Elecciones ¿A quién votamos?

 Elecciones

ATISBOS PROPIOS – 11 de abril de 2019

Mis puntos de vista

Elecciones ¿A quién votamos?

Timeo Danaos, et dona ferentes(Virgilio,  Eneida, libro II, 49).    Que,  traducido,  quiere decir: “He de temer a los griegos, hasta cuando  parecen hacer regalos”.  O de este otro modo: “Cuídate de los griegos que hacen regalos”.    Puede haber truco, como en el caso del mítico “caballo de Troya”. 

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Hoy se abre la campaña para las elecciones del 28 de abril. Es el momento de la pregunta capital  ante unos comicios, que –además y tal como están las cosas hoy entre nosotros- se revelan -si no apocalípticos- sí cruciales desde varios puntos de vista.  Y no hace falta ser un lice para verlo.

En una democracia –que es, en esencia, el gobierno del pueblo por el pueblo-,   el voto es la expresión más auténtica de la soberanía que en el “pueblo” reside; en todo él y en cada uno de los ciudadanos que lo componen. Y ese voto no es tan sólo insignia o bandera de exaltación democrática para jalearla o lucirla románticamente.   Es, ante todo y sobre todo, un atributo del hombre sociable y el correlativo exponente de su responsabilidad cívica; sin olvidar que el pueblo, al votar, no sólo ejercita la cuota parte de soberanía que le corresponde, sino que traza su destino futuro y patenta las claves de su buena o mala ventura,  social sobre todo, aunque también individual y familiar. Es una cosa seria votar en unas elecciones a representantes del pueblo, como se puede apreciar.   

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La tarde de anteayer -9 de abril-, en  amistosa conversación con el cardenal-arzobispo de Madrid, mi querido Carlos Osoro, ante  estas elecciones y lo que nos jugamos en ellas, marcaba tres palabras en son de claves para  votar a un candidato en estas elecciones –no sólo las legislativas del 28 de abril, sino también las del 26 de mayo. Las palabras eran: vida, libertad y justicia. No me pareció descabellada ni mucho menos la elección.

El respeto a la vida humana,  desde la gestación hasta su final.  Convertir sentimientos, intereses, ideologías o progresías de pacotilla y tambor en derechos humanos me parece tan inhumano como juguetear con la dignidad del hombre; y de una frivolidad  tan subida si un anuncio, como el de la eutanasia por ejemplo,  se enarbola como bandera electoral para ganar unos votos o complacer unas ideologías. La vida humana no puede ser bandera de otra cosa que de su respeto.    Y un respeto como este no se gana con soflamas de propaganda sino con propuestas serias y orientadas a una visión responsable de la condición y de la vida humanas.   A nadie votaré jamás de quien sepa o dude  de no respetar la vida humana; la de todos,  desde su comienzo a su final.     Si la pena de muerte es un atraso y la pena de muerte puede darse de más de una maneras, la duda ofende a la dignidad del ser humana. 

La protección y defensa de la libertad y de las libertades.   Si la “libertad” es prerrogativa tal esencial del hombre que lo diferencia  cuantitaiva y cualitativamente de todo lo que no es “humano”,  quien la ofende,  de la manera que sea –también se cuentan muchas maneras de ofender a la libertad del hombre sin  pensar en cárceles o cadenas-, no es elegible para gobernar a otros, por elementales razones de lógica. Quita libertad el que propone o establece leyes injustas.   Quita libertad todo el que educa para hacer esclavos de una ideología o de un partido.  Quita libertad –y por supuesto no es leal al pueblo- el  que –Al presentar su candidatura en unas elecciones- enmascara sus verdaderas intenciones sobre cosas que, en este momento, el que vota tiene derecho a saber para que no le tomen el pelo  más tarde.

