Experiencias "funerarias" (I)

(AE)
No es un tópico decir que en África se siente como en ningún otro sitio la muerte y la vida, unidas de una manera única. Quizás forme parte de su identidad. Mientras que en Europa se la

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oculta y se hace de la muerte una ocasión lo más aséptica y discreta posible, en África la innegable realidad de la finitud humana es ocasión para revivir valores muy importantes de acuerdo a cada cultura y tradición.

En estos días he estado en contacto con varias situaciones de muerte, y aquí pongo por escrito en varios posts algunas de mis vivencias y reflexiones al respecto. Algunas experiencias son chocantes, otras son tiernas y otras a lo mejor sorprendentes.

En este mundo cruel uno nunca se muere, siempre “lo matan”

Sé que suena surrealista, pero no es un asunto baladí. Es una creencia bastante enraizada en la mentalidad popular: la muerte no tiene lugar así como así, sino que casi siempre es causada por algo o por alguien con malignas intenciones. No puede ser que alguien sea tan desgraciado como para morir así a las primeras de cambio un ataque de malaria... la pregunta del millón es .. “muy bien, ha muerto de malaria, pero ¿quién envió el mosquito que picó a mi familiar?” Pareciera como si uno estuviera destinado a vivir para siempre, pero siempre llega alguien o algo que nos fastidia el invento y nos lleva prematuramente al hoyo (y por tanto no hay nunca “muerte natural” aunque se haya alcanzado ya una venerable edad). Para dar más importancia al tema, los hechiceros locales son normalmente los que más medran y más se benefician de este miedo ancestral a ser atacado no solo por la enfermedad o el mal de ojo, sino por la envidia o la maldad de mis congéneres. Las familias incluso las que tienen buen nivel educativo se gastan sus buenos dineros hacer que el hechicero obtenga todo lo que necesite (cabras, pollos, bebidas alcohólicas, comida o incluso dinero en metálico) para que pueda hacer las adivinaciones sobre las causas de la muerte de la persona en cuestión. Posiblemente éstas recaerán en algún pariente o allegado que pudiera haber tenido alguna pelea o diferencia con el finado. Ni que decir que, hechas tales acusaciones, la vida se convierte en un infierno para la persona acusada. Estas situaciones son las que me hacen creer que la hechicería no es un juego de niños, sino un asunto incluso de orden público y de código penal.

Contribuciones

En cuanto se muere alguien, la primera iniciativa es comenzar a recoger contribuciones o donaciones para el entierro. Huelga decir que aquí hay apenas seguros para contingencias tales como muerte, funerales y entierros. El deceso de un familiar significa que hay que alquilar de todo: coche para transportarlo (aunque no sea funerario), ataúd, quizás un traje, posiblemente empresa funeraria, trabajadores para cavar y adecentar la fosa, tiendas y sillas y sobre todo comida suficiente para saciar a todas las personas que aparezcan para el funeral. Esto suponiendo que no queden pendientes en el hospital de turno facturas que pagar, trámite sin el cual la administración del hospital no dejará que el cadáver salga de sus dependencias.

Todo esto supone un gran esfuerzo económico que está fuera del alcance del poder adquisitivo de la mayoría de la población, y por tanto, hay que recurrir a los amigos, parientes y conocidos para que den un apoyo a la familia. Se organizan listas de personas que inscriben su nombre y contribuyen con una cierta cantidad, que será administrada por comisiones creadas ad hoc. En estas discusiones, el clan de la persona fallecida tiene casi siempre un poder de decisión bastante grande, sobre todo cuando hay diferencias a la hora de determinar dónde se va a enterrar a la persona, circunstancia que por desgracia ocurre bastante a menudo.

De mortuis nil nisi bonum (De los muertos, siempre se habla bien)

Se ve que la antigua máxima de Horacio sigue siendo actual y pertinente en las latitudes africanas. No sé si por miedo de una venganza proveniente de ultratumba o por otra causa, el hecho es que una vez que la muerte se hace presente, parece como si se borrara de la mentalidad colectiva no sólo las debilidades sino también las fechorías del muerto. Esto incluye también a circunstancias de la vida personal del finado que puedan haber contribuido a su muerte, como ocurre desgraciadamente con muchas personas jóvenes que mueren víctimas del SIDA. Esta triste pero dura realidad se suele tapar con excusas, otras enfermedades menos “vergonzantes” y circunstancias atenuantes.

Cuanto más alta esté la persona en el escalafón social, mayor será el esfuerzo por dejar su reputación limpia como una patena, máxime si ha sido un capullo redomado. Recuerdo una vez leyendo la esquela de uno de los comandantes más sanguinarios y crueles de los rebeldes del SPLA en Sudán, uno escuchaba aquello y parecía que el difunto era poco menos que San Antonio de Padua redivivo hablando melifluamente a los pajaritos, cuando en realidad el colega había causado la muerte de miles de civiles y había causado verdaderas catástrofes humanas.

Quizás sea esta actitud una invitación a vivir la vida con más pachorra y con menos rigidez de aquella que rezuman ciertas actitudes justicieras, dejando el juicio definitivo sobre la bondad o la maldad de persona a las instancias del más allá, las cuales tendrán eventualmente más maña que nosotros, pobres mortales, a la hora de separar la paja del grano.

(Continuará)
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