Un alcalde prodigioso 1-VII.2019

Un alcalde prodigioso*

* No es mío el adjetivo con que califico a un alcalde. Es de una mujer –de Mari Paz-, quien, como yo y otros muchos, testifica el “prodigio” que son el “pueblecito” berciano de San Facundo y su alcalde, Ricardo Vila. Acepto el adjetivo en lo que tiene de elogio para un pueblo insignificante y para un alcalde capaz de hacer de una insignificancia algo que admira y asombra.

No queremos héroes, pero buscamos a “los mejores” para que nos representen. ¿Quién acuñó el primero esta gran idea? ¿Cicerón tal vez?. Pero poco me importa el autor, si la frase apunta –como parece- a gente de valores que libere al pueblo de  vulgaridades y plebeyismo. No queremos héroes que se tienen por  “semidioses”,  porque,  aunque alguno se lo crea, no los hay ni se dan. Queremos hombres y mujeres de verdad; es decir, de los “hechos a medida” y no de  “los fabricados en serie”.     Hay diferencia entre unos y otros.

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El pasado jueves, 27 de junio, a las ocho de la tarde,  en el coqueto salón de actos de un pueblo berciano de 18 habitantes nada más, y en mi charla de su Semana Cultural en torno a sus potenciales recursos vitales, me arrancaba con una idea que acababa de manuscribir en mi diario de notas.

            “Amigos,,, Que -en un país desconcertado y frívolo, crédulo y sin pulso  como la España de hoy- un pueblo insignificante celebre –por segundo año ya- una Semana Cultural me sabe a rareza y a milagro. Rareza lo es porque no es normal. Pero “rareza”  me parece poco y prefiero decir “milagro” porque -a mis ojos- milagro es más positivo y elocuente. Y por este milagro que sois los dos –el pueblo y su alcalde- me congratulo en vivo y en serio al iniciar mi charla. Y ello por moderno y de vanguardia en su esbelta pequeñez.

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Estuve allí, como digo, a últimos de junio. De pasada, pero anotando lo que ahora es –mejor tal vez lo que significa en términos de vida y progreso- este rincón “perdido” de la España que llaman “vacía”. Soy berciano y estuve allí, mirando aquello pero sobre todo reflexionando sobre lo que mis ojos veían y  mi mente y razón se resistían a claro. El color gris-plomo de lo imposible me asaltaba, aunque las evidencias de los colores más vivos se imponían  a mis recelos y precauciones.   A mi lado, en aquel coqueto  salón, estaba sentado “el hombre”  capaz y empeñado en hacer posible lo imposible.  Parecía  mentira y era la verdad…

Y fue en ese momento preciso -al verlo a mi lado, tan  sencillo y tan poco pagado de sí como ufano de su obra- cuando me propuse airear unos pensamientos que realmente me aturdían de no ser por las evidencias que me llenaban. Me parecía tan de justicia divulgar aquel milagro que me impuse –de inmediato- encomiar “la mano de santo” capaz de hacer milagros en unos tiempos en que ya casi nadie  cree en ellos, aunque  todavía se puedan ver algunos. Me sentí en el deber –sagrado deber, me dije- de hacer una sencilla y ejemplarizante semblanza de este alcalde de pueblo; de  una persona –la de un político, si por tal entendemos al regidor  de los destinos de todos-,  que –por lo de estos días-  pone a prueba mis esquemas usuales sobre la “clase política”,  en esta confusa circunstancia nacional especialmente. Se me hacen tan vulgares la mayor parte de los que se postulan ahora mismo para ser regidores de algo en este país  que el caso -“a parte” sin duda- de este alcalde me rompe, como digo, los esquemas y moldes de los que desfilan ahora mismo ante nuestros ojos, como si de un pase de modelos se tratara.

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En mi propósito de tal bosquejo, y puesto a buscar encajes  literarios a la figura –persona más bien- de un alcalde así,  reparo en el cap. XXV de uno de los Episodios nacionales, de Pérez Galdós,  El terror de 1824, y me asomo  -en la distancia- a la celda-capilla  de la cárcel de Corte, en la que el patriota, sedicioso y revolucionario –según se mire todo- don  Patricio Sarmiento espera la horca  entre los sollozos de su hermana Soledad y la compañía de los dos religiosos -los padres Alelí y Salmón- mandados allí para prepararle a bien morir. Merece la pena reproducir las palabras del condenado a muerte en tan especial y verídica circunstancia. Porque no se suele mentir en esos trances.