Y el imperio social de la justicia; y no sólo la del dos mas dos son cuatro, sino la justicia de la necesidad: la de exigir más ql que más tiene y la de dar más al que más necesita.  Como dice Ortega y Gasset en su precioso ensayo  titulado Democracia morbosa, “el amigo de la justicia no puede detenerse en la nivelación de privilegios,  en asegurar igualdad de derechos para lo que en todos los hombres hay de igualdad.   Siente la misma urgencia por legislar, por legitimar lo que hay de desigualdad entre los hombres.    Aquí tenemos el criterio  para discernir dónde el sentimiento democrático degenera en plebeyismo. Quien se irrita por ver tratados desigualmente a los hombres, pero no se inmuta al ver tratados igualmente a los desiguales no es demócrata, es plebeyo”  (cfr. Democracia morbosa, Obras Alianza Editorial Madrid 1998,  t. II, pag. 138).  

Puesto que la justicia es virtud social por antonomasia,  no sirve para gobernar quien toma la justicia –o la verdad en que se apoya- “a título de inventario”, como suele decirse; es decir, a la medida de sus propias intereses, los de la afición al poder con sus naturales tendencias al abuso que Montesquieu patentizó magistralmente,  o los de alcanzarlo o retenerlo a costa de lo que sea.

Vida – Libertad – Justicia.     Hay más claves,  pero estas tres son de primera fila.

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“Timeo Danaos, et dona ferentes”.

Generalmente los políticos, ante unas elecciones, se multiplican, se desgañitan, prometen y hasta juran los que nunca  han querido poner a Dios por testigo de nada, se mueren  soltando promesas que puede que sepan que no se cumplirán o que son dañinas para los propios beneficiarios, pero que –al bote pronto de unas elecciones- ilusionan o engatusan o pueden servir para doblar voluntades fáciles.   Papá Noel o los Reyes Magos nujnca se llegan a nosotros con tantas dádivas.

El mítico ardid del famoso “caballo de Troya”  invita a ser precavidos ante decisiones  arriesgadas; y la de votar lo es y más en esta circunstancia.    Hay muchas razones en esta coyuntura nacional para ser precavidos y por consiguiente sensatos y no idiotas-.

Cuando leáis, amigos, el relato de Don Francisco de Quevedo y Villegas, el del sugerente capítulo XXXV, de  La hora de todos y la fortuna con seso -una fantasía moral sugerente y creo que muy apropiada para esta circunstancia política española     (os adjunto el entero capítulo por si alguno  de vosotros no tiene a la mano esta obrita de nuestro clásico), podréis apreciar que el adjetivo “idiota” que el autor pone en el dictamen final del “gran señor de los turcos” no desdice – no ha desdecido nunca- de la realidad de gentes y pueblos  que, detestando la tiranía, el despotismo y los abusos de poder,  a la hora de la verdad –en democracia, la verdad es la hora del voto-, o no se suben a ningún tren, o se suben al primer tren que pasa sin preguntarse o enterarse -muy bien antes de subir-  de dónde viene y sobre todo a dónde va.

Como esta hora es –creo yo- de verdadera emergencia nacional –y no creo ser ni pesimista ni catastrofista al calificarla de este modo-,   haríamos bien todos –sobre todo los que “no somos hombres de partido”  -en el sentido que daba Ortega a esta expresión (cfr. No ser hombre de partido, en Ideas y creencias, Espasa-Calpe Madrid, 1976, pags. 182-184)-,   en decidirnos a pensar un poco antes de elegir a quién hemos de votar.    Los que son “hombres de partido” en ese sentido orteguiano, por sus dependencias,  lo tienen más fácil y quizás no tengan dudas. Pero los “otros” –los autónomos, los insumisos, los independientes y los que –al votar- calibran los pros y contras como exigen la cordura y el buen discernimiento –hasta por razones de supervivencia-  no se deben prestar al juego  que les ofrezcan otros ni bailar al son de sus canciones.

