Comer la pascua y padecer la pascua

No me la he inventado yo. La expresión aparece, nada menos, que en una homilía pascual del siglo II. El autor de la homilía se llama Melitón; es obispo de Sardes.

Llama “pascua comida” a la que celebró Jesús en la última cena, con sus amigos y discípulos. Fue una cena ritual, de despedida, en la que Jesús entregó a sus discípulos el memorial de su entrega pascual en la cruz para la vida del mundo. Ese memorial consistía en una comida fraterna, en la que son compartidos el cuerpo y la sangre del Señor, su Vida entera entregada y rota, a través del pan y del vino. Esa es la pascua comida, la pascua del banquete, la pascua ritual.

Pero la “pascua comida” no tiene sentido, no existe, si no se da, como soporte imprescindible, la “pascua padecida”. Si Jesús no hubiera entregado su vida dramáticamente el viernes, para nada hubiera servido la cena del jueves. Sin “pascua padecida” no existe la “pascua comida”. Sin la pascua del viernes, la pascua del jueves no es memorial de nada. La celebración no vale si no está verificada en la vida.

Nos aplicamos esta historia. Nuestras eucaristías, por muy sentidas que aparezcan, de nada sirven si no vivimos el compromiso de la entrega y de la fraternidad solidaria.

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