Reverendos chorizos

(AE)
No será hoy la primera vez que afirmemos solemnemente en este blog que uno de los canales más efectivos para timar a alguien en África es la religión. Es tal el respeto que las personas tienen hacia los textos sagrados (sean de la religión que

sea) y los representantes de las diferentes confesiones que la extendida reverencia se convierte en un terreno abonado para la picaresca más descarada e incluso el crimen. El problema es cuando la moral de los líderes religiosos se resquebraja haciendo honor a aquella frase evangélica de que “el espíritu está pronto, pero la carne es débil.”

Esta situación está agravada por el inmenso número de iglesias, sectas, grupos y gropúsculos de la más diversa índole que a veces operan desde unos cuantos metros cuadrados, simplemente con una chabola, una bandera y un tambor. En el barrio marginal de Kariobangui, en las afueras de Nairobi, una oenegé descubrió que en el barrio el número de iglesias superaba con creces al número de letrinas y retretes. Se pueden imaginar la escena.

Pero hoy no venía a contarles acerca de esos pequeños grupos religiosos con apenas medios, sino acerca de un problema que ha surgido en los últimos años y que acapara ya algunos titulares en los rotativos de África Oriental: Entre las iglesias protestantes de corte pentecostal, ciertos reverendos se han hecho famosos por su gran creatividad a la hora de pasar el platillo a la feligresía y sangrarle los hígados si hace falta.

Muchos de los contenidos que se transmiten en este tipo de iglesias corresponden a la doctrina del Evangelio de la Prosperidad (Prosperity Gospel), una teoría surgida entre los evangélicos norteamericanos que defiende que la riqueza material es también un signo de la bendición de Dios y por tanto, cuanto mayor sea la ofrenda a la iglesia, más grande será la bendición divina sobre el feligrés o feligresa en cuestión y – siguiendo la lógica de este enfoque – más rico será el donante en un futuro no muy lejano. Por tanto, el donativo que se da a la iglesia no es otra cosa que una “inversión” privilegiada para que los cielos a su vez respondan derramando sus ubérrimas bendiciones no sólo sobre la familia y los amigos del feliz donante, sino también sobre sus negocios, iniciativas empresariales y acciones bursátiles.

Aquí un aparte: No quiero ni entrar en las consecuencias que se derivan de esta doctrina a la hora de hacer análisis de la situaciones sociológicas de indigencia por parte de la élite espiritual de estas iglesias: “¿pobre? ¡Algo malo habrá hecho!”. Eso para empezar. Los exegetas dirían que volvemos al tiempo del santo Job, cuando una teoría espiritual parecida hacía los furores entre los piadosos judíos de aquel tiempo.

Esta peregrina enseñanza teológica se traduce en una presión añadida sobre cualquier persona religiosa, al ver que no sólo hace falta fe para ser una persona cercana a la esfera de lo divino y espiritual, sino que también hay que apoquinar no sólo de manera regular sino también en ocasiones especiales cuando lo requiera el pastor. A una persona amiga alguien seguidor de esta teoría le dijo... “¿Pero cómo va Dios a oír tus plegarias si no pagas tus diezmos a la iglesia?” Ya ven, prodigios divinos pero previo paso por caja.

Al calor de devociones tan materialistas, estos pastores de los que les hablo han dominado el arte de rizar el rizo a la hora de hacer que la feligresía deje de hacerse la dura y suelte la mosca. Aquí un par de ejemplos reales como la vida misma:

- “ofertorio profético”: esto sería una colecta especial especialmente para ocasiones como Año Nuevo. Se pide a los fieles que hagan en su interior una petición especial para el nuevo año (un coche, un nuevo trabajo, un esposo, una novia, una promoción profesional, etc.) y para ello hay que poner una “semilla profética” en forma de óbolo en un sobre. Lógicamente, cuando más ambiciosa sea la petición, más hay que poner.

- “semillas de milagro”: esta otra versión se está convirtiendo en una de las características de ciertas iglesias pentecostales. Condición previa para poder obtener cualquier milagro (una curación, una promoción profesional, el exorcismo de un espíritu inmundo o la liberación de una maldición) es que el creyente haya manifestado primero su confianza en el Ser Supremo por medio del ofrecimiento de una cierta cantidad de dinero en metálico. Si no se siembra – obviamente – no se puede recoger.

Como se pueden imaginar a la luz de estos ejemplos, las más disparatadas interpretaciones teológicas son a veces aceptadas sin más por almas cándidas y posiblemente necesitadas de cualquier clase de apoyo material, afectivo o espiritual. La emergente clase media de las sociedades africanas es el mejor caldo de cultivo de estas prácticas que han dejado en mantillas financieramente hablando a más de una familia. Incluso algunos representantes de iglesias protestantes están indicando que hay un proceso de vuelta de muchos fieles hacia iglesias “históricas” (principalmente la anglicana y la católica) precisamente porque no hay tanto énfasis en que la salvación personal pase necesariamente la auditoría del cepillo de la iglesia y porque el elemento financiero no se exagera hasta el punto de tener que inventar colectas para fines poco claros, como si fuera un impuesto revolucionario espiritual.

Lo peor de esto es la manipulación descarada de la religión, aprovechándose de la buena fe de unas gentes que apenas tienen lo justo (hablamos de una clase media no muy pujante) y por tanto apenas pueden llegar a final de mes. Estos rufianes parece ser que no han leído los innumerables versos bíblicos dedicados a maldecir a aquellos que se aprovechan del huérfano y la viuda, pero claro, uno no puede esperar que tan hacendosos reverendos tengan tiempo suficiente como para leer toda la Biblia.
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