Mujeres en lucha -II- Y ahora ¡qué...! (9-III-2018)

Día de resaca. Después de la borrachera de multitudes de ayer, en el imponente “carrusel” de las mujeres del mundo pidiendo “igualdad”, hoy toca pisar tierra de nuevo. Deslumbrante pudiera calificarse la jornada del Día Mundial de La Mujer. Histórica, apoteósica, nunca vista…. Los más hiperbólicos adjetivos no desdicen de lo que fue.
Sin embargo, creo yo que, como siempre ocurre con estos baños de multitudes, tras las euforias o el optimismo desaforado que suelen seguirles, la primera pregunta del día después ha de ser la del que, una vez aterrizado de un sueño hermoso, se frota incrédulo los ojos para preguntarse: Y ahora, ¡qué!

Efectivamente, como digo más arriba: “Y ahora, ¡qué!!!”. Con mi poeta preferido, el que, al poetizar la realidad, la sublima y la sentencia, hay algo mejor que soñar, despertar: “Si vivir es bueno –dice en uno de sus Proverbios y Cantares- es mejor soñar; y mejor que todo, madre, despertar”

Es verdad indubitada -para mí, al menos- que la condición humana es problemática por esencia. No hay día ni hora, en que –por arriba o por abajo, por la derecha o la izquierda, de frente o al trasluz- al hombre le falte una cuestión en que verse retratado o a la que buscar soluciones.
Es decir, que los seres humanos, del mayor al menor y al intermedio, nos vemos a diario en esa disyuntiva tremenda –algunos dirán que fatalista- de verse advocados a víctimas o verdugos, en la cotidiana palestra de la lucha por la verdad, la justicia o la libertad.
Pues, ¿quién puede alardear de no haber ensayado alguna vez en la vida papeles de víctima, real o aparente, o de no haber sido nunca salteador de los caminos de los “otros”?
Pero seamos pragmáticos ante las demasías en ilusiones y preguntémonos el día siguiente lo que suele preguntarse cualquiera después de las grandes euforias: Y ahora ¿qué?

Es una verdad indiscutible para mí desde hace mucho, la de que –ante los problemas, una vez tomada conciencia de ellos- el camino es el de buscar soluciones antes que culpables. Y es que los problemas hablan, gritan, chillan incluso, pero se equivocan si se reducen sus palabras o chillidos a la caza del zorro que se lleva las gallinas del gallinero. Lo que pide la cordura es asegurar primero el gallinero antes de perseguir al zorro que lo asaltó.

Es un hecho también, clamoroso igualmente, que en la historia humana se han hecho infinidad de cosas a espaldas de la justicia y la verdad; no digamos de la libertad. Como es otro hecho -de historia también y pasando a lo de ayer- que la mujer, como género femenino, ha sido tratada con desigualdad, y que la “violencia”, en sus distintas formas, ha tenido en ella un destinatario predilecto. Sin que sea de este momento precisar el porqué, cualquiera que piense lo puede prever: de ser tan insustituible para la vida humana, se la ha tomado a pitorreo, cuando no a título de inventario. Casi nunca se ha reconocido que ser mujer es tan grande y noble como ser varón. Y cuando la mujer ha dejado huellas en la historia, ha sido, casi siempre, teniendo que poner de su parte un plus sobre lo que, para lo mismo, se le hubiera pedido al macho. Hay otras razones, pero esta puede serlo también.

En mi otro ensayo de “Mujeres en lucha” dije –y lo reitero ahora- con nuestro Baltasar Gracián que por el “modo” se pierden con frecuencia la justicia y la razón (por si no lo recuerda, busque en Oráculo manual y arte de la prudencia el realce nro. 14).

