El triste panorama de un pueblo resignado

(AE)
Ya comienzan a acomodarse los posos de las pasadas elecciones en Uganda. Nueva y aplastante como previsible victoria del partido oficial – lo verdaderamente

sorprendente hubiera sido que no hubieran ganado.. ¡con los ingentes recursos mediáticos y financieros que han tenido a su disposición! – y nuevo cheque en blanco de 5 años para que el presidente y su amplia cohorte parlamentaria sigan haciendo y deshaciendo a su antojo. Eso sí, con recursos financieros que no cuenten, porque han desplumado las arcas del estado y se las van a ver y desear para poder incluso hacer frente a los gastos ordinarios así que imagínense lo que pasará con los extraordinarios.

Pero bueno, no todo está perdido, siempre está el recurso de apoyarse en los países donantes que saben muy bien que Uganda es literalmente la piedra clave de esta caótica bóveda en la que se ha convertido África del Oeste, con grietas amenazantes como son los conflictos abiertos del Este de la República Democrática del Congo y Somalia y las incipientes e imprevisibles manchitas de humedad que se ciernen sobre países como Kenia o el futuro Sur Sudán. Ante esta realidad, los donantes y la comunidad internacional ven esencial que para mantener erecto el chiringuito – y también para poder beneficiarse del grifo petrolífero que se abrirá el año que viene -, Uganda siga siendo estable, incluso a costa de tener que tragar algún sapo y reírle las gracias al régimen. Al final, ya se sabe, se sacrifica todo con tal de salvaguardar intereses geoestratégicos y por tanto... cheque al canto.

¿Y la gente? No me hagan esa pregunta criaturitas ingenuas y desaforadas... eso es harina de otro costal. Por lo que he podido ver en estos días, ni siquiera los que han votado al partido ganador expresan alegría alguna... cómo estará la cosa; quizás sea porque son conscientes de que no va a haber cambio alguno. Han votado simplemente para asegurarse alguna prebenda más o menos substanciosa según la clase del apoyo recibido, en algunos casos habrá sido un kilo de azúcar, una camiseta o un simple vaso de aguardiente peleón a cambio de un voto.

Imagínense cómo está el tema del cambio que incluso la perspectiva de una sucesión de Museveni provoca respingos de ansiedad en más de uno... después de Museveni con casi 30 años en el poder cuando acabe este periodo presidencial ¿quién lo sucederá? No nos metamos ahora mismo en camisa de once varas. A lo que iba, aquí no va a haber cambio, eso está claro. La corrupción seguirá institucionalizada y los planes de desarrollo seguirán siendo substituidos por “regalos estratégicos” a regiones, grupos o individuales según conveniencia y calendario adecuados.

Dicen que la cualidad mayor de un líder es la de poder inspirar a todo un pueblo. Lo vimos con la campaña presidencial de Obama. Pudo ilusionar no solo a un pueblo sino que su influencia llego mucho más allá de las fronteras de su electorado. Aunque el balance de su gestión sea ahora mismo agridulce, podemos decir que por lo menos el hombre intenta poner en movimiento el cambio que prometió... aquí ha habido cientos, miles de promesas, pero la gente ya es lo suficientemente lista como para comprender que toda esa verborrea “son exigencias del guión.”

Ahora que veo en televisión los rostros de los activistas en diferentes países del Norte de África y el Golfo, dispuestos incluso a sacrificar la vida por unos valores de libertad y democracia que dicen defender... miro a este pueblo ugandés y se me cae el alma a los pies, pues lo que veo a mi alrededor no es otra cosa que resignación. Estos políticos y politicachos han conseguido un objetivo crucial: quitar la ilusión de la gente y de paso meter miedo. El presidente dijo una vez que no votarlo a él supondía una clara vuelta a la guerra... quizás sea eso lo que han pensado muchos y han decidido continuar con el mal conocido, haciendo honor a aquella frase de la histórica canción de Jarcha “gente que tan solo quiere / su pan, su hembra / y la fiesta en paz.” Virgencita, que me quede como estaba.
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