              “Veo a sus Reverencias como cortados y confusos delante de mí –dijo Sarmiento sonriendo con orgullo.  Es natural.   Yo no soy de lo que se ve todos los días. Los siglos pasan y pasan sin traer un pájaro como este. Pero, de tiempo en tiempo, Dios favorece a los pueblos dándoles uno de estos faros que alumbran al género humano y le marcan su camino.   Si una vida ejemplar alumbra muy mucho al género humano, más lo alumbra una muerte gloriosa.

              “Me explico perfectamente la admiración de sus Paternidades.   Yo no nací para que hubiera un hombre más en el mundo; yo soy de los de encargo, señores, Soy una vida consagrada a combatir la tiranía y a enaltecer la libertad:  una muerte que viene a  aumentar la ejemplaridad de aquella vida, ofrenda de una víctima que espira por su fe,  y que con su sangre viene a consagrar aquellos principios santos esta entereza mía y esta serenidad ante el suplicio.   Serenidad y entereza que no son más que la convicción profunda que tengo de mi papel en el mundo…    Y por último la acendrada fe que tengo en mis ideas,   que no pertenecen –repito-  al orden de cosas que se ve todos los días” (cfr. Episodios Nacionales.   El terror de 1824, Un voluntario realista. Madrid,  calle del Barcp 2 duplicado, t. 9º pp. 188-189)

Ricardo Vila Paz no es –claro está- el romanceado Patricio Sarmiento  del episodio galdosiano. Ni lo es, ni puede serlo por razones obvias.  Pero tiene algo que ver con el diseño de  hombre -de persona humana- tan bien personificado en el patriota y rebelde a la vez don Patricio Sarmiento.

Patriota es Ricardo, y de los que aman a su tierra y patria con obras  y no tanto con unas promesas de campaña electoral o retóricas soflamas de  mayar mentira que verdad.

Y rebelde me lo parece también, aunque al estilo Camús.  Es decir, de los rebeldes que “saben decir que no,   pero que –cuando niegan- no renuncian”;  de los inconformistas de siempre -o casi siempre- con la realidad, cuando la realidad vocea y clama por romper moldes que ya no sirven de nada (cfr. A. Camús, El hombre rebelde, ed. Losada, Buenos Aires,  2008, cap. 1).

           Me encaja bien este alcalde en esos moldes del Patricio Sarmiento que patenta Galdós, sobre todo  para momentos-límite o  clave de la historia de un hombre o de la vida de un pueblo; cuando hay que dar la talla o quedarse fuera de servicio.

           Y hasta mejor me encaja en este otro perfil de la escena. En este diseño humano del literato madrileño, se dibujan dos perspectivas de hombre: la de los hechos a medida y la de los fabricados en serie. Una sola frase del relato, la que dice “Me explico perfectamente la admiración de sus Paternidades.   Yo no nací para que hubiera un hombre más en el mundo; yo soy de los de encargo, señores”,  marca unas abismales distancias entre estas dos tipologías de lo humano. Lo gregario y átono, por un lado: el hombre de partido que se sube raudo al vagón que ante él pasa sin hacer preguntas ni esperar respuestas, el hombre-masa y  sus asimilados de la hora presente. Y lo responsable y de peso específico por otro;  que es el de la “entereza”,  de los valores y creencias que, por desgracia, no se prodigan ni se adosan bien al orden de cosas que vemos todos los días.

Repensando el Episodio en cuestión y salvando las distancias y las circunstancias, se puede observar que lo que Galdós quiere mostrar  con este diseño  no era el ideal de hombre, porque los ideales –como afirma Ortega- suenan a voluntarismos de deseo y quizás artificio,  sino una de las cimas de lo humano, un arquetipo de hombre –de hombre público, de político en nuestro caso-, el que coincide con lo que ”debe ser” un hombre y no tanto con lo que se sueña, gusta o está de moda; o sea, baratijas o apariencias de hombre (cfr. J.  Ortega y Gasset.  Mirfabeau o el político, en Obras, Alianza edit., Madrid, 1994, t. III, p. 603).  

Si no me equivoco mucho, Ricardo Vila –este alcalde- no es de los “fabricados en serie”, ni se viste, al ejercer su cargo, de “prêt à porter”,  ni se le pasa por la  cabeza disfrazarse de figurín para parecer más. Ni le va, ni se le ocurre  ser farsante.¡,  porque ninguna farsa es su camino elegido para medrar.   Es lo que es, para ejemplo de todos.

