Tiempo Ordinario: "Cada primer día de la semana"

La estructura dominical marca el ritmo ordinario, el devenir cotidiano de los días, las semanas y los meses. El domingo va marcando, semana tras semana, el paso del tiempo. Durante el llamado “tiempo ordinario” ya no hay fiestas especiales, ni ciclos. El domingo es como un punto de apoyo en el que se sostiene el deambular del tiempo. Es el día del Señor. Semana tras semana las comunidades cristianas y las parroquias hacen  memoria y dan gracias porque Dios nos ha regenerado y nos ha hecho revivir con los misterios de su pascua liberadora, con su muerte y resurrección. Cada domingo nos sumergimos en el torrente de luz y de vida que para nosotros representan los misterios pascuales.

Esta experiencia nos remite, nos catapulta, a la primitiva situación de la Iglesia, al ámbito arcaico y originario de los primeros tiempos, cuando aún no existía la colosal estructura del año litúrgico, cuando había una sola fiesta, y cuando el correr del tiempo sólo descansaba en la fracción del pan del primer día de la semana y en la celebración anual de la pascua.

Este es el tiempo de la gran espera, el tiempo del marana tha constante, impetuoso, clamando con ansiedad la venida del Reino. Las comunidades cristianas, instaladas en sus Iglesias, peregrinan activas y hacendosas por los caminos de la historia; estas comunidades están llamadas a ser signos de esperanza y de liberación, sacramentos de reconciliación y de paz; su cometido esencial es emplearse a fondo para la construcción del Reino, impulsar la fraternidad solidaria, abrir los brazos y ayudar a las gentes marginadas y oprimidas. Esa es, sin duda, la vocación imperiosa de las Iglesias que peregrinan entre nosotros; esa será la forma de convertir nuestras liturgias en fuentes fecundas de vida y de renovación. Esa será la forma de evitar que nuestras liturgias se conviertan en una parodia. Esa es mi preocupación constante.

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