La maldición de la esterilidad

Ella se llama Natalia, pero podría tener otros muchos nombres. Es una mujer muy preparada, entregada en cuerpo y alma a su trabajo de maestra, es respetada y querida no sólo por sus alumnos sino también por las muchas personas que tratan con ella. Además, es honesta y trabajadora, no se le caen los anillos cuando tiene que ensuciarse las manos trabajando la tierra, plantando cacahuetes o sésamo, o limpiando de hierbas del campo o cocinando para los demás cuando llega un día de fiesta.
Natalia es, todo el mundo lo dice, una mujer que vale su peso en oro, pero ella está confrontada con algo que aquí en África suele ser un hueso durísimo de roer: Natalia no tiene hijos, no puede tenerlos pues sus órganos reproductores están bloqueados y los doctores a los que ha ido no le han podido solucionar su problema. Cuando uno la mira de lejos, a veces jugueteando con algún niño que haya por aquí, no hace falta mucha psicología para ver a través de sus gestos pletóricos de cariño que daría lo que fuera por tener un hijo propio, como aquella Yerma lorquiana anhelante por transmitir la vida que bulle en su interior.
Nunca me he atrevido a hablar con ella de este tema, me parece violar la intimidad de un asunto que debe ser para ella, precisamente ahora en los años de su juventud, una constante herida abierta. Socialmente, la gente la mirará cuando menos con algo de desdén, ya que, en África, una mujer que no “da hijos” al hombre baja muchos enteros en la escala social y, lo que es peor, en su propia autoestima como persona y como mujer.
En estos casos, la presión de la familia y del entorno del marido es considerable; de todas partes le animarán a que abandone a ésta mujer estéril (están casados tradicionalmente, pero no por la iglesia ni por lo civil) y a que se busque otra. Y como en África no hay secretos, pues ya ha salido a la luz aquello que más de uno nos temíamos que iba a pasar: el marido no la ha repudiado, pero ha acudido secretamente a otra mujer del poblado, la cual está ya para dar a luz un hijo engendrado por él. Este hecho posiblemente la convertirá en su segunda mujer. Sin duda, este gesto aumentará más si cabe el dolor y la falta de autoestima de Natalia, aunque parece ser que ella exteriormente acepta la situación como un hecho consumado que ella ya no puede cambiar.
Resulta curioso observar qué similar es esta manera de pensar a la mentalidad bíblica, con su profunda preocupación por la descendencia. Mujeres atormentadas por la esterilidad han jugado papeles fundamentales en la Historia Bíblica) y curiosamente, la Biblia hace referencia a la superación de esta contrariedad humana, de la que Dios se sirve para llevar a cabo su proyecto de amor, reconciliación y liberación.
Por desgracia, aquí todavía no ha llegado esa dimensión liberadora. Si en todos los lugares del mundo hay parejas preocupadas por la falta de hijos, aquí el problema se agudiza hasta el punto de destruir uniones hasta cierto momento venturosas y felices, rompiendo lazos unidos tanto por ritos tradicionales como por religiosos.
Aunque la falta de hijos sea un problema lamentable, paradójicamente, África sería sin duda el continente donde una adopción dentro de la misma familia, tribu o clan, podría llevarse a cabo prácticamente sin papeleos ni burocracias oficiales. Las guerras, el hambre, y en los últimos años el sida, están devastando generaciones enteras y dejan detrás de sí un ejército de huérfanos que necesitarían más que nadie el calor de una familia y especialmente la presencia de unos padres que suplieran a los que han fallecido.
Parejas como la de Natalia podrían ser pintiparadas para amparar tales casos, tan numerosos en esta África desgarrada, pero por desgracia se constata que, a pesar de todo, la sangre tira mucho y quiere dejar su impronta vital de hijos propios, sea al precio que sea y sin cuestionar medios o personas. Tantas preguntas y la dura realidad que veo me cuestionan profundamente. No encuentro palabras para consolar a Natalia, me gustaría decirle... tantas cosas, como que su vida, aún sin hijos, tiene un gran sentido y que ella, como educadora y responsable de la formación de tantos niños, tiene un crucial papel en la vida y la historia de este pueblo. Ojalá ese deseo bíblico de llamar dichosa a la que no crió y fue desechada se cumpla en Natalia, en tantas Natalias de esta África de principios del milenio.