Y puesto que, en democracia, el “pueblo” somos tú y yo, o votamos pensando muy bien a quién elegimos o seremos como autómatas o despistados, a los que vendrá muy bien el dicho aquel del fraile que –después de obrar a la ligera y sin pensar- se quejaba de las consecuencias,; y la sabiduría popular para el caso le compone aquel dicho de “Tu lo quisiste, fraile mostén; tú lo quisiste, tú te lo ten”.  Que viene a decir que “en el pecado lleva ya la penitencia”.  Tiene un cierto parecido con lo que Bieito Rubido –en breves pero claros afanes- previene también en su Astrolabio publicado en el diario ABC del 26 de marzo pasado, cuando anota para prevenir:  “Confiemos en que las próximas elecciones no sean  otro acto estéril ni nos lleven a nuevas simas de melancolía” (También os lo envío en Anexo a estas reflexiones por si no lo tenéis a mano.   Es breve y se degusta con facilidad).

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Hay que votar  Hay que dar la cara.   Y  en la duda hay que  asentar bien los pies para no fluctuar o equivocarse.

La abstención o la inconsciencia en las elecciones, lo mismo que el agnosticismo en la lucha por la verdad, son actitudes de comodidad y poco o nada racionales, si se les mira bien. Por algo, un pensador tan racional y serio como Ortega denostaba las actitudes agnósticas,   Prefería el riesgo de caer en el error –del que se puede salir- a las cautelas del agnóstico más apañado con su poltrona empeñado en la búsqueda, no siempre fácil, de la verdad.

Y hay que votar en favor de algo.   De hecho hasta cuando se vota “en contra”,  si ello se hace conscientemente y con razones, también se está votando a favor de algo, del mal menor o que se presume tal.

Además, no se ha de olvidar que,  a veces, “lo mejor es enemigo de lo bueno” y que, como suena otro aforismo, “vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer”.  Puede haber ocasiones en que,  planteárselo al menos, pudiera no ser ocioso. 

ESPABILA, PUEBLO.   No te duermas,  que los vientos soplan racheados y las perdices vuelan rasas.   Piensa bien lo que vas a votar.  Haz por ser libre y no te dejes manejar con  facilidad.  Al menos para que no te dé las gracias el tirano al brindarle su ganancia tu necedad. Aún es tiempo de pensar y decidir.

         SANTIAGO PANIZO ORALLO

         NOTA

         AMIGOS. Mañana. Viernes de Dolores, me volveré –por varios días- a mis queridas raíces bercianas.  Cambiaré de escenario, como suelo hacer todos los años por la Semana Santa.

         Por si no me fuera posible retomar allí el contacto con vosotros, mi saludo más cordial y ya también mi anticipada felicitación de Pascua de Resurrección.

ANEXOS DE COMPLEMENTOS

Primer Anexo

ASTROLABIO, de Bieito Rubido, ABC del 26-III-2019.

        “MIREMOS AL FUTURO.

Confiemos en que las próximas elecciones no sean  otro acto estéril ni nos lleven a nuevas simas de melancolía.    Para ello resulta clave que el pueblo –o sea, usted y yo- seamos consecuentes con la democracia y sepamos ejercer el refinamiento político que a estas alturas se nos supone. Al menos, un ápice.  De lo contrario, no busquemos culpables de la endiablada situación política que vivimos, más allá de nosotros y de nuestro entorno.  Tendremos lo que nos merecemos.   Porque muchos aún siguen creyendo que cada cita electoral es u na  nueva oportunidad de enviar una careta a los Reyes Magos,  de la cual se desprenderá un lider maravilloso investido con políticas redentoras de todas las miserias que padecemos.    Y si algo ha demostrado la democracia a lo largo de la historia es que los seres humanos somos falibles,  que el dinero no crece en los árboles,  que el poder es un afrodisíaco de primer nivel y que mejor que nos gobiernen aquellos que, sin necesidad de palabras ampulosas,  trabajan por construir una sociedad de concordia y de progreso, mirando al futuro y no  al pasado”.

Segundo Anexo.

