Entre la ética y la doxología

Manejamos con frecuencia palabros (¡!)  insufribles. Lo reconozco. La palabra “ética” la entendemos sin dificultad. Nos referimos al comportamiento humano, a la significación moral de nuestras acciones. Más compleja es la palabra “doxología”. Proviene del griego: Doxa (= gloria, alabanza) y logos (= palabra). Resultado final: “palabra de alabanza”, de glorificación.

En nuestro comportamiento espiritual, al adentrarnos en lo profundo de nuestra conciencia para encontrarnos con el Dios transcendente y personal, solemos mirarnos a nosotros mismos, pasamos revista a las cosas que hemos hecho mal, nos lo echamos en cara y nos lo reprochamos; pedimos perdón a Dios. Y le rogamos que nos ayude, que nos conceda su gracia, que nos de fuerzas para luchar contra las injusticias y los egoísmos. A la postre le damos gracias por la ayuda que nos concede. Todo eso está muy bien.

En cambio yo apuesto por una actitud diferente. Prefiero fijar mi mirada en él y no estar tan pendiente de mí mismo. Prefiero fijarme en la grandeza de Dios, en su bondad infinita, en su amor desbordante a los hombres, en su sabiduría poderosa y llena de luz. En vez de pedirle cosas y llorar ante él, prefiero alabarle, glorificarle, bendecirle, proclamar su gloria, aunque sea en el rincón silencioso de mi corazón; decirle que él es grande, que es la fuente de la vida y de la santidad.

En resumidas cuentas, por encima de las preocupaciones de la moral y del compromiso, prefiero dar rienda suelta a la alabanza y la doxología. E

n vez de volcar mi atención sobre mí mismo, prefiero que mis ojos se posen en él.

Volver arriba