La humildad, reto y camino hacia la verdad Perfil dominical 31-9-2019

Lo pequeño.  Lo irrelevante.  Lo que no cuenta en los mentideros  de  burla o farsa. Lo que sólo busca ser sin cotizarse más de lo justo y lo debido. Lo que no viste de oropeles sólo por darse postín… A estas cosas se les llama “humildad” en el mejor sentido de la palabra: lo propio de las personas que saben reconocer  sus defectos y no presumen de lo que no son o pueden. Modos así tienen un valor -incluso mucho valor-, a pesar de ser pequeños, y aunque no lo parezca.  La hechura del que busca los primeros puestos con olvido de sus posibles o capacidades y sus valores es más pedantería que verdad. El evangelio de hoy lo patenta.

En esto abundan hoy mis reflexiones para el Perfil dominical.

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  *  El más inteligente de todos,  a mi modo de ver, es el que, por lo menos una vez al mes, se trata a sí mismo de imbécil”. La llamativa paradoja del gran ruso -literato de primera- Fiodor Dostoiewski no es en él  quijotesca  manía ni graciosa ocurrencia. Puede verse como cifra  de casi todo su argumento de vida y abono de lo que -en Los Hermanos Karamazov- pudiera considerarse resumen de la obra y hasta de la vida del autor. Es decir, la firme y sincera  fe en la liberación del hombre por la aceptación del sufrimiento   y el incontenible afán de verse a uno mismo como lo que es y no como lo que se figura ser.

        ** “Tal vez en la llaneza y en la humildad suelen esconderse los regocijos más aventajados”. Lo pespuntea nada menos que Miguel de Cervantes en una de sus Novelas Ejemplares, Persiles y Segismunda -llbro II, cap. XIII. La verdad dicha por uno mismo duele menos  porque se acepta mejor.  Es bálsamo de las curas de hmuldad.  

***  Dios y la Religión son el único Poder ante el que arrodillarse no envilece. Se muestra rotundo René de Chateaubriand cuando, en las Memorias de ultratumba, rubrica la idea diciendo que “La Religion  est le seul pouvoir devant lequel on peut se courber sans s’avilir” (cfr. III, II, 5, 25).   Arrodillarse ante los iguales es como poner lo humano ”a los pies de los caballos” por la falla  en la dignidad que supondría. Ante Dios, no. En la humildad está la verdad,  se quiera o no reconocer.

           ****  “Hijo mío. En los asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre dadivoso.   Hazte pequeño en las grandezas y  tendrás el favor de Dios,  porque es grande su benevolencia y sólo revela sus secretos a los humildes.   No corras a curar las heridas del cínico porque no tienen cura: es brote de mala planta.  EL sabio  aprecia las sentencias de los sabios y el oído atento a la sabiduría se alegrará”. Lo aconseja el  Libro del Eclesiástico  -3,17- y es la embocadura de las lecturas de la liturgia de este domingo cristiano.

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      Este amanecer -último de agosto- oigo a una mujer periodista –en Radio Nacional- dedicarle un admirable saludo: se cierra hoy el mes –decía- y he de confesar que aún sigo creyendo en el hombre.

       Me place su idea para adobar mi reflexión y dar contorno a este perfil. Es verdad. La inmensa “contradicción” de la hora presente de la Humanidad -tan confusa ella y atrabiliaria  (y que –a ojos vistas- no es más que la huella natural del “siglo post-moderno” en que ya vivimos)-  no ha conseguido de mí que  pierda la fe y la confianza en el hombre.  A pesar de los Trump y los Maduro,  del orondo dictador de la Corea del Norte o de las “manadas”  que -en nuestros mismos pagos- proliferan tanto y parecen copia de los lobos cuando atacan: coligarse con los de igual especie o ralea para asaltar al “otro” –generalmente jovencitas  timoratas o edulcoradas-, como casi a diario revelan las crónicas de sucesos, se parece mucho a los códigos no escritos de la “ciudad sin ley”, aunque haya –los hay y se les oye pregonarlo-  quien o quienes lo encuentren justificado y hasta divertido sin ser ni la una cosa ni la otra. No se entiende muy bien  que lo que pudiera ser “chiquillada” para el “buenismo” fatuo, siendo sinónimo de matonismo rufianesco, merezca otra cosa que desprecio, como no se trate de apolíneos maniquís –ellas o ellos- “descerebrados”. Es –en cierto parecido- lo del “¿Ladran, Sancho?”  de nuestro inmortal Cervantes.  Ladrar tan sólo es poco más que nada.  

