Apostar por el futuro y transformar el presente

La experiencia del adviento tensiona nuestra vida de manera formidable. Nos lanza inexorablemente hacia el futuro, pero no nos exime de nuestros urgentes compromisos de cara al presente.  Esta es la dinámica de la esperanza escatológica. Fija nuestra atención en el futuro; porque es el acicate que estimula y activa nuestra esperanza. Al mismo tiempo, nos vemos urgidos a enfrentarnos con el presente para transformarlo y encaminarlo, en el horizonte del Reino de Dios, hacia las grandes metas de la promesa. En esta tensión formidable se mueve la experiencia cristiana.

Pero no nos podemos quedar extasiados soñando este futuro. Vivimos en la historia, inmersos en una sociedad que lucha por salir a flote. Los que creemos en Jesús sabemos que formamos una gran comunidad de peregrinos, de caminantes, que no podemos instalarnos plácidamente en este mundo. Nuestra tarea consiste en ser levadura, fermento de una nueva humanidad. A la luz y por impulso del futuro de Dios, a la vista de los bienes escatológicos contemplados en la esperanza, tenemos que transformar el presente; tenemos que cambiar las estructuras de esta sociedad ajustándolas a la medida de los valores del Reino. Esos son los grandes parámetros, los grandes logros anunciados y prometidos por Jesús: el amor fraterno y universal, una sociedad sin ricos y pobres, con un reparto solidario de los bienes, con una justicia limpia impartida por igual para todos, en un clima de paz y de respeto. Este es el panorama de la gran escatología futura, diseñado por la promesa mesiánica, que ha de guiar e impulsar nuestra acción transformadora en el presente. Solo así podremos encauzar a esta sociedad nuestra hacia el futuro de las promesas, hacia la gran utopía del Reino.

Pero, además, para poder contribuir a la regeneración de nuestra sociedad y encarrilarla hacia el futuro de Dios, tenemos que denunciar todos los obstáculos que se oponen a la transformación de la sociedad y a la implantación de los valores escatológicos. Nuestra contribución a la transformación del presente implica también una dura vocación de denuncia profética. Es la otra cara de nuestro compromiso, la más arriesgada y comprometida: denunciar y condenar las injusticias, el abuso de poder, las guerras fratricidas y las violencias, el injusto reparto de la riqueza y la explotación cruel de los pobres. Todo esto se opone al gran proyecto de Jesús y entorpece nuestro caminar en la esperanza hacia el futuro de Dios.

Este es el proyecto de Jesús desde la esperanza del adviento: mirar y caminar hacia el futuro, en la esperanza, comprometidos en la transformación del presente, en que vivimos, inmersos en una sociedad rota y desilusionada.

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