La reunión de los dispersos
Esa es la meta, el gran sueño escatológico. Cuando todos podamos sentirnos llamados y convocados; cuando se rompan las diferencias y las enemistades; cuando todos nos sintamos comensales de la gran mesa del Reino a la que el Mesías nos invita; cuando todos nos sintamos, en el horizonte del Apocalipsis de Juan, una comunidad de hermanos, una gran familia, la gran familia universal.
Entonces todo será nuevo y joven; ya no habrá nada que nos enfrente, ni odio, ni envidias, ni violencias, ni sangre, ni muerte, ni luto, ni llanto. Las espadas se habrán convertido en arados, las armas de guerra en instrumentos de trabajo. Extenderemos la mano para saludarnos y no para pelearnos; y los brazos, no para derribarnos, sino para abrazarnos.
Pero este acercamiento debemos ir construyéndolo poco a poco entre todos. Es la gran tarea, el gran reto, que se nos plantea hoy a los hombres de nuestro tiempo, creyentes o no, sean cuales sean los colores políticos que profesamos. Los que creemos en Jesús y damos crédito a su promesa, nos sentimos doblemente empeñados. Porque se palabra, siempre fiel y segura, ha sembrado en nuestros corazones un resorte de esperanza.