Adviento y Escatología

Este tema exigiría un tratamiento más amplio. Aquí presento solo un apunte. Lo primero que quiero decir es que el Adviento no es algo así como una gran novena que nos prepara para las fiestas de Navidad. Ni la Navidad se define como el aniversario del nacimiento de Jesús en Belén, adorado por los pastores y aclamado por los ángeles en el cielo. A mi juicio debemos remodelar el imaginario si queremos entender y vivir a fondo el Adviento y la Navidad.

La clave para interpretar este conjunto litúrgico nos la brindan las lecturas evangélicas dominicales que preceden al Adviento y presiden su comienzo. Me refiero a las lecturas de los dos últimos domingos antes de Cristo Rey y a las del primer domingo de Adviento. Esas lecturas recogen los discursos escatológicos del Señor. Ahí aparece la descripción de su última venida y el cataclismo cósmico que la acompaña, típico en el lenguaje apocalíptico. Son alusiones a la última venida del Señor. Junto a estas alusiones aparece también la insistente invitación de Jesús a la vigilancia, a estar preparados, despiertos, con las lámparas encendidas. Porque él vendrá cuando menos lo pensamos.

Estas lecturas presentan el marco espiritual en que se mueve la esperanza del Adviento. Porque la esperanza representa la actitud de la comunidad cristiana durante este tiempo. Pero, por lo que estamos viendo, esta esperanza no apunta precisamente a la fiesta de Navidad; su horizonte es mucho más amplio, de dimensiones sorprendentes. El Adviento viene a ser algo así como el paradigma de la vida cristiana, entendida como un camino de esperanza, una peregrinación hacia la venida del Señor. El Adviento es un ensayo, una prueba, un adiestramiento. Nuestra vida es un gran adviento. La liturgia no se queda en las sacristías, en el mundo de las ceremonias, sino que sale a la calle, a la vida de cada día.

A partir del día 18 de diciembre la liturgia del Adviento se cierra y apunta hacia el acontecimiento histórico del nacimiento. La esperanza se estrecha. Pro el objetivo no cambia. Aparte los envoltorios históricos que embellecen el acontecimiento de Navidad, aquí seguimos esperando una venida. Navidad es la manifestación, la Epifanía del Señor. Es la aparición del Señor, su venida revestido de hombre. Pero esta venida no se agota en Navidad. La venida en plenitud del Logos eterno culmina en la Parusía, el Día del Señor por antonomasia. Podemos decir que la venida histórica en Belén, culmina en plenitud al final de los tiempos.

En ese sentido hablamos de una sola esperanza y una sola venida desdoblada. Una sola venida y una sola esperanza.Pero tenemos que remodelar nuestras devociones y nuestras experiencias litúrgicas. Hay que reconducir el ropaje histórico que rodea a la Navidad y dotarla de un sentido trascendente. Una dimensión nueva.

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