EL GRAN  SEÑOR DE LOS TURCOS

(cap. XXXV de La hora de todos y la fortuna sin seso:  XXXV –EL GRAN SEÑOR DE LOS TURCOS. Cfr. Quevedo, Obras escogidas, Clásicos Jackson, vol XIV, Barcelona, s/a pp.  60-77))

TEXTO

El Gran Señor, que así se llama el emperador de los turcos, monarca, por los embustes de Mahoma, en la mayor grandeza unida que se conoce, mandó juntar todos los cadís, capitanes, beyes y visires de su Puerta, que llama excelsa, y con ellos todos los morabitos y personas de cargos preeminentes, capitanes generales y bajaes, todos, o la mayor parte, renegados; y asimismo los esclavos cristianos que en perpetuo cautiverio padecen muerte viva en las torres de Constantinopla, sin esperanza de rescate, por la presunción de aquella soberbia majestad, que tiene por indecente el precio por esclavos, y por plebeya la celestial virtud de la misericordia.

Fué por esto grande el concurso y mayor la suspensión de todos viendo un acto en aquella forma, sin ejemplar en la memoria de los más ancianos.

El Gran Señor, que juzga a desautoridad que sus vasallos oigan su voz y traten su persona aun con los ojos, estando en trono sublime, cubierto con velos que sólo daban paso confuso a la vista, hizo seña muda para que oyesen a un morisco de los expulsos de España las novedades a que procuraba persuadirle.

El morisco, postrado en el suelo a los pies del emperador tirano, en adoración sacrílega, y volviéndose a levantar, dijo:

           Los verdaderos y constantes mahometanos, que en larga y trabajosa captividad en España por largas edades abrigamos oculta en nuestros corazones la ley del profeta descendiente de Agar, reconocidos a la benignidad con que el todopoderoso monarca del mundo, gran señor de los turcos, nos consintió lastimosas reliquias de expulsión dolorosa, hemos determinado hacer a su grandeza y majestad algún considerable servicio, valiéndonos de la noticia que trujimos, por falta del caudal que con el despojo nos dejó número inútil. Y para que se consiga proponemos que, para gloria desta nación, y el premio de los invencibles capitanes y beyes en las memorias de sus hazañas, conviene, a imitación de Grecia y Roma y España, dotar universidades y estudios, señalar premios a las letras, pues por ellas, habiendo fallecido los monarcas y las monarquías, hoy viven triunfantes las lenguas griega y latina, y en ellas florecen, a pesar de la muerte, sus hazañas y virtudes y nombres, rescatándose del olvido de los sepulcros por el estudio que los enriqueció de noticias y sacó de bárbaras a sus gentes.

          “Lo segundo, que se admita y platique el derecho y leyes de los romanos, en cuanto no fueren contra la nuestra, para que la policía crezca, las demasías se repriman, las virtudes se premien, se castiguen los vicios y la justicia se administre por establecimientos que no admiten pasión ni enojo ni cohecho, con método seguro y estilo cierto y universal.

           “Lo tercero, que para el mejor uso del rompimiento en las batallas, se dejen los alfanjes corvos, por las espadas de los españoles, pues en la ocasión son para la defensa y la ofensa más hábiles, ahorrando con las estocadas grandes rodeos de los movimientos circulares; por lo cual, llegando a las manos con los españoles, que siempre han usado mejor que todas las naciones esta destreza, hemos padecido grandes estragos. Son las espadas mucho más descansadas al pulso y a la cinta.

           “Lo cuarto, para conservar la salud, y cobrarla si se pierde. conviene alargar en todo y en todas maneras el uso del beber vino, por ser con moderación el mejor vehículo del alimento y la más eficaz medicina, y para aumentar las rentas del Gran Señor y de sus vasallos con el tráfigo (el tesoro más numeroso), por ser las viñas artífices de muchos licores diferentes con sus frutos, y en todo el mundo mercancía forzosa; y para esforzar los espíritus al coraje de la guerra y encender la sangre en hervores temerarios, más eficaces que el Anfión, y más racionales: a que no debe obstar la prohibición de la ley, en que se ha empezado a dispensar. Y para que se disponga, daráse interpretación conveniente y ajustada.

“Y ofrecemos, para la disposición de todo lo referido, arbitrios y artífices que lo dispongan sin costa ni inconveniente alguno, asegurando gloriosos aumentos y esplendor inestimable a todos los reinos del grande emperador de Constantinopla.”

