Jacinta y Francisco, ¿Santos?

Durante varios años, en la Curia Romana, fui el encargado de estudiar presuntas apariciones y presuntos fenómenos misteriosos. En mi libro ROMA VEDUTA. MONSEÑOR SE DESNUDA, dedico un capítulo a "apariciones y revelaciones". En otros capítulos me pronuncio sobre milagros y canonizaciones.
Se comprende, pues, que la noticia de que en mayo el papa Francisco canonizará a Jacinta y Francisco, los dos niños videntes de Fátima, me incite a intervenir.

El Cristianismo, desde sus orígenes, ensalzó a los mártires llamándoles santos. Sin milagros. Pasaron algunos siglos y al elenco de los santos mártires se añadieron los confesores. Eran cristianos/as ejemplares no mártires. También, sin milagros. Inicialmente, ni siquiera los obispos locales participaban obligatoriamente. Surgieron excesos y abusos. Sólo en la Edad Media, siglo XIII, se regularizó la canonización y se reservó al obispo de Roma. Diversa fue y es la normativa en los diversos patriarcados cristianos.

La Congregación para las Causas de los Santos fue creada como autónoma por Pablo VI en 1970. Con anterioridad, desde el siglo XVI, era una sección de la Congregación de Ritos. A partir de entonces, surge un insospechado incremento de beatificaciones y canonizaciones que, tangencialmente, produce importantes ingresos para el Vaticano. El tradicional elenco de los santos se duplicó. Juan Pablo II beatificó y canonizó a más personas que todos sus antecesores juntos.

Precisamente, Juan Pablo II dictó la Constitución Divinus perfectionis magister (AAS, 75, 1982, 349-255). Simultáneamente la S. Congregación para las Causas de los Santos emitió las Normae servandae in inquisitionibus ab episcopis faciendis in causis sanctorum promulgandis (AAS 75, 1983,396-403). Con estos documentos se modificaban y actualizaban las relativas normas.

En el Catolicismo, hay dos vías bien distintas en el camino de la santidad canónica. Una es la del martirio por causa de la fe. Otra es la vía de las virtudes heroicas. El proceso suele ser muy complejo. Publicaciones, actor, censores teólogos, testigos, relatores, postulador residente en Roma, peritos, cardenales...Antes de pasar a Roma, el proceso se realiza en la diócesis en que murió el candidato. Si el Papa o la Curia están interesados en una causa de canonización, los trámites y los plazos se restringen, a veces descaradamente. Para la introducción de una causa de beatificación, el Vaticano exige ahora que transcurran cinco años a partir de la muerte. Antes eran cincuenta años. Los candidatos han debido fallecer con fama de santidad, y ésta ha de ser constante y difundida.

No basta la verificación de virtudes heroicas. La actual normativa vaticana exige milagros. Hasta hace pocos años, se requerian dos para beatificación y dos para la canonización. Hoy basta uno para cada etapa del proceso. Los mártires por la fe no necesitan milagro. Sorprendentemente, el Papa "dispensa" de los milagros cuando lo cree conveniente. Lo hizo Pablo VI con Juan de Ávila y lo hizo Francisco con Juan XXIII.

Es explicable que la Iglesia institución ensalce a algunos miembros ejemplares. Lo hacen los pueblos con sus próceres o líderes. Pero la exigencia de milagros para beatificación y canonizaión resulta chocante. Lo primero que salta a la vista es que todos los milagros son de tipo sanitario. Siempre se refieren a enfermedades funcionales. El testimonio de los médicos sólo llega a que esa enfermedad era incurable al estado actual de la ciencia. No más. Decir que el fenómeno es inexplicable por causas naturales sólo significa que ignoramos la totalidad de las fuerzas naturales.

Además existen otros campos presuntamente susceptibles de una intervención del Todopoderoso y que reducirían la sospecha de fuerzas naturales todavía – y siempre – desconocidas. ¿Por qué un candidato a santo no atiende al devoto que implora la desaparición de los arsenales atómicos de las potencias? ¿Por qué no paraliza tsunamis destructores? ¿Por qué no resucita a alguien famoso benefactor muerto hace cincuenta años? Y, limitándonos a lo sanitario, ¿por qué no cura repentinamente a todos los afectados por el cáncer, por la sordera o por la ceguera y no sólamente a un individuo?

Esto nos lleva a la aparente discriminación divina. Repugna a nuestra razón que el Dios bueno y justo recompense con la salud sólamente a uno entre muchos que sufren idéntica enfermedad.


La canonización de los dos niños videntes de Fátima reviste claro carácter de oportunismo. Sabemos que, por principio, Roma se opone a todas las apariciones y revelaciones. Sabemos de las reticencias religiosas y científicas a todas las apariciones de la "Señora". Roma se adueñó, finalmente, del fenómeno Fatíma por proselitismo. La canonización de los niños Francisco y Jacinta se enmarca en ese proselitismo. No son modelo de nada. No hay evidencia de virtudes heroicas. Fueron víctimas de un episodio paranormal.

Un niño brasileño se curó por intercesión de Jacinta y Francisco. Concretemos. ¿Fue Francisco o fue Jacinta? ¿Los dos conjuntamente intercedieron ante Dios? No conocemos los pormenores de esa curación. Seguro que en Brasil hay miles, acaso millones, de niños aquejados de la misma enfermedad. Dios los abandona. ¡No tuvieron la suerte de que alguien invocara los nombres de los dos niños videntes!

Como conclusión, me copio de uno de mis anteriores posts. Los fenómenos inexplicables son sólo eso, inexplicables. La hipótesis de que Dios creó el mundo con sus leyes es la más plausible. Resulta absurdo que cada poco, incluso una sola vez, ese Dios haga excepciones a sus leyes. Todavía más absurdo cuando se lo demanda algún que otro humano y con el fin de encumbrar a un humano. Entendemos y creemos que Dios creó este mundo con amor, para que nos amemos y deja que la Naturaleza siga sus propias sabias leyes.
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