Una celebracion del Dia de la Mujer entre disparos

Mujeres de África
Mujeres de África

Entre los miles de actos del Día de la Mujer tuvieron lugar ayer en todo el mundo, quisiera compartir el que me tocó vivir ayer (8 de marzo) en Bangui. Me imagino que no saldrá en ningún medio de comunicación. Fue en el Kilómetro Cinco, el barrio de mayoría musulmana, y por causas de fuerza mayor solo pude estar diez minutos.

Nos había invitado el comité por la Paz y la Reconciliación del tercer distrito, donde se encuentra la citada barriada. Allí, en el centro social, se habían reunido unas 40 mujeres, la mayor parte de ellas musulmanas. Algunas de ellas son parte de un grupo de 50 muchachas que -después de mucho esfuerzo y sacrificios por parte de ellas y de sus padres- consiguieron terminar la escuela secundaria el año pasado. Ninguna ha podido acceder a la Universidad.

Teníamos previsto, antes de compartir unas bebidas, tener un dialogo sobre el reciente acuerdo de paz firmado hace un mes entre el gobierno y catorce grupos armados. Por la mañana había preparado copias de un resumen en francés, en la lengua nacional -el sango- y en árabe. Pero cuando me preparaba para tomar la palabra la tranquilidad del ambiente se vio de repente interrumpida por siete disparos que sonaron muy cercanos. Me sorprendió que nadie se inmuto. La persona que hablaba en aquellos momentos se dirigió a mí y a mi compañero, esbozo una media sonrisa e intento lanzarnos un mensaje de tranquilidad: “No os preocupéis, aquí estamos seguros”.

A duras penas intente componerme. El sonido inequívoco del fusil Kalashnikov me ha acompañado en los países africanos donde he trabajado -Uganda, Republica Democrática del Congo y República Centroafricana- desde mediados de los años 80. Por mucho que me haya visto en situaciones donde de repente empieza un tiroteo nunca me acostumbrare y el corazón me bombea a doscientos por hora desde el momento en que escucho la primera detonación. Por la mañana me había sorprendido, cuando salía de una reunión en el mismo lugar, cruzarme con un muchacho de tal vez no más de quince años que caminaba con un fusil en la mano. Hacía tres meses que no veía a nadie circular con armas en el Kilómetro Cinco e intuí que algo no andaba bien.

Cuando me disponía a hablar sonaron dos nuevas detonaciones. Para entonces, uno de los organizadores había salido fuera para informarse sobre lo que pasaba. Sin mediar palabra se montó en su moto y nos hizo señas a mi compañero y a mí para que le siguiéramos. Me dio pena tener que salir tan deprisa. Tras montarnos en el coche, le seguimos por dos callejuelas para conseguir alejarnos de la avenida principal donde parece ser que la cosa se ponía fea. En pocos minutos conseguimos salir del barrio. Poco después nos enteraríamos de que una persona había resultado herida. ¿La causa? Al parecer, uno de los grupos armados mafiosos del barrio tuvo un rifirrafe con un grupo de comerciantes que se había negado a pagar el impuesto ilegal que las milicias imponen. La tensión subió y el jefecillo dio entonces orden a sus chicos de dirigirse a la puerta de esos comercios y de realizar tiros para intimidarlos. La situación habría degenerado aún más si no hubiera sido por los cascos azules ruandeses que acudieron a la zona conflictiva y consiguieron que los bandidos se marcharan sin realizar más estragos.

Lo que me resulto más sorprendente es que las mujeres siguieron con su reunión como si no pasara nada. Me dio pena no poder estar más tiempo, y durante el resto del día no pude dejar de pensar en que, para nosotros, cuando ocurren este tipo de incidentes siempre podemos salir fuera de la zona de peligro en unos pocos minutos. Las mujeres que estaban allí no pueden permitirse ese lujo. Como el resto de sus vecinos, ellas han vivido estas situaciones, y otras mucho peores, desde el ano 2013. Las que se ganan la vida vendiendo en el mercado apenas podrán recoger sus pocas pertenencias y el dinero que hayan podido ganar ese dia, y correr para ponerse a salvo sabiendo que al día siguiente no tendrán más remedio que volver al mismo lugar.

Y las muchachas que no han podido acceder a la Universidad volverán a sus casas, sabiendo que, además de no poder tener las mismas oportunidades que otros jóvenes, seguirán viviendo en un barrio donde, cuando menos lo esperas, una ráfaga de kalashnikov te recuerda que no eres libre de ir donde quieres.

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