Otro asalto al cielo

El tiempo fuerte que para el cristiano ha de ser la “cuaresma” enfila hoy otro remonte. Si en el primero la palestra era la soledad de un desierto, en el que la puja del tentador jugaba a espejismos de piedras convertidas en pan, de baño de multitudes de truhán de feria que hace malabarismos, o de la farsa y erótica del poder a la caza de mariposas con redes mentirosas o falsas, hoy –este otro domingo de la cuaresma cristiana- el reto se planta en la cima del monte. Jesús cambia el escenario de la remontada y su evangelización del Dios que marca los caminos más decisivos del hombre exige remontar, ir hacia arriba, fatigarse subiendo, caminar y caminar de la mano del amor hacia la luz y la esperanza, en una admirable paradoja de muerte y de vida.
Que la muerte “no es el final”, se les viene a decir con aquella esplendorosa manifestación de gloria. Medio atontado por la visión, a Pedro –el que da la cara siempre- le sale del alma lo de quedarse allí, sin bajar del monte. Pero Jesús se encarga otra vez de sacarle de sus lucubraciones prematuras, para decirle que hay que volver a la brega, pasar del amor de gloria al amor de ruta y caminos de polvo y no sembrar los campos de tierra de ilusiones que son tallos verdes y no cuajados todavía.
No es de fe lo que se ve; esd de fe lo que –sin verse- es aceptado por un amor que es confianza plena en la Palabra del que, invitando a sus amigos a subir y bajar del monte, les pide silencio y calma por ahora. La fe es una necesaria virtud humana que se diviniza cuando se trata de aceptar a Dios.
El “remonte” de hoy es otro reto: hay razones para creer. A pesar de todo, sigue habiendo razones para creer.
Otra cosa será que esas razones -del alma o del corazón- a muchos les parezcan filfas; muchos –tal vez- de los que se creen “a pies juntillas” lo que les dicen algunos que se llaman profesores y maestros, no siendo en verdad otra cosa que bobadas, invenciones, cuentos en una palabra para cazar ilusos.
Yo -desde luego- entre creer en Dios o creer en cualquiera de los inventos de estos “guías” –que quieren serlo- de nuestras vidas y haciendas, me quedo indudablemente con la fe en Dios.

Este caminar hacia el monte de la luz, guiados por el amor que supone la fe o la voz del corazón que urge la necesidad de “creer” me lleva hoy a adornar este reto con unas frases que tomo de la primera parte de los Estudios sobre el amor, de un señor que se lama Ortega y Gasset y pasa, para muchos por un descreído, vacío de Dios, ateo incluso le llaman algunos, pero que al tratar de las “facciones del amor”, habla de esta manera del “amor a Dios”:
“No se puede ir al Dios que se ama con los pies del cuerpo y, no obstante, amarle es estar yendo hacia Él. En el amor, abandonamos la quietud y el asiento dentro de nosotros y emigramos virtualmente hacia el objeto. Y este constante estar emigrando es estar amando” (Cfr. Estudios sobre el amor, I Facciones del amor, ed. Revista de Occidente Madrid, 1954, p. 9). No dicen algo a todos estas letras, palabras y frases del que llaman ateo algunos de sus biógrafos, seguramente porque no han meditado su Dios a la vista” de una de las partes de El Espectador?

El amor –amigos- no es un “estado” como pueden serlo otros sentimientos o afecciones del alma, tales la tristeza o las alegrías. Es un dinamismo del hombre o de la mujer que centrifuga las energías positivas del ser humano –a diferencia del odio que las centrífuga en sentido contrario-, para hacerlas volar, en demandas y ofertas de entrega y anhelos de fusión, hacia lo amado. En este caso el Dios en quien el hombre o mujer creyentes confían de cara a las perversiones –las del odio cainita en primer lugar y sobre las demás- como salida a los “absurdos” –más fuertes que los que motivaran a san Agustín para creer- de las mil y una cosas que “nos pasan” y que racionalmente no entendemos por vueltas que se les dé. Miremos, si no, en derredor y pensemos en estos otros absurdos tan imponentes o más y menos explicables que lo que de absurdo pueden ver algunos en la creencias en Dios.
Claro que no todo lo que pasa o nos pasa es absurdo porque eso sí que sería el gran absurdo; pero mirando a los lados ¿no es siente uno a cada paso zarandeado y azotado por la fusta de nuestros innumerables absurdos?

El amor –he de insistir- es un dinamismo centrífugo que pone en marcha y hace andar incluso a los que tienen los pies de plomo o de barro. Un dinamismo que, saliendo del “yo” menesteroso, problemático y futurizo, dramático y a veces trágico de la verdad del hombre, se proyecta hasta posarse en el “otro”, en el objeto del amor; en este caso, Dios.

Si el que ama se centrifuga para bien y el que odia se centrífuga para el mal de los “otros”, hoy este segundo remonte o reto que, ante los ojos del creyente, pone esta vez la Cuaresma cristiana, en ese aura de gloria de la cumbre del monte de la luz, me invita –a mí me invita- a caminare de la mano del amor hacia Dios y hacia cualquier semejante que lleve en el rostro la marca de Dios. Sin óbice, no obstante, de dejar de marcar en negro todos los caminos del odio y sus semejantes; pero nunca hasta odiar como –deshumanizando todo lo humano- hacen los que odian; a sí mismos en primer lugar y por añadidura a todos los destinatarios de sus odios y desamores, que tanto se parecen al odio.

Amar a Dios, por tanto, no es un estarse quietos a la espera de algo. Es andar; moverse; mojarse cuando jarrea; echarse al agua cuando diluvia; nadar contra la corriente si hace falta y, en todo caso, luchar cada día por el amor. En una palabra, como dice ese gran pensar que muchos dicen que fue ateo y yo le llamaría tal vez “un ateo que cree en Dios”, reitero: “No se puede ir al Dios que se ama con las piernas del cuerpo; y, no obstante, amarle es estar yendo hacia Él”.
Aceptar el reto de subir al “monte”, ver allí la luz a que conduce el amor; y bajar de nuevo ataviados con la fe que da el amor para vivir curados de los espantos de unos absurdos que –a mi ver- son mucho menos lógicos o normales que los que el hombre de fe puede hallar en sus caminos hacia Dios.
Si a los humanos no falta, por lógica, el vocabulario adecuado para encararnos vis a vis con lo divino, como bien observa Harold Bloom, y si, ya en su tiempo, lo anticioaba –en una perspicacia de colosales dimensiones el genio ilustre de san Agustín, cuando afirmada creer por ser “absurdo” -“credo quia adsurdum”- (tiene miga la expresión para el que se atreva a pensar más allá de sus narices), al mirar hoy esa fantasía de luz y color que los evangelios ponen a la vista del hombre, en este segundo remonte de la cuaresma cristiana, nada extraña el asombro de Pedro y sus dos compañeros.
Merecía la pena subir, y después bajar, aunque fuera cabizbajos, y más tarde esperar… Merece la pena creer y de este modo asaltar el cielo en este otro remonte de la Cuaresma cristiana.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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