Acabando de pronunciar esta palabra postrera, se levantó Sinán bey, renegado, y encendido en coraje rabioso, dijo:

           Si todo el infierno se hubiera conjurado contra la monarquía de los turcos, no hubiera pronunciado cuatro pestes más nefandas que las que acaba de proponer este perro morisco, que entre cristianos fué mal moro, y entre moros quiere ser mal cristiano. En España quisieron levantarse éstos; aquí quieren derribarnos. No fué aquélla mayor causa de expulsión que ésta; justo será desquitarnos de quien nos los arrojó, con volvérselos. No pretendió con tan último fin don Juan de Austria acabar con nuestras fuerzas cuando en Lepanto, derramando las venas de tantos jenízaros, hizo nadar en sangre los peces, y a nuestra costa dió competidor al mar Bermejo; no con enemistad tan rabiosa el Persiano con turbante verde solicita la desolación de nuestro imperio; no don Pedro Girón, duque de Osuna, virrey de Sicilia y Nápoles, siendo terror del inundo procuró con tan eficaces medios, horrendo en galeras y naves y infantería armada, con su nombre formidable esconder en noche eterna nuestras lunas (que borró tantas veces, cuando de temor de sus bajeles se aseguraban las barcas desde Estambol a Pera); como tú, marrano infernal, con esas cuatro proposiciones que has ladrado. Perro, las monarquías con las costumbres que se fabrican se mantienen. Siempre las han adquirido capitanes, siempre las han corrompido bachilleres. De su espada, no de su libro, dicen los reyes que tienen sus dominios; los ejércitos, no las universidades, ganan y defienden; vitorias. y no disputas, los hacen grandes y formidables. Las batallas dan reinos y coronas, las letras grados y borlas. En empezando una república a señalar premios a las letras, se ruega con las dignidades a los ociosos, se honra la astucia, se autoriza la malignidad y se premia la negociación: y es fuerza que dependa el vitorioso del graduado, y el valiente del dotor, y la espada de la pluma. En la ignorancia del pueblo está seguro el dominio de los príncipes: el estudio que los advierte los amotina. Vasallos doctos más conspiran que obedecen, más examinan al señor que le respetan: en entendiéndole, osan despreciarle; en sabiendo qué es libertad, la desean; saben juzgar si merece reinar el que reina; y aquí empiezan a reinar sobre su príncipe. El estudio hace que se busque la paz, porque la ha menester: y la paz procurada induce la guerra más peligrosa. No hay peor guerra que la que padece el que se muestra cudicioso de la paz: con las palabras y embajadas pide ésta, y negocia con el temor de los ruegos la otra. En dándose una nación a doctos a escritores, el ganso pelado vale más que los mosquetes y lanzas, y la tinta escrita más que la sangre vertida; y al pliego de papel firmado no le resiste el peto fuerte, que se burla de las cóleras del fuego: y una mano cobarde por un cañón tajado se sorbe desde el tintero las honras, las rentas, los títulos y las grandezas. Mucha gente baja se ha vestido de negro en los tinteros; de muchos son los algodones solares; muchos títulos y estados decienden del burrajear. Roma, cuando desde un surco que no cabía dos celemines de sembradura se creció en república inmensa, no gastaba dotores ni libros, sino soldados y astas. Todo fué ímpetu, nada estudio. Arrebataba las mujeres que había menester, sujetaba lo que tenía cerca, buscaba lo que tenía lejos. Luego que Cicerón y Bruto y Hortensio y César introdujeron la parola y las declamaciones, ellos propios la turbaron en sedición, y con las conjuras se dieron muerte unos a otros, otros a si mismos; y siempre la república y los emperadores y el imperio fueron deshechos, y por la ambición de los elegantes, aprisionados. Hasta en las aves sólo padecen prisión y jaula las que hablan y chirrean; y cuanto mejor y más claro, más bien cerrada y cuidadosa. Entonces, pues, los estudios fueron armerías contra las armas, las oraciones santificaban delitos y condenaban virtudes; y reinando la lengua, los triunfos yacían so el poder de las palabras. Los griegos padecieron la propia carcoma de las letras: siguieron la ambición de las academias; éstas fueron invidia de los ejércitos, y los filósofos persecución de los capitanes. Juzgaba el ingenio a la valentía; halláronse ricos de libros y pobres de triunfos. Dices que hoy por sus grandes autores viven los varones grandes que tuvieron; que vive su lengua, ya que murió su monarquía. Lo mismo sucede al puñal que hiere al hombre, que él dura y el hombre acaba; y no es consuelo ni remedio al muerto. Más valiera que viviera la monarquía muda y sin lengua, que vivir la lengua sin la monarquía. Grecia y Roma quedaron ecos: fórmanse en lo güeco y vacío de su majestad, no voz entera, sino apenas cola de la ausencia de la palabra. Esos escritores que la acabaron, quedaron después de acabarla con vida, que les tasa el letor tan breve, que se regula en unos con el entretenimiento, en otros con la curiosidad. España, cuya gente en los peligros siempre fué pródiga de la alma, ansiosa de morir, impaciente de mucha edad, despreciadora de la vejez; cuando con incomparable valentía se armó en su total ruina y vencimiento y poca ceniza derramada. se convocó en rayo, y de cadáver se animó en portento; más atendía en dar que escribir, que en escribir; antes a merecer alabanzas que a componerlas; por su coraje hablaban las cajas y las trompas, y toda su prosa gastaba en Sant’Iago muchas veces repetido. Ellos admiraron el mundo con Viriato y Sertorio: dieron esclarecidas vitorias a Aníbal; y a César, que en todo el orbe de la tierra había peleado por la honra, obligaron a pelear por la vida. Pasaron de lo posible los encarecimientos del valor y de la fortaleza en Numancia. Destas y de otras innumerables hazañas nada escribieron, todo lo escribieron los romanos. Servíase su valentía de ajenas plumas; tomaron para sí el obrar, dejaron a los latinos el decir: en tanto que no supieron ser historiadores, supieron merecerlos. Inventóse poco a poco la artillería contra las vidas seguras y apartadas, falseando el cal y canto a las murallas y dando más vitorias al certero que al valeroso. Empero luego se inventó la emprenta contra la artillería; plomo contra plomo, tinta contra pólvora, cañones contra cañones. La pólvora no hace efeto mojada: ¿quién duda que la moja la tinta por donde pasan las órdenes que la aprestan y previenen? ¿Quién duda que falta el plomo para balas, después que se gasta en moldes fundiendo letras, y el metal en láminas? Perro, las batallas nos han dado el imperio, y las vitorias los soldados, y los soldados los premios. Éstos se han de dar siempre a los que nos han dado siempre los triunfos. Quien llamó hermanas las letras y las armas poco sabía de sus abalorios, pues no hay más diferentes linajes que hacer y decir. Nunca se juntó el cúchillo a la pluma, que éste no la cortase; mas ella, con las propias heridas que recibe del acero, se venga dél. Vilísimo morisco, nosotros deseamos que entre nuestros contrarios haya muchos que sepan, y entre nosotros muchos que venzan; porque de los enemigos queremos la vitoria, y no la alabanza.