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            Y no le estoy dando coba con lo que voy soltando en  honor suyo, porque  no me va dar coba. C reo que nunca la he dado. Me gusta elogiar con justicia y razón, y realzar el mérito, pero sin babear admiraciones indebidas.  Aspiro a ser objetivo y no perder la  cabeza   con elogios exagerados o falsos.  Por eso, antes de coger la pluma para escribir, me he llegado a San Facundo para verlo y creerlo.  Pero no basta con eso.  Hay que meterse dentro de aquello y activar todos los sentidos para no sacar de quicio sino elevar simplemente a un pedestal la pequeñez esbelta y ejemplar de aquel lugar.

 

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            Ante aquello y al final de mi ensayo, salten los interrogantes al viento  de una realidad tan llamativa, por ejemplar como digo y aleccionadora.

¿No podrían acercarse muchos, pora ver, tomar nota y aprender algo?

Los que se ufanan de “progres” ¿no podrían llegarse aquí para comprobar , en poco espacio pero de gran plasticidad, lo que son el “progreso” y el “desarrollo” de verdad y –así, viendo- salirse ya de sus estereotipadas y falsas ensoñaciones?

Y el interrogante final,   aunque pueda sonar a “boutade”.

¿No podría servir este alcalde prodigioso, o algún otro como él  (seguro que hay alguno más), de referente o modelo a los que son ya o aspiran a ser cargos públicos, desde lo más alto a lo más bajo, desde el presidente del gobierno incluso, bien lejos por cierto (este alcalde, claro) de los cuentos, las mentiras, los cálculos y cambalaches, la propaganda, las farsas, etc.?.

Alguno que me lea le pondrá sordina o reservas.   Allá cada cual con sus ideas y creencias.    

Y no me valen salidas falsas. No vale eso de que “en el país de los ciegos, el tuerto es el rey”.  No me sirven las estupideces y asombros de quienes –sin saber nadie por qué-  se consideran “salvadores” y “mesías”.   Ni de los que se tienen por insustituibles siendo nada en efecto.  Me sirven las realidades y esta que describo lo es.

Creo –y no me parece estar equivocado- que este alcalde es una persona que, pisando el suelo real  y buscando seguramente unos intereses propios y legítimos –¿quién no y por qué no?-,  ha nacido para político –servidor de  todos y  hacedor de “lo posible”-,  y que –además de tener esa vocación- cada mañana, al darles la cara, les promete lo mejor de sí mismo. Y además trata de conseguirlo.  

Pero, como en estas cosas, lo mejor es verlas con los propios ojos para no dormirse en los brazos de otros,  recomiendo que vayan ustedes a verlo; y, si fueren, que no dejen de abrir los ojos para ver lo más y lo mejor posible. Lo más y mejor que verán será –como digo- la grandeza de la pequeñez, cuando la pequeñez  se cansa de ser pigmea y dice que no,   que no se resigna.

Es posible que, en esta España de hoy,  “zaragatera y triste” como ya se la figuraba el poeta A. Machado, no se vislumbre una mejor calidad de grandezas a la vista: la de una pueblín de 18 habitantes, con la perspicacia necesaria para elegir un alcalde que  se sabe el oficio y no  se queda en pavoneos con el bastón de mando y la cabeza vacía para todo lo que no sea el deleitoso afán de pavonearse.

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En la refriega humana, el reto no va en el empeño de volverse un héroe, sino en el de ser hombre; con las estrellas y medallas que se le quieran colgar, pero hombre. Y vale para ello rememorar aquel “Voilà un homme” –el primer saludo de Napoleón a Goethe, al verse los dos, por primera vez, en Erfurt en septiembre de 1808. Para Napoleón, la entera aureola del gran literato alemán cede ante su talla de hombre. Que se parece a lo que  Antonio Machado pone en boca de su personaje Juan de Mairena cuando p regona que “Por mucho que valgs un hombre, nunca tendrá  valor más alto que el de ser hombre”.

¿No estará en este dato –de tanto relieve, aunque de tan poco aprecio al computar merecimientos- la clave del ser y del hacer del “prodigioso” alcalde de San Facundo?. Yo no lo dudo y a las pruebas me remito.

SANTIAGO PANIZO ORALLO

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