La impagable deuda con el amigo

Creo que una de las innumerables virtudes –y no la menor- de la amistad, la que, para mi gusto, hace de ella “el tesoro” de que se la califica, está en esa porosidad vital de dos almas que se compenetran sin fundirse, se quieren sin consorcios oficiales y se respetan hasta cuando se pelean o no se ponen de acuerdo. Nada extraña por tanto la regla de que “cuando un amigo se va, algo se rompe en el alma”. Normal!
Pienso que, así como el amor no puede estar meramente ni en el contacto o intercambio de “dos epidermis” ni en el mero romanticismo de un lirismo empalagoso, tampoco la amistad se reduce a felicitarse la Navidad, el cumpleaños o el santo y dejarlo estar hasta la siguiente Navidad. La amistad es más que una retórica de ocasión y punto.

He tenido amigos en mi vida, buenos amigos. No muchos, porque opino que el corazón no da para tanto y creo, además, que la buena lógica en la amistad exige distinguir entre “conocidos” y “amigos”. Si “conocidos”, muchos en una vida ya larga como la mía; amigos muy pocos, pero con ellos as tope y a por todas.
Varios de mis amigos han muerto ya, pero los sigo manteniendo como amigos, porque con frecuencia, no sólo los rememoro para revivirlos sin cesar, sino que les sigo requiriendo consejo y ayuda en momentos de turbación o vacuidad, propia o ajena; igual que hacíamos en vida, para seguirme iluminando por unas personas que, a cambio de nada, tanto me dieron y de los que tanto aprendí.
Especialmente, mis años en el País Vasco fueron pródigos –no es cosa de dar ahora las razones de ello- en buenas amistades, de esas que te van marcando la vida y la orientan a mejor sin proponérselo, que es lo eficaz porque no crea rechazo.

