que está la vida, de si está bien que las mujeres lleven minifalda, de costumbres que se deberían propiciar o abolir, a veces se cuentan incluso chistes o anécdotas que sin duda divertirán al personal y, especialmente ahora que se aproximan elecciones, los funerales se convierten descaradamente en verdaderos mítines, donde los candidatos ponen verdes a los que están en el poder y lanzan sus promesas, mientras que los que están en cargos públicos defienden su gestión y arengan a la gente para que los vuelvan a votar.

En estos días de campaña electoral en Uganda, no hay líder político que se pierda la ocasión de asistir a un funeral de alguna persona medio relevante, ya que es de por sí una concentración masiva de ciudadanos y por tanto, casi le sale gratis el mitin, aunque haya algunos más potentados que en tales ocasiones se regodean en mostrar su generosidad interesada y reparten “chuches” a mansalva en forma de sobrecitos con dinero en metálico, regalos u otras dádivas en el intento de ganarse electoralmente al personal.

El muerto al hoyo, el vivo al bollo

La ceremonia termina con una comida que tiene obviamente que debe bastar para todos los

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presentes. Es cierto que se aplica el protocolo y que posiblemente la tienda de autoridades tenga un menú de carne de ternera, pollo o pescado con otros acompañamientos mientras que el pueblo llano posiblemente se tenga que contentar con un plato de alubias o de arroz con salsita de lo más sencillito. Siempre ha habido clases. Normalmente, era un grupo de personas cercana a la familia al que se le encargaba esta tarea, pero ahora, con las empresas de catering que están surgiendo también por estas latitudes, si la familia puede permitírselo (gracias también a los donativos recibidos) no dudará en contratar estos servicios y así estar libres de tabarras logísticas.

Los funerales – todo hay que decirlo – son una ocasión propicia para que las personas más pobres puedan tener una comida en condiciones. No es por tanto raro que aparezcan para la ocasión personas que ni tienen idea de quién era la persona fallecida ni tienen relación alguna con la familia, aparte de una cohorte de mendigos y niños desamparados; al fin y al cabo no hay tarjetas de invitación y además, si hablamos de parentela o de amistad... ¿quién va a comprobar a estas alturas quién conoce a quién? Es por tanto claro que un buen puñado de los asistentes está ahí presente aguantando el chaparrón simplemente porque sabe que al final va a haber algo caliente... y gratis. La espera al final encuentra su recompensa.

Es terminar la comida, y parece que de repente todo quisqui hubiera oído un silbato de salida, porque pocos segundos después de haber dado cuenta de las viandas, todo el mundo sale pitando para casa a una velocidad considerable. En algunos casos posiblemente haya sido 4 o 5 horas de espera, ceremonia, ritos y discursos para llegar finalmente al momento del condumio y no siempre el lugar del funeral está cerca de la ciudad, por lo cual habrá que contar también con una buena caminata de vuelta a casa. De esta manera tan poco ceremoniosa termina el evento. La verdad es que después de tanto discurso y tanta parafernalia, esta espantada no hace sino recordarnos lo prosaico de nuestro sino, haciendo que volvamos al recurrido tema de siempre que no entiende de latitudes y de culturas: “no somos nadie.”

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