Perfil dominical - Trascenderse a uno mismo es cosa de hombres 4-VIII-2019

*  “Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra (Carta de san Pablo a los Colosenses,  cap. 3). 

En el plan del “hombre nuevo”, sublimado, inconformista, decidido a elevarse desde sí mismo sin por ello dejar de ser hombre o mujer, veo yo –parafraseando las lecturas de hoy- un “leit-motiv” de su enseñanza y  aplicaciones.

Esa superación que consiste en “trascenderse” a uno mismo se patenta en  la censura del grosero materialismo  de quien vive prendido de la materia pura y no es “rico” sino menesteroso perpetuo “a los ojos de Dios” (Evangelio de san Lucas, cap. 12). 

Y esa visión de tan posibles y elevadas cumbres la contrasta el sabio con la imagen que da una sola palabra: “vanidad”; que es como zarandear hojarasca o soplar  pompas de jabón aunque sean irisadas (Eclesiastés, cap. 1).

**  Sólo un proyecto así de vida puede hacer que sea verdad el final de la carta de sa Pablo:En este orden  nuevo, no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, esclavos y libres, porque Cristo está en todos”.

Trascenderse es “cosa de hombres”.

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Trascenderse a uno mismo es transfigurarse,  ascender en categoría o rango,  ser más para tener más.

No consiste en soñar que Dios ha muerto –como decretó hace no tanto -con más gana y deseo que verdad- una filosofía de sello pos-moderno, con aansias de ocupar su puesto y sentirse “dios”.

Tampoco está en ceder a cualquiera de las varias “eróticas” que, en esta cultura de medios pero no de fines o “postrimerías”,  que ya denunciara Ortega y Gasset en su tiempo,  se postulan hoy   como aspiraciones o anhelos supremos –y los únicos posibles- de un ser humano cabal o, como dicen ahora ciertos “listillos”,  “de progreso”. Como la del placer, la del poder, la del saber e incluso la del “fardar”  con una “transparencia” sobre la piel o una brillante capa de “gomina” endomingando el pelo.

Tampoco es alardear de lo que no es verdadero y exacto, aunque se recite y llenen la boca sus voces representativas: justicia, verdad, libertad; y no digamos amor  o democracia, y más aún respeto y tolerancia, o esos  intentos múltiples de hacer que otros se crean las “mandangas” e inventos que ni sus fogosos adalides se creen, porque son,  si se les estruja un poco,  puro “marketing” o pasos de farsa….

Cuando de trascenderse uno a sí mismo se trata, en el sentido más pujante y pleno de la palabra,   me fío mucho más  de cosas como las que seguidamente me dispongo a evocar.

*   Eric Fromm -el psicoanalista seguidor y hasta discípulo de Sigmund Freud pero se alejó de varias de sus consignas básicas al no poder compaginar tantos “sueños” gaseosos-,  entre sus más conocidas y relevantes obras tiene la que se titula El miedo a la libertad. Es un libro digno de ser leído por quien aspire a  liberarse de las esclavitudes del actual modernismo cultural, presidido casi todo por los dogmas –como tales se aceptan por algunos- de una filosofía y movimientos de ideas que bien pueden llamarse “de la vista baja” por su venal y radical materialismo, frívolo, hedonista y casi en exclusiva ramplón y alicorto. En su voluntad de salvar los escollos  de un existencialismo tedioso o de un nihilismo sin horizontes ni fronteras,  Fromm  acota -para defender la “libertad”  de los hombres frente a determinismos reductores y vacuos- un retazo muy plástico e inteligible del mejor humanismo renacentista italiano.    Y, como si de un amuleto de los mejores augurios se tratara, lo hace preludiar su obra para iluminarla toda entera: es la “Oratio de hominis dignitate”, de Pic de la  Mirandola.

Que dice así:

              “No te dí, Adán, ni un puesto determinado ni un aspecto propio ni función alguna que te fuera peculiar ; con el fin de que aquel puesto, aquel aspecto,  aquella función por los que te decidieras, los obtengas y conserves según tu deseo y designio. La naturaleza limitada de los otros se halla  determinada por las leyes que yo he dictado.   La tuya tu mismo la determinarás sin esrtar limitado por barrera ninguna, por tu propia voluntad, en cuyas manos te he confiado.  Te puse en el centro del mubndo con el fin de que pudieras observar desde allí todo olo que existe en el mundo.   No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que –casi libre y artífice de ti mismo- te plasmaras y te esculpieras en la forma que te hubieras elegido.   Podrás degenerar hacia las cosas inferiores que son los brutos; podrás –de acuerdo con la decisión de tu voluntad,  regenerarte hacia las cosas superiores, que son divinas”.