Pues bien, en las primeras horas de la mañana del 9, en plena resaca de las vibrantes manifestaciones del Día Mundial de la Mujer, en la plaza de España y aledaños, las papeleras incluso, fui tomando del suelo, donde yacían mustios y empapados por la lluvia que caía con ganas sobre Madrid, tres o cuatro de los “pasquines” que, la tarde anterior, habían jaleado como “banderas de enganche” las mujeres de las gran manifestación de la tarde-noche anterior. Aunque me sorprendiera de entrada el pobre destino de lo que aparentaban sueños de grandeza y casi locura, no me llamé a engaño sobre la mala suerte de los gritos y de los panfletos: que, cuando estorban por cualquier causa, se les condena a ser pisados como basura.
Después de tomar varios en las manos e imaginarme la o las que los habrían portado la tarde anterior, recogí para conservarlos tres o cuatro cuyos textos reproduzco:
El primero dice: “Ni sumisas ni devotas; libres, lindas y locas”. Lo firmaban 13 –literalmente, 13- huellas de labios teñidos de carmín; como las tales huellas parecían de “boquita” más que de “boca”, era de presumir que la firmante sería una agraciada señorita.
El segundo, tomado un poco más allá, dice: “Mujer, qué bonita eres rebelde”. La letra, en este caso, va precedida de dos signos de admiración con uno solo a su final. Lo firman cuatro: Nerea, Verónica, Dinamita y Elisabet; las cuatro firmas, a la sombra del símbolo de la mujer.
El tercero lo recogí en uno de los extremos de la Plaza de España y estaba en el suelo como si de un pájaro aterido se tratara. Dice: “Ni soy histérica ni estoy mintiendo. Grito porque estoy indignada. 7 marzo 2018”- No lo firma nadie ni con letras ni con huellas de labios pintados de carmín.
El cuarto que recogí al caminar bajo la lluvia del día dice, por una de sus lados lo de una anterior: “Ni sumisa ni devota. Te quiero libre, linda y loca”; mientras, por el otro, anota: “Con ropa o sin ropa, mi cuerpo no se toca”. Sin duda, digo yo, al releerlo para copiarlo, otra muestra de feminismo “sans femme”, como dice la revista anotada; o, si se prefiere, un canto por todo lo alto a todo lo que –en la idea del gran Zigmunt Barman- en los tiempos de la ,pos-modernidad, se pueda llamar “líquido”, desde al amor, la sociedad o los tiempos hasta la verdad o la libertad o la justicia. Es decir, un primor sin parangón.


La verdad, aunque las letras de los cuatro pasquines –reflejo, pienso, de muchos más- en las manos del dr. Freud o de cualquier psicoanalista darían quizás para una conferencia gruesa sobre la relación entre el inconsciente, el subconsciente y la realidad de la conciencia despierta pero mostrándose en una manifestación tan multitudinaria y compleja como las que ayer se volcaron en las calles de las ciudades del mundo para defender una causa justa, como no soy psicoanalista, me limito a solas dos observaciones breves y sin malicia alguna.

La primera, que toda mujer tiene como atributo primario humano la libertad y tiene derecho a ser libre; no tanto liberada piorque como dice Bernard Henry Levy en un viejo libro conjunto con Françoise Giraud no creo que haya “mujeres liberadas” sino mujeres que, consciente de su libertad, luchan a diario por ser efectivamente libres. La libertad no es una liberación; es una prerrogativa y un reto constante de la condición humana..
Y la segunda, ser “rebelde” no es signo de hermosura como ser no rebelde tampoco es señal de fealdad. Un “hombre rebelde” es, como dice Albert Camús al abrir el cap. 1 - El hombre rebelde-, de su incisivo y evocador libro L’homme revolté (hay edición en castellano, Losada, Madrid 2008, p. 22), “el que dice que no. Pero si se niega, no renuncia; es, además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo que ha recibido órdenes durante toda su vida y juzga de pronto inaceptable una nueva orden”. Y “cuál es el contenido de ese no? Se pregunta seguidamente el Nóbel argelino-francés de literatura.
Como es complicado aclarar ahora ese contenido y hay más días que longanizas para ponerlo en solfa, otro día prometo volver a la sustancia de la “rebeldía” que, como digo, tiene poco que ver con la belleza física, que es –por lo demás- la que casi sólo conocen algunos de los varios feminismos que en este momento tratan de “hacer mujeres” (sic) “sans femme”, como reza en su editorial un reciente número de Cités”, del que ya me he hecho eco en pasados ensayos con mis reflexiones.”

Y al cerrar las de hoy, en medio de la resaca, y remitiendo -por precaución y cura en salud- a los dos o tres últimos párrafos de mi anterior Mujeres en lucha, me reitero –perdonen la insistencia- en el dicho aforismo del sabio aragonés: “No basta la sustancia, requiérese también la circunstancia. Y todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y la razón”-
Y ahora… ¡qué! Pues a caerse de las desmesuras y las euforias, a desprenderse cuanto antes de las artimañas de los “pescadores a río revuelto”, a pisar tierra y sobre todo a convencerse de que la libertad se gana luchando cada día por ella, como el amor y tantas otras cosas buenas de la vida, y no cn gritos y pasquines aunque hayan sido besados por unos labios de carmín. “Ser mujer” es algo muy serio como para dejarlo en las manos de algunos feminismos “sans femme” o políticos de medio pelo, sólo “aprovechaos” del “río revuelto” para ganancia de votos. El espectáculo está servido, ya se irá viendo desde mañana mismo.
Lo recomienda en otro de sus Proverbios mi poeta preferido: “Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: despertar”. Breve también, pero claro para contestar con tino lo de “Y ahora ¡qué!
Es, mis amigos, mi punto de vista.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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