Esperar desde un mundo roto

El domingo que viene entramos en Adviento. Estamos repitiendo hasta la saciedad que la actitud espiritual a la que nos invita la liturgia de Adviento es la esperanza. Este espacio de tiempo viene a ser como un entrenamiento,  un ensayo de algo que penetra y abarca toda nuestra vida. Porque nuestra vida es un caminar en la esperanza, una peregrinación hacia los bienes mesiánicos, hacia un cielo nuevo y una tierra nueva, cuando Cristo sea todo en todas las cosas, cuando ya no haya ni llanto, ni duelo,  ni tristeza. Ese es el futuro que esperamos. Lo hacemos así porque nuestra espera está avalada por las promesas liberadoras de Dios; su palabra es firme y sus promesas seguras. Ese es el apoyo de nuestra esperanza.

Pero en este comentario deseo añadir una pequeña glosa. Nuestra esperanza se apoya, como acabo de asegurar, en las promesas divinas. Esto es cierto. Pero el arranque que nos proyecta hacia un futuro nuevo, distinto del presente que tenemos, es precisamente la experiencia nefasta de un presente perverso, cargado de calamidades y desgracias. No quiero ser pesimista, pero debemos reconocer si somos sinceros que este mundo, en el que vivimos, se ha convertido en una maldición. Aparte la imperdonable pobreza que está asolando a inmensas capas de la sociedad mundial, la explotación injusta y despiadada de pueblos enteros, sometidos a la marginación y a la esclavitud, el abandono y la discriminación vergonzosa de mujeres, niños, ancianos y enfermos; aparte toda esta carga de inmundicia, estamos

padeciendo hoy la inclemencia del cambio climático,  la invasión de Ucrania, el deterioro catastrófico de la situación económica internacional, los efectos devastadores e inhumanos de la invasión rusa en Ucrania; y para colmo hemos sido azotados por una epidemia implacable, el covid19. El panorama de este mundo roto, nos obliga a rechazar de raíz este presente, y a abrir ansiosamente los ojos hacia un futuro nuevo, distinto de este presente; un mundo en el que los hombres nos acerquemos, nos reconozcamos hermanos y seamos capaces de construir la paz; un mundo donde nos respetemos, reconozcamos nuestra dignidad humana, patrimonio inédito común, donación del Creador.

Aquí nace la esperanza: El descrédito de este mundo presente  aviva en nosotros el anhelo y la búsqueda de horizontes nuevos. El peregrinar en la esperanza se realiza bajo dos frentes; por una parte, debemos luchar para transformar la situación perversa en la que vivimos, transformando las armas de guerra en instrumentos de trabajo y de paz. Esta lucha debemos llevarla a cabo conscientes de que nuestros logros aquí siempre serán provisionales e insuficientes; sólo cuando el Señor venga y establezca en plenitud su Reino nuestras esperanzas se verán cumplidas.

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