Del ritualismo, líbranos, Señor

Este es el título de uno de mis últimos libros. El subtítulo da la clave para entender su contenido: Apuesta por una liturgia confirmada en la vida. Lo ha publicado la editorial del Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona en febrero de este año. Es un asunto que me viene preocupando desde hace tiempo. Hay que distinguir  con vigor el mundo de lo celebrativo del de nuestra existencia cotidiana habitual en nuestra casa y en la calle. Una celebración litúrgica que no se proyecta en la vida, en el quehacer diario, en nuestro comportamiento, es seguramente una liturgia vacía, carente de verdad. Si vas a misa el domingo y, al salir, resulta que no pasa nada, que todo sigue igual, debes preguntarte si esa celebración ha sido auténtica. Tenemos que sacar la liturgia de la sacristía y llevarla a la calle.

Desde la experiencia celebrativa somos conscientes de que hay un escandaloso divorcio entre la celebración litúrgica y la vida. De ello somos testigos todos los que seguimos de cerca la vida litúrgica de las comunidades. A todos nos preocupa la inoperancia de las celebraciones, la pasividad de los participantes, la insensibilidad de muchos pastores, la monotonía, el ritualismo endémico y el aburrimiento de nuestras liturgias. Sobre todo, y por encima de todo, nos preocupa la incoherencia, la falsedad; la falta de armonía entre lo que celebramos y lo que vivimos, entre lo que decimos y lo que hacemos, entre lo que profesamos y lo que practicamos. Constatamos que muchas de nuestras celebraciones litúrgicas son chatas, sin nervio; carentes de arraigo, sin proyección en la vida, insensibles ante los exigentes compromisos de la vida cristiana. Nuestro quehacer diario discurre por caminos que nada tienen que ver con el horizonte evangélico de la liturgia.

De esta preocupación nace este libro. Lo que he buscado en mis escritos anteriores ha sido preferentemente salvar la pureza de las celebraciones, su perfección,  su dinámica interna, la participación activa y consciente de los fieles. He sentido siempre la urgencia de impulsar el fervor celebrativo de los fieles, animándoles a una liturgia creativa y participada. En este momento, sin embargo, mi preocupación se mueve en un horizonte más pleno. Mi pretensión va más

allá de lo puramente celebrativo, de lo ritual. Intento ahondar en el sentido de la liturgia que celebramos y descubrir las implicaciones existenciales y vitales que conlleva, adentrarme en la significación ética y exigente de la liturgia. Quiero a toda costa salir al paso al permanente riesgo de ritualismo y de apatía que acecha a nuestras liturgias. Tengo el convencimiento de que en cada celebración litúrgica debe pasar algo, algo que nos atrape y nos  subyugue, algo que nos transforme. No podemos salir de una celebración eucarística igual que entramos. La celebración debe marcar nuestras vidas, debe llenarlas de sentido y de estímulos vitales. Ahí estamos. Ese es el horizonte en el que deseo moverme en este escrito.

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