Mordaza o destierro

El teólogo Joxe Arregi, OFM, nos lo cuenta (religiondigital.com y atrio.org). El obispo de San Sebastían, Monseñor Munilla, exigió a su superior religioso que lo amordazara o que lo desterrara. Para Munilla, Arregi es “agua sucia” que contamina los límpidos ríos católicos.
En virtud de su voto de obediencia, Arregi enmudeció durante medio año. El silencio le proporcionó sosiego y maduración. Y ahora, cual manantial acumulado de “agua purificadora”, surge con fuerza. Y “pide la palabra”. No se resigna a callar. Dentro de sí hay un fuego renovador. Su línea no puede ser la ortodoxia inmovilista. Igual que otros inconformistas teólogos. En definitiva, como el fundador de nuestro movimiento, Jesús, el hijo de José y María, el heterodoxo, el iconoclasta.

Sorprende la tentativa de Munilla. Parece irrisorio querer sofocar hoy la voz de un escritor. Ni siquiera Roma lo logra. En otros tiempos la jerarquía católica recurría a la quema de libros, incluso a la quema de sus autores. Tiempos pasados, no muy lejanos. Afortunadamente la actual civilización no permite tales desmanes. Aún siendo religioso con voto de obediencia, resulta ineficaz e imposible sellar un manatial de ideas y palabras. Reventaría por otro risco. Buscaría salida en otra situación que no fuera su Orden o su cátedra.

¿El destierro? ¡Qué ilusión! ¡Qué despropósito!. Con Internet no hay distancias. ¿Cree Munilla que desde el otro continente Arregi va a minorar el volumen de su voz crítica?

Paranoia, prepotencia, irracionalidad, ignoracia, imprudencia. Todo eso es lo que demuestra una institución que, cuando se ve cuestionada ideológicamente en sus fundamentos y procedimientos, reacciona castigando de la forma que más pueda doler y perjudicar al cuestionante. No se atreve a luchar en el plano de las ideas y razonamientos. Nihil novum. Así lo hizo la Iglesia institucional con la Inquisición durante siglos. El castigo era proporcional al poder que ostentaba y al daño que podía producir en el súbdito, no precisamente al peso de la supuesta “herejía”. No se calibraban los argumentos sino el perjuicio institucional. Era el prestigio, el dominio, el poder, puestos en entredicho. Son los mismos baremos aplicados en su día a Jesús de Nazaret, condenado por la institución religiosa de entonces, eso sí con relegación al brazo secular romano.

La historia se repitió y se repite. Hoy, la institución eclesiástica ya no puede proponer la cremación del discrepante “hereje”. Propina el golpe allí donde tiene acceso. Donde más duele. Sólo llega a los eclesiásticos, no a los laicos. Sólo a los que tienen un puesto rentable en centros dependientes de la Iglesia. Sólo a los que dependen de un superior jerárquico o religioso.

Por mi trayectoria curricular conozco muy bien los procedimientos y bases de actuación de la institución eclesiástica. En mis años curiales, a mis manos llegaban libros y denuncias de todo tipo. Si las denuncias se referían a personas no vulnerables por la jerarquía, se archivaban sin más. Pongo el ejemplo de Miret Magdalena. Sus escritos fueron repetidamente denunciados ante el Santo Oficio porque propalaban ideas revolucionarias, según los denunciantes. Mi superior me preguntaba quién era ese escritor. Al saber que era un laico químico empresario, disponía su inmediato archivo. No se estudiaba el contenido de la denuncia ni de las ideas del denunciado. La Jerarquía no podía hacerle daño.

Tú, Arregui, eres vulnerable. Corres el riesgo de enmudecer o de tomar las de Villadiego. Sucedió con tu hermano franciscano Leonardo Boff y con tantos otros. Déjame decirte que es una suerte poder liberarnos y manifestar nuestras opiniones sin que nuestros libros y nuestros cuerpos sean quemados. Con nuestra voz, con nuestras ideas, lograremos debilitar el poder para que venza la razón y se fortalezca la fe.
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