“Lo segundo que propones es introducir las leyes de los romanos. Si esto consiguieras, acabado habías con todo. Dividiérase todo el imperio en confusión de actores y reos, jueces y sobrejueces y contrajueces; y en la ocupación de abogados, pasantes, escribientes, relatores, procuradores, solicitadores, secretarios escribanos, oficiales y alguaciles, se agotaran las gentes; y la guerra, que hoy escoge personas, será forzada a servirse de los inútiles y desechados del ocio contencioso. Habrá más pleitos, no porque habrá más razón, sino porque habrá más leyes. Con nuestro estilo tenemos la paz que habemos menester, y los demás la guerra que nosotros queremos que tengan; las leyes por sí buenas son y justificadas; mas habiendo legistas, todas son tontas y sin entendimiento. Esto no se puede negar, pues los mismos jurisprudentes lo confiesan todas las veces que dan a la ley el entendimiento que quieren, presuponiendo que ella por sí no le tiene. No hay juez que no afirme que el entendimiento de la ley es el suyo; y con decir que se le dan, suponen que no le tienen. Yo renegado soy, cristiano fuí, y depongo de vista que no hay ley civil ni criminal que no tenga tantos entendimientos como letrados y jueces, como glosadores y comentadores; y a fuerza de entendimientos que la achacan, le falta el que tiene, y queda mentecata. Por esto al que condenan en el pleito le condenan en lo que le pide el contrario y en lo que no le pide, pues se lo gasta la defensa; y nadie gana en el pleito sin perder en él todo lo que gasta en ganarle; y todos pierden, y en todo se pierde. Y cuando falta razón para quitar a uno lo que posee, sobran leyes que, torcidas o interpretadas, inducen el pleito, y le padecen igualmente el que le busca y el que le huye. Véase qué dos proposiciones nos encaminaba el agradecimiento del morisco.

