Las supuestas lapidaciones de mujeres en Senegal, "pais arabe"

En Espana, es bastante comun que personajes famosos hagan gala de una enorme ignorancia al hablar de temas politicos o sociales. Lo malo es que mucha gente parece creerles a pie juntillas. Es la nueva tirania del simplismo que apela a las emociones, y no a la razon.

No suelo leer entrevistas de personajes del mundo del espectáculo, pero hace pocos días hice una excepción y el párrafo que reproduzco a continuación casi me hizo caerme de la silla: “Yo echo en falta que esas señoras beligerantes feministas españolas se vayan a la puerta de la Embajada de Senegal o de cualquier otro país árabe donde todavía siguen lapidando a las mujeres”.

El autor de este disparate no es otro que el ínclito Bertín Osborne, que al parecer conoce Senegal como la palma de su mano, hasta el punto de calificarlo de “país árabe”. Pero no es la supina ignorancia de quien confunde a un árabe con un wolof o un peulh lo que más me llamo la atención, sino el que proclame sin ningún atisbo de duda que en este país (no estoy muy seguro de que sepa que se encuentra en África Occidental) “todavía se sigue lapidando a las mujeres”. Un ejemplo más de como la ignorancia es muy atrevida.

No he estado nunca en Senegal, pero para conocer unas cuantas cosas esenciales sobre este país a los españoles no nos resultaría indispensable dar un salto allí. En España viven miles de inmigrantes senegaleses que, por cierto, fueron de los primeros africanos subsaharianos en llegar a nuestro país y basta hacer un esfuerzo con relacionarse con ellos, cosa que no es difícil en absoluto. En lugares como el Maresme catalán -donde empezaron a llegar en los años 70 para trabajar en tareas agrícolas- hay ya muchos de ellos que son de segunda, e incluso de tercera generación. La mayor parte de sus padres -o incluso abuelos- hicieron un gran esfuerzo por aprender el castellano y el catalán e integrarse en la sociedad que les acogió, haciendo gala de uno de los rasgos que define al pueblo senegalés: su apertura y su capacidad de adaptarse a otras sociedades donde han emigrado para ganarse honradamente la vida a base de mucho trabajo y una honradez a prueba de bomba. Cuando vivía en Madrid me gustaba frecuentar el barrio de Lavapiés, donde siempre que podía entraba a comer en uno de los tres restaurantes senegaleses que existen allí. Tuve relación con algunas de sus asociaciones, incluida la de “manteros” que siempre han reivindicado con toda la razón del mundo que sobrevivir con el comercio informal no es ningún delito.

Sí que he tenido mucho más trato con senegaleses en mi trabajo con Naciones Unidas. He tenido y sigo teniendo grandes compañeros y compañeras muy bien preparados y grandes trabajadores, que son un ejemplo de excelentes profesionales. Y una de las cosas que me ha llamado la atención el gran respeto con el que tratan a las mujeres, lo que me hace pensar que es la regla en su país. Cualquier persona medianamente informada habrá tenido noticia de casos de mujeres condenadas a ser lapidadas en lugares como el Norte de Nigeria o en Afganistán, pero no en Senegal.  Por cierto, recuerdo muy bien las campanas internacionales que se han desarrollado -en algunos casos con mucho éxito- para impedir estas lapidaciones, campanas en las que han participado miles de personas en España de todos los colores políticos, incluidas las que nuestro conocido personaje del mundo de la farándula llama “beligerantes feministas”.

Sería muy difícil que en un país como Senegal pudiera echar raíces una mentalidad integrista islámica por varias razones. Primero, porque allí los musulmanes (que son el 95% de su población) practican un Islam muy moderado. El famoso artista y exministro senegalés Youssou N’Dour (por cierto, mucho mejor como cantante e infinitamente más culto que el señor Osborne) lo expreso una vez muy bien: “En Senegal vamos por la mañana a la mezquita y por la noche a la discoteca”.  Y, segundo, porque es el único país subsahariano -junto con Botsuana- que desde su independencia (en 1960) ha tenido siempre un sistema democrático multipartidista y una sociedad civil que ha velado por que se respetaran las reglas del juego, derechos humanos incluidos. Uno de los aspectos de esta tradición democrática es el arraigo que tiene en Senegal el concepto de laicidad del Estado, algo evidente, por ejemplo, en el hecho de que en un país con apenas un 5% de cristianos haya más fiestas oficiales cristianas (Navidad, Pascua, Asunción, etc) que musulmanas. Sin olvidar que su primer presidente, Leopold Sedar Senghor, fue un católico practicante que no tuvo ningún problema en ser aceptado por una sociedad mayoritariamente musulmana.

Así que no ceo que en España tengamos motivo para ir a la Embajada de Senegal y protestar ni contra la lapidación de mujeres ni por ningún otro motivo, ya que en muchos aspectos de democracia y de respeto a los derechos humanos nos dan sopas con honda.

Una vez más, he vuelto a recordar una frase que le escuche a mi amigo el periodista Ramón Lobo en Uganda: “por desgracia, los periodistas nos pasamos la vida hablando de personajes que no se merecerían ni una línea en nuestros medios, o -lo que es peor- dándoles cancha para que hablen”.

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