Pederastia y santa "omertà"

Tápalo! Pongamos otra capa encima. No sea que alguien lo descubra por el hedor. Nadie hable de lo que aquí se esconde. Cerremos bien las ventanas y todas las rendijas. Blanqueemos el sepulcro. Olvidémonos de la podredumbre que encierra. A quien la haya visto u olido pongámosle un sello eficaz, una mordaza. “Sub secreto”. Mejor todavía, secreto de confesión. Es eficaz. No importa que el inocente sea ejecutado en vez del culpable. No importa el sufrimiento del desconocido inocente. Ni que el culpable quede indemne. Sobre todo, si ha confesado. Dios perdona. Efectos colaterales. Por el bien de la causa.

Desde hace no mucho tiempo, los medios de comunicación se ceban con los escándalos de pederastia del clero. No es para menos. Una lacra repugnante. Una herida pustulenta, todavía en espera de tratamiento mínimamente eficaz. Con frecuencia, los periodistas dicen, se refieren, dejan caer, que esa lacra ha surgido en las tres últimas décadas. Que es algo de nuestra generación. Que salpica a los jerarcas actuales y a los clérigos vivientes.

No es así. Sucede que una ventanuca de la institución católica se ha entreabierto. A una rendija del sepulcro se le ha resquebrajado el cemento, seco y cansado de apretar la losa. Ha asomado sólo la punta del iceberg. Su hedor ha llegado a esta aldea global. Recorre nuestras tertulias. Deja temblorosas nuestras casas. Paraliza nuestros televisores. Pero, no nos engañemos. La podredumbre es secular. Los clérigos de hoy no son más depravados que los de ayer y anteayer. Para ser más exactos y justos, la proporción de clérigos depravados no es mayor hoy que en tiempos pretéritos. Tengo motivos para suponer que es menor, aunque no dispongamos de estadísticas. Sería imposible obtenerlas.

Precisamente, hace cosa de tres décadas, el que esto escribe tenía responsabilidades en el departamento del Vaticano competente en la materia. Lo más sórdido, lo más secreto, lo más peligroso, lo más escandaloso, lo más vergonzoso. Ello, junto con la tutela de la ortodoxia, pasa por el Santo Oficio, eufemísticamente denominado Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Su “sección criminal” (sic!) opera desde hace siglos. En los ocho años de mi actividad romana, me ocupé también de semejantes casos, si bien sólo de los procedentes del mundo hispanohablante. Estaban implicados clérigos de diversas categorías y niveles. En uno de mis precedentes posts, aludí a un arzobispo al que se le investigaba por pederastia y que fue elevado al cardenalato durante la instrucción. Por supuesto, el papa ignoraba su expediente en el Santo Oficio.

Si nos adentramos en la historia, es fácil descubrir atrocidades y perversiones sexuales de los clérigos. Conventos de monjas anexos a conventos de frailes eran ocasión de embarazos interrumpidos y de eliminación de fetos y neonatos. Lo delatan documentos y excavaciones arqueológicas. He querido hablar con vecinos de pueblos donde existían importantes conventos medievales abandonados a raíz de la desamortización. Todavía repiten historias y anécdotas recogidas de sus bisabuelos. Había (hay) pueblos que ofrecían al párroco la moza más bonita para que dejase en paz a las otras y a los menores. Sin alejarme de mi comarca natal (unos 20.000 habitantes), supe o sé de seis hijos de clérigos. Nunca han sido reconocidos ni asistidos por sus padres biológicos; algunos, casualmente, conocidos míos. En cuanto a la pederastia, es menos constatable. No deja prole.

Siglos y siglos de “omertà”. Archivos bajo siete llaves. Archivos quemados. Crímenes cuyas pruebas han sido enterradas con el clérigo o el jerarca de turno. Víctimas que nunca hablaron porque eran “súbditos” de los eclesiásticos o sabían que su testimonio sería despreciable frente al ilustrado poderoso delincuente.

Palabras. Sólo palabras es lo que ofrecen los máximos responsables de nuestra Iglesia. Hace poco más de un siglo, la jerarquía pasaba a los hechos. Y los hechos eran incluso más aberrantes que la actual pederastia. La Inquisición mataba. La hoguera era real. ¿El crimen? Discrepancias ideológicas o actitudes irreverentes. Hoy, como mucho, se hace dimitir al obispo pederasta, acrecentando, eso sí, sus emolumentos. Los clérigos delincuentes son trasladados. En el peor de los casos, son enviados a un convento, con pensión completa.

No, no es que aboguemos por la pira. Roma ha pedido la delación y entrega del clérigo pederasta a la justicia civil. Demasiado tarde y obligada por la sociedad laica e informada. No es suficiente. Ni eficaz. Ni viable en la mayor parte de los casos. Piénsese en el secreto de confesión. Añádase la relación paterno-filial entre obispo y clérigo, entre superior y religioso. Estamos ante delitos ocultos, de alcoba, con posibles lavados de cerebro de los menores agredidos. Con explicables sumisiones y sensaciones vergonzantes. Desde dentro y fuera de la institución, exigimos hechos. Cambios estructurales en materias que poco o nada tienen que ver con la esencia y las raíces del Cristianismo. Abolición de secretos que envilecen e imposibilitan la justicia efectiva. Están en juego la credibilidad de la institución, la integridad de nuestros menores, la tranquilidad de saberlos seguros cuando se acerquen a eclesiásticos. Nos rebelamos contra la pasividad y el mero mea culpa. Basta ya de palabrería de poderosos jerarcas que “apacientan sus ovejas” como si fueran ovejas.

Añadido en 30/09/2010.
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