Poema en verso y en prosa. Uva y agrazones. Amor y odio.

“Voy a contar, en nombre de mi amigo, un canto de amor a su viña” –De la primera lectura del domingo 27º del tiempo ordinario (Isaías, 7).
Poema de arte mayor, pero en verso y en prosa, llamaría yo al conjunto de las lecturas de la liturgia del domingo, 8 de octubre.
Como la primavera es pura poesía de rima y lira inmaculadas, así el otoño –que es su zénit en uvas o agraces, en fruto de amores o de fracasos del amor y es primavera en suma pero de esperanzas cuajadas o vencidas y mutiladas- ha de tener también, por justa correspondencia, su cuota parte de vena poética, aunque sea de poema en prosa, o quizás en drama, o tal vez tragedia. Poesía y prosa, dos modos de creación de la belleza por medio del arte, religioso en este caso. Poesía y prosa, capaces ambas de ser épicas o dramáticas.
En el trasfondo de las tres lecturas de este domingo, la primera y la tercera sobre todo, el aura poética, creativa por tanto, se tiñe del color de la esperanza.
Es la poesía de una viña que el Señor plantó con mimo y toda clase de cuidados, casi a la altura y medida de sí mismo, a la altura por supuesto de su proyecto de amor con la tierra que amaba. Al darla en alquiler a los viñadores, soñaba con sazones de uvas blancas, negras o granate. Soñaba que los viñadores –poniendo el alma en ella- dieran cima con su esfuerzo y su trabajo al sueño de amor a su viña. Y soñaba también que los viñadores fuesen partícipes de sus planes de amor y continuasen haciendo días tras día la viña que él había plantado, porque era buena la creación que había comenzado plantando la viña y poniéndola en trance de dar buenos frutos…. Y la arrendó con ilusión a los viñadores.

Hasta aquí, todo belleza e idilio; en poema de arte mayor y en rimas de muchas palabras- Todo promesa; todo esperanza; todo armonía. Confianza del Señor de la viña en los viñadores y espera ilusionada de ver los frutos consecuentes a la calidad de la viña y al esfuerzo de los labradores. Puso la viña en sus manos y los dejó hacer, al aire benéfico de su razón y libertad. Confiaba en ellos porque los amaba y quería su desarrollo y progreso.

Sin embargo, al llegar el otoño -el contrapunto en sazones de la primavera en promesas-, el Señor de la viña pide a los viñadores la parte del fruto que le corresponde por haberles confiado la viña… Y es entonces cuando la rima poética se convierte en prosa, con argumento de drama y y tragedia incluso.
Después de reírse del dueño dadivoso y gentil, apedreando e insultando a los enviados para recibir el monte de los frutos que le correspondía y terminar matando al propio hijo del señor en su idea de que, matando al hijo, ellos serían los amos ellos de la viña –la gruesa utopía del “super-hombre” moderno, creado para suplantar a Dios- el poema se torna en prosa de drama y tragedia, el drama de la libertad, la tragedia del hombre rebelde a su propia condición.
Y en esas estamos al rememorar la parábola de la viña en este domingo de octubre.

Claves de lectura:
- La primera de todas que Dios es amor. Por mucho que se empeñen en endosarle culpas los que apedrean, insultan, befan o matan a su Hijo con ganas de matarle a él.
- En la cima de los tiempos -“al fin”, dice la parábola- el envío del propio hijo del señor de la viña muestra el signo del amor si reservas ni condiciones. Se atisba, se anuncia el nuevo pueblo de Dios cuyo centro y eje no es otro que Cristo
-La utopía del super-hombre. Si Dios ha muerto como se da en creer por muchos, yo –todos uno tras otro- soy Dios. Como no hay super-hombres más que en el patológico narcisismo de alguno, la mentira y las osadías están servidas a la carta del más listo o del más canalla.
- El miedo a la libertad y el abuso de la libertad crean el drama de la libertad.
-Por fin, la advertencia de Jesús a los destinatarios del poema de la viña -los sacerdotes y los senadores del pueblo judío: se os quitará a vosotros la “viña” del reino y se dará a un pueblo que produzca frutos
Con la advertencia –subsidiaria pero factible por deducción lógica- al pueblo entero de Dios, desde los pastores a los últimos eslabones del rebaño –viñadores al fin y al cabo-, para que la viña no sea puesta al servicio de intereses personalistas o partidistas, de diplomacia y cálculo, de amagar pero no soltar la piedra, de volar alto para ponerse a salvo de los perdigones….

Volvamos, para cerrar, a la primera lectura y prestemos oídos a la pregunta interpeladora del profeta en nombre del señor de la viña: “Qué más cabía hacer por mi viña que yo no haya hecho?”. El duelo por el amor pisoteado turba fonderamente la poesía del canto de amor a su viña por el Señor ilusionado con ella.
La respuesta de los sacerdotes y senadores del pueblo amado de Dios pero abusón con él es de pura lógica: “Hará morir de mala muerte a aquellos malvados y encomendará su viña a otros que le sepan dar a tiempo los frutos”. Una respuesta que es la sentencia de su propia condena.

El drama de la libertad…. La tragedia de la libertad.
Yo –ante este evangelio de la viña y su contraste dramático de amor y odios, de un amor sin límites –el de Dios- y de unas ínfulas malvadas como las de los viñadores, me vuelvo pensativo a lo del rezo en los Laudes del sábado: ¡Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte de haberle dado un día las llaves de la tierra”•


¡Libertad, libertad!!!.
Gran don del cielo a los hombres, por el que puede ser loable hasta perder la vida, como idea Cervantes en El Quijote; pero con mucha trastienda también, como deja ver la dolorida exclamación de Mme. Roland al ir subiendo las esceleras de la guillotina revolucionaria: “Cuántos crímenes se cometen a diario en tu nombre”.
Es para pensar y no un solo día.
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