Y sin embargo la verdad entera no es esa.  El mal anda suelto a lo que se ve, pero queda mucho más bueno que malo en la Humanidad, aunque “unos” acostumbren a chillar y gritar más para dar impresión de multitud o poderío, y “los otros” parezcan aceptar perder la razón que tienen, a base de callarse y no decir “no” como manda “el rebelde” de Camús.  

¿Acaso “rebelarse” con razón está reñido con ser humilde?. Porque la humildad no está en hacer papeles de “pazguato” simplón o pasmado, sino en pujar por la verdad aunque sea dura o cueste. Triste y lamentable podrá ser que se confunda la humildad de la violeta  con no ser ni flor, ni tener aroma; o que al “gris” o al “negro” se les llame “colores” cuando en verdad -y como bien apunta Ortega acerca del ”gris” en sus Lecciones de filosofía (en la VIª concretamente)-  “ser gris sea lo más que el color puede hacer cuando quiere renunciar a ser color”.

No es malo ser humilde, pero sería imperdonable tener complejos de humildad a estas alturas.   Cuando se tiene la razón,  callarse por cobardía o por comodidad,  o es farsa o en tontuna de la clase suprema.

Cualquiera -ante panorama tan dispar- se debiera preguntar curioso: si los gritos no son razones, ¿por qué dejar el terreno franco a los que, por gritar, piensan tener la razón y la verdad cuando es todo lo contrario?.  La cobardía de los “humildes” no es humildad, sino un canto a la mentira.

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         “En la humildad está la verdad”, decía Santa Teresa de Jesús. Y la verdad será, por eso, la mejor patente de la humildad. Me lo  creo.

Hombre engreído -  Pagado de sí mismo -  Ególatra -  Creído-   Autosuficiente -  Altanero  -Farsante y fatuo – Narcisista y altivo – Soberbio y vacío porque sólo es carcasa.    Me lo creo también: no es verdadero lo que no es humilde.

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Mirando al Jesús del Evangelio. Jesús es apodado “de Nazareth”, el pequeño pueblo al que, después de nacer en Belén y salirse por pies de la conjura de Herodes,   se fueron a vivir María y José. Era “de pueblo” y no sólo del pueblo, que pudiera ser distinto. Y como “de pueblo” era humilde como la gente que, nunca, por mucho que suba o medre, siente vergüenza de llamarse así, “de pueblo” pero no “plebeyo”. Y,  siendo de este modo, no desentonaba en su perenne diatriba con  aquellos fariseos engolados, tan ahitos de fantasías como menguados en verdad.  Que la grandeza del “saber” no va tanto con saber como en saber que no se sabe. Y eso también es humildad.

Por ello, elogio del hombre humilde, sencillo, cercano….  En contraste agudo con todo lo engolado y tieso…

Por eso, hacerse pequeño en las grandezas humanas es buen camino de vida.

Y por eso mismo también cuidarse y precaverse de la falsa humildad,  que  bien pudiera valerse de la idea que Miguel de Unamuno  blandía como enseña de vencedores, al decir, en un ensayo de 15-XII-1913, de Los Lunes de “El Imparcial”,  que  “la humildad consiste en transigir con la mentira”. Ni en humano ni en cristiano, la mentira podrá ser jamás  un recurso  válido de una humildad sincera.

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ANTE DIOS.

Ante Dios -y frente a Dios menos aún- caben los alardes, los narcisismos o las autocomplacencias.   Sólo tiene cabida la verdad de uno mismo, porque a Dios  no se le oculta  -ni para lo bueno ni para lo malo- el fondo del corazón del hombre.

     Y ya lo de Chateaubriand pero de otro modo dicho: “Mejor a Dios te elevas cuando te humillas./ Nunca es más grande el hombre que de rodillas”.  Lo asegura F.  Balard en su libro La Humildad.

         Y esto otro.  “Los fariseos eran gentes que contaban con su propia fuerza para ser virtuosos.   La humildad consiste en  saber que en lo que se denomina “yo”   no hay ninguna fuente de energía que permita elevarse.  Todo cuanto en mí es valioso procede sin excepción de más allá de mí, y viene, no como don, sino como préstamo que debe ser renovado sin cesar”. Este  gran cumplido de Simone Weil  a la humildadcfr. La gravedad y la gracia, Madrid, 1994, p. 79- se puede articular  en más alto, en más bajo o de otro modo, pero no mejor. Lo más valioso de mí,  aunque yo lo cultive y atienda, “procede de más allá de mí”.    Por algo anduvo en su vida tan cerca del Dios cristiano esta mujer admirable.

            Lo dicho. El único Poder ante el que arrodillarse no envilece es el de Dios…. Cualquier otro  ha de ser tenere mucho de soberbia, narcisismo o farsa.

SANTIAGO PANIZO ORALLO

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