“La tercera fué que dejásemos los alfanjes por las espadas. En esto, como no había muy considerable inconveniente, no hallo utilidad considerable para que se haga. Nuestro carácter es la media luna; ése esgrimimos en los alfanjes. Usar de los trajes y costumbres de los enemigos, ceremonia es de esclavos y traje de vencidos; y por lo menos es premisa de lo uno u de lo otro. Si hemos de permanecer, arrimémonos al aforismo que dice: Lo que siempre se hizo, siempre se haga; lo que nunca se hizo, nunca se haga, pues, obedecido, preserva de novedades. Pique el cristiano y corte el turco; y a este morisco que arrojó aquél, éste le empale.

“En cuanto al postrero punto toca en el uso de las viñas y del vino, allá se lo haya la sed con el Alcorán. No es poco lo que en esto se permite días ha; empero advierto que si universalmente se da licencia al beber vino y a las tabernas, servirá de que paguemos la agua cara y bebamos a precio de lagares los pozos por azumbres. Mi parecer es, según lo propuesto, que este malvado perro aborrece más a quien le acoge que a quien le expele.”

Oyeron todos con gran silencio. El morisco estaba muy trabajoso de semblante, toda la frente rociada de trasudores de miedo; cuando Alí, primero visir, que estaba más arrimado a las cortinas del Gran Señor, después de haber consultado su semblante, dijo:

            Esclavos cristianos, ¿qué decís de lo que habéis oído?

Ellos, viendo la ceguedad de aquella engañada nación, y que amaban la barbaridad y ponían su conservación en la tiranía y en la ignorancia, aborreciendo la gloria de las letras y la justicia de las leyes, hicieron que por todos respondiese un caballero español, de treinta años de prisión, con tales palabras:

           Nosotros, españoles, no hemos de aconsejaros cosa que os esté bien, que seria ser traidores a nuestro monarca y faltar a nuestra religión; ni os hemos de engañar, porque no necesitamos de engaños para nuestra defensa los cristianos: dispuestos estamos a aguardar la muerte en este silencio inculpable.

El Gran Señor, cogido de la hora, y corriendo las cortinas de su solio (cosa nunca vista), con voces enojadas, dijo:

           Esos cristianos sean libres; válgales por rescate su generosa bondad: vestidlos y socorredlos para su navegación con grande abundancia de las haciendas de todos los moriscos; y a ese perro quemaréis vivo, porque propuso novedades; y se publicará por irremisible la propia pena en los que le imitaren. Yo elijo ser llamado bárbaro vencedor, y renuncio que me llamen docto vencido: saber vencer ha de ser el saber nuestro; que pueblo idiota es seguridad del tirano. Y mando a todos los que habéis estado presentes, que os olvidéis de lo que oístes al morisco. Obedezcan mis órdenes las potencias como los sentidos, y acobardad con mi enojo vuestras memorias.

Dió con esto la hora a todos lo que merecían: a los bárbaros infieles obstinación en su ignorancia, a los cristianos libertad y premio, y al morisco castigo.

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