Este magno canto a la libertad en esto último pone realmente la clave de la trascendencia humana.

En lo mismo que san Pablo patenta y proclama -al comienzo del Cristianismo- para sus cristianos de Colosos.  

En mirar hacia arriba pero sin escupir a lo alto.  

En  hurgarse uno por dentro y reconocer una urgente e inacabada exigencia de Absoluto. 

En creer que Dios es Dios aunque exista el mal y a pesar de sus  enigmáticos silencios o de su infinita paciencia. 

En “aspirar”, como recomienda el propio san Pablo, a las “cosas de arriba” sin estancarse sólo en ”las de la tierra”;  esas que, pudiendo ser parte, no lo son todo, ni mucho menos.

* Don Antonio Machado,  en una de sus filigranas poéticas y de pensar hondo, puso en boca de su personaje Abel Martín,  una idea que bien pudiera  incluir una invitación a  trascenderse humanamente.    Esta: “Por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”.  Sirve, creo yo, para meditar un rato y descabalgar de tantas monturas remolonas y de trote corto.

El dicho de nuestro poeta filósofo es tan genial humanamente hablando como pueda serlo la memorada “oración” del humanista italiano. Los dos van a lo mismo: “ser hombre” no es “ser “bestia”, por muchas lucubraciones que quieran teorizar los de la animalesca idolatría.  Por vueltas que se quieran dar en torno, el hombre –hasta el peor- tiene posibilidades y destinos que el animal –hasta el mejor- no pùede ni podrá tener jamás. Y eso que va del uno al otro se llama hoy, est6e domingto cristiano, trascendencia.   

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El  ser humano ha de trascenderse para no quedarse en bestia. Es una verdad y no una ocurrencia más. Es antropología pura si, al pie de la letra, la pegamos a la condición humana. Pero hay más que antropología pura en la condición humana. Hay más que aire sobre las orejas de los hombres.

La experiencia es una maestra en la vida… Cuando estos días y meses y años últimos asistimos –de continuo-  a esta  ola de degradación humana que se aposenta, por ejemplo, en  las “manadas” que acosan, agraden o deprimen; a las  mil maneras de violencias que acechan; a las mil formas de montar el poder sobre la dignidad y el respeto a los hombres….  Cuando todo eso y más pasa a diario, por muchos “buenismos” que se quieran adosar a  las cosas o a los casos, hay algo que no falla en todos ellos: brutalidad,  abuso y sinrazón. Esa experiencia viva lo rubrica. Del hombre-masa (la cáscara vacía subiéndose al primer tren que pasa sin preguntar ni de dónde viene  ni a dónde va) se ha pasado a “la rebelión de las masas” y de esta hemos ido a “la degradación he las masas”, como se encargó hace unos años de poner de relieve un  atento seguidor de Ortega,  Ignacio   Sánchez Cámara,  en su libro con título De la rebelión a la degradación de las masas (Eds.  Altera, Barcelona, 2003).       Se ven marcadas  en los caminos de la pos-moderna cultura de medios   huellas ajenas a toda trascendencia de verdad.  Y tampoco es ocurrencia.

Don Gregorio Marañón –otro de mis referentes literarios y de ideas,  de  la ilustre modernidad española-, a uno de sus muchos Prólogos (Ver Obras Completas, t. I) -en este caso a un libro de uno de sus amigos médicos sobre los discernimientos en materia de milagros y portentos-, le pone como título que “la razón humana lleva inexorablemente a Dios”.   Yo, si de trascenderse hablamos, me lo creo.

Cantemos, si nos places, los mejores himnos a la razón.  ¿Por qué no, si  ella es distintivo máximo en la condición humana?.   Pero no desbarremos con ella, porque  bien se sabe, como se ha dicho, que la razón, dejada sola, crea monstruos….   Y de “monstruos” –pongamos “monstruitos” para herir menos- están hoy plagadas nuestra humanidad y nuestra cultura.  Con solo abrir los ojos cada amanecer a los  noticiarios de mañana, tarde o noche basta y sobra para no tener que aportar otras pruebas…

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Trascender y trascenderse es “cosa de hombres” y de nadie más. Puede ser  un buen  perfil para pensar  este domingo.  

SANTIAGO PANIZO ORALLO      

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