Mi frase del día: Dios quiere santos normales

Aunque parezca tonto y vano, más de una vez he pensado en si los hombres están más vivos en los tiempos de bonanza o en los de crispación y malaventura. Si es más o mejor hombre uno cuando el viento da en la popa y la navecilla va como en volandas o, por el contrario, si se impone bracear contra la corriente y se vuelve incierta la travesía.
Alguna vez, en esos momentos crepusculares del espìritu en que la mente parece dormitar y los sentidos están pasivos y como a la espera de algo, me he formulado la pregunta: ¿se muestra más auténtica la vida humana cuando hay que luchar por ella y dejarse la piel incluso en los cierres espinosos de los caminos o cuando todo es liso y llano, no hay que hacerse preguntas ni esperar respuestas y cuando dos y dos son cuatro para todo el mundo y no hay quien se empeñe en apostar que son tres?
Creo –con los debidos respetos al “dolce far niente”, la “modorra” y el “todo a cien”- preferir lo primero a lo segundo; el dormir menos para vivir más e incluso el tener que guerrear con uno mismo cuando han de tomarse decisiones importantes, de las que son algo más que refrescarse con un “tinto de verano” o saludar a un amigo, de las que –al hacerlo- se tocan fibras sensibles del alma.

Como los tiempos que corren –imagino que en casi todas partes- más parecen de “odium Dei” -recordemos el “Dios a la vista” de Ortega y Gasset- que de benevolencias con Dios –seamos serios, al catolicismo en España se le recela y por bastantes se le odia y, a lo sumo, se le tolera escuetamente-… Como las cosas son así, no estará de más pensar en una hipótesis nada inverosímil: la de volcarse sobre la Iglesia frustraciones, resentimientos y hasta odios, en unas fijaciones que parecen edipianas por lo automáticas y recurrentes que se muestran, incluso después del Vaticano II y del esfuerzo de la Iglesia por estarse en su sitio.
No es inverosímil.
Hay protestantes en España, hay musulmanes a cientos de miles, hay judíos, hay budistas y mormones, hay fundamentalistas del ateismo o el deísmo, pero la medalla de oro del pim-pam-pun casi siempre se le adjudica a la Iglesia. A veces con razón, porque a los hombres de Iglesia el bautismo no los vuelve “mirlos blancos” y en todas partes se pueden “cocer habas” y a todos los cocineros se les puede ahumar o quemar el guiso.

Vayamos más al grano.
Al “homo religiosus”, ese hombre que, en uso de su libertad, tiene no sólo ideas sino creencias cristianas, y las tiene porque lo quiere y le gustan, o porque las ve más cívicas y más racionales –sí, racionales, porque la fe no está al margen de la racionalidad como no lo están muchas de las “cosas del corazón” (recordemos la memorable idea de Pascal sobre las “razones del corazón” o el perfectamente comprensible intimismo de Unamuno)…. Al “homo religiosus” -en general y al católico muy especialmente-, por una parte ilustrada de esa “modernidad” acrecida con la post-modernidad, se le tiene como un “minus valens”, algo así como lo que en Galicia e llaman “coitadiño”, “feo, católico y sentimental” como era el Marqués de Bradomín para Valle-Inclán… Es decir, hecho para el cielo tal vez, pero para esta tierra…
Salvado el puntillo de hipérbole posible en lo anterior, algo puede que haya de esto.

Yo diría que es humano, y por supuesto cristiano, devolver mal por bien, no odiar al que odia ni maldecir al que maldice o detesta. Es humano, y cristiano más aún, saludar y tender la mano con educación, respeto y cortesía a todo el mundo, incluso al que ofende hasta cuando aunque la ofensa pueda ser gratuita y con injusticia. Es típico cristiano no volver la cara al ofensor sino mostrarle las dos mejillas como dice el Evangelio de Jesús… Sin embargo, yo pienso que fraternizar hasta votarle en unas elecciones cae fuera del precepto del amor cristiano. Votar al que ofende tus creencias, a parte de no ser ni humano ni cristiano, sería de idiotas y anormales. Y Dios –lo he dicho muchas veces- quiere santos normales; es decir, gentes que, pudiendo obrar o hacer el mal, se esfuerzan y luchan a diario por no hacerlo o hacerlo un poco menos que ayer; gentes que se equivocan o pueden equivocarse como cada “quisque” pero, advertidos, no se empecinan en el error ni hacen farsa o medro con las cosas en que creen.
Dicho más en plata: un católico de creencias y de conciencia y no tanto de nombre o de etiqueta no sólo no quebranta el Evangelio cuando no vota al que odia, ofende, miente o falsea la realidad para meterse con la religión cristiana, sino que le hace los honores. Cosa distinta sería si le odiara, le faltara al respeto o le insultara. El voto es libre y la libertad en el hombre, aunque muchos no se lo crean, si no llevara asociada la pertinente responsabilidad, sería falsa libertad. Además, el derecho a la justa defensa es un derecho humano que legitima los medios honestos y lícitos de defenderse. Y todavía más, cuanto más minoría sean los católicos –es psicología pura- más envite han de poner en la defensa de sus creencias. Las minorías, por serlo, se crecen al verse acosadas.

Pot ello, si Dios quiere santos normales y no idiotas; si defender los derechos de la conciencia es cosa de hombres y no de timoratos o simples, ante las hipótesis que se barruntan, la claridad y la consiguiente decisión son amigas de la verdad.

Por cierto, he oído a la sra. Alcaldesa de Madrid recomendar a los “mayores” escoger patronas laicas, émulas de los patronos cristianos. Recomendaba a una científica italiana, que ha muerto no hace mucho y, al parecer, ella se empeñaba en canonizar para mostrarla como “arquetipo” o “modelo” de no sé qué invento municipal. Bueno… De inmediato y jovialmente recordé ese gráfico y gracioso verso que dice: “Quien nísperos come / espárragos chupa / bebe cerveza / y besa a una vieja… ni come, ni chupa, ni bebe ni besa”. No es descortesía, es realismo tan sólo. Ya más repuesto de la ingeniosa salida de la alcaldesa me fui a lo de las “religiones políticas y sustitutorias” del secularismo modernista. A mi ver, el fenómeno es una demostración del peso y valor de la religión en el alma de los hombres: hay que imitarla –sus ritos, sacramentos, iniciaciones…- para que no suenel tan a rancias sus prédicas laicistas. Y más trarde pensé más: parece mentira que estas copias o plagios –bautismos civiles, comuniones civiles…- no sean tomados como atentados a la propiedad intelectual o espiritual, que es lo mismo. Hace falta cara para tanta farsa, como da a entender George Steiner en el primero de los capítulos de su Nosdtalgia de Absoluto.

¿Mi frase del día?
Una idea que me llegó estos días pasados: sorprende la facilidad con que nos perjudicamos a nosotros mismos al traicionar nuestras ideas y creencias. Las abdicaclones en racionalidad son las más ignominiosas de todas.
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