El amor, escuela y camino de libertad 30-VI-2019

Ama y haz lo que quieras”.

Esta conocida –y acreditada- proclama de san Agustín, en uno de sus Tratados, es un envite atrevido a favor de la fuerza desinfectante y  limpiadora  del amor. Si el amor es compromiso y no componenda; si es “gravitación” del que ama –entero y total- hacia lo que se ama –persona, cosa, Dios, arte o ciencia, música o libertad- y   no simple amorío –apetito a lo sumo y deseo, intercambio de  unas fantasías o contacto de unas epidermis (como lo enfoca P. Auguez jugando a las canicas con el amor)-; si ha de quedarse sólo en  palabras bonitas o dulces sueños sin fruto de obras, el envite no va “de farol”, sino de parachoques en los numerosos dramas de la libertad. Y alecciona de ello su comentario: “Como vayan dentro de ti las raíces del amor, nada que no sea “bueno” podrá brotar de ellas”. Lo que amas eso eres:  Lo que amas eso quieres y lo quieres bien.

**  “¿Qué importa que el entendimiento se lance si el corazón se queda? Concibe dulcemente el capricho lo que le cuesta mucho de sacar a lucimiento al corazón.  En el IV Primor de su primera obra, Elhéroe, Baltasar Gracián sale airoso al paso de los que, teniendo de la condición humana una visión sesgada o parcial, ponen en la mente y la razón la única cima de “lo humano”. Cima lo es sin duda, pero no la única. Tampoco es, a veces, la principal. Sirva de muestra el socorrido axioma de Pascal, cuando cuando alude a las “razones del corazón” y dice que “el corazón tiene sus razones, de las que la “razón” no tiene idea”.

          QUIERO MOSTRAR CON  ESTAS CITAS que –en humano- el corazón y el amor -su primero y más natural producto- son a la suerte y fortuna plenas del hombre una especie de filtro que depura las posibles toxinas de una racionalidad capaz, por si sola, de engendrar monstruos; como el que -sin amor- haría de la libertad un escenario de barbarie.

+++ 

Quisiera que mi perfil dominical de hoy fueran estrofas de un canto por todo lo alto a la libertad; y que tan capital prerrogativa del hombre –seres libres y no autómatas o esclavos es el “no va más” de “lo humano cabal”– discurriera por caminos de amor y no de amoríos, o tal vez –sería peor todavía- de odios, recelos y farsas.

No es dudoso para mí que,  en todo hombre y en toda mujer, va inserta una vocación de libertad. Como no puede ser dudoso para nadie que ser “esclavo” es anti-humano y una forma inequívoca de regresión al “salvaje”,  trátese de esclavitudes voluntarias –las que uno mismo se crea o en las que se recrea-, o trátese de esclavitudes impuestas –las de cualquier clase de tiranía,  secular o religiosa, personal o colectiva,  material o espiritual. Tan esclavo es el que quiere ser esclavo o no se siente extraño en serlo,  como el “acogotado” por alguna de las mil formas de tiranía que cualquier hombre es capaz de ejercer sobre cualquier otro. Y si “el tirano” se da con más frecuencia de lo que se piensa, “el sumiso” voluntario y a deshora –una patología sin duda- no lo es menos.  De lo cual bien se puede desprender que –deducidos unos y otros de la cuota de los seres libres- el noble don de la libertad tiene muy poca presencia, hasta en unos tiempos, como los actuales, en que la palabra “libertad”  casi nadie se la quita de la boca. Y esta realidad es “regreso” y no “desarrollo humano”, porque, si la libertad en uso y en ejercicio nos hace hombres, toda esclavitud rebaja y  pone al mismo nivel de la bestia. ¡Ni más ni menos!.

Litúrgicamente, veo este domingo  hecho para cantar a la libertad del hombre. A toda ella,  lo mismo a la del que deposita el voto en la urna electoral, que a la que se manifiesta diciendo sí o no a  unas creencias religiosas, sin  el derecho de nadie a coartarlas porque no le gusten o a sus “ilustrados empaques” –hay empaques así- les resulten pueriles o poco racionales: porque si alguna libertad hay en el hombre con primacía sobre todas las demás es la de la conciencia y la religiosa.

Veo este domingo pintiparado para entonar un canto a la libertad en todo su amplio espectro y en todas sus variedades,   como  no se trate de una libertad que, al ser gritada o escupida, invita más a trancar las puertas que a cantarle, o de aquella libertad a la que Madame Rimbaud se refería como crimen al subir aquel día del Terror las escaleras de la guillotina. A la de san Agustín me refiero  y a la que Gracián asociaba con el primero de los afectos del alma y el corazón humanos: el amor al otro, hasta cuando  se han de marcar distancias con él sin por eso abominar de él.

+++ 

En la segunda de las lecturas de este domingo, san Pablo, en  su  Carta a los fieles de Galacia, lo borda  -en cristiano, naturalmente, aunque el trasfondo sea universal- con uno de sus rotundas apurestas a favor de la libertad.

Se sabe de sobra. Si hay algo que claudica más y con mayor intensidad a la hora de ser o de hacerse hombres, es preciosamente la libertad de los seres humanos. Si les faltaren quizás otras virtudes o cualidades, pero son real y efectivamente libres, ese hombre o mujer tienen mucho andado a la hora de titularse de este modo. Para ser hombres, se necesita la libertad,  como para vivir se necesitan aires para respirar…

Como digo, lo borda san Pablo en ese pasaje de su Carta. “Para poder vivir en libertad, Cristo nos ha liberado.    Por eso, manteneos firmes en la libertad y no cedáis a la esclavitud. Vuestra vocación es la libertad; pero no una libertad a favor de los egoísmos; sino del amor  de los unos a los otros”.

“Vocación” de libertad todos los hombres tenemos porque nacemos con ella. Y ello quiere sencillamente decir que todo ser humano –como no sea subnormal o “handicapado” de cualquier modo- esta destinado  a ser libre; y  llamado, por lo mismo, a  sentir amor por la libertad; a buscarla si no se tiene; a luchar por ella siempre que sea regateada de alguna manera;  a rebelarse, en el sentido que a esta palabra da el Nóbel Albert Camús, contra las malas entendederas de la libertad; y a “aventurar la vida” incluso por ella como Cervantes no duda en proponer para exaltar sus valores (cap. LVIII 2ª parte). 

         En el evangelio de san Lucas,  del mismo domingo, se saca la consecuencia de una libertad bien luchada y bien ganada,  con las raíces en el amor, con las proyecciones o los convencimientos que da el amor y  no el cálculo, los amoríos, o los rencores y los odios y farsas.

        ¿Puede mancharse o adulterarse la libertad?

           ¿Puede haber libertades de boquilla que son propiamente tiranías encubiertas o señuelos vendidos a precios de saldo para confundir incautos?

           ¿Tiene un precio la libertad?¿ Ese precio es que hay que ganarla cada día como ha de ganarse cada día el amor que es su mentor, o la dignidad humana que es su escaparate?

“El que pone su mano en el arado y vuelve la vista atrás –refiere Jesús por boca de San Lucas en este evangelio- no vale para el reino de Dios”. Y,  si Dios es amor como ese mismo mensaje proclama y  el amor es la única garantía solvente de una libertad que no envilezca ni soliviante, la conclusión no puede ser otra que la de la conocida idea de Chesterton: cuando no se admite a Dios, se admite cualquier cosa.

El amor es escuela y camino de la libertad del hombre. Ha de serlo. Para liberarse de los  miedos a la libertad, para desentrañar sus dramas y no romperse por sus paradojas en dos o en tres, para que sus frecuentes aventuras  no terminen en tragedia.

Ama y haz lo que quieras”. De la mano del amor siempre. Porque aspirar a ser  libre  a son de corneta o a golpes  legislativos, echando lejos o dejando de lado al amor que desintoxica la libertad y la enaltece es como jugar a sabio quemando bibliotecas.  Un absurdo. El mismo absurdo de los que se empeñan en soñar con la libertad y más aún con ser libres a gritos o a puñetazos. 

La libertad, amigos, como el amor que ha de acunar sus audacias, son cosa de obras y actitudes serias, y no románticas o de propaganda tan solo. Como apunte final: cantar a la libertad, por lo dicho, ¿no será cantar a Dios?

SANTIAGO PANIZO ORALLO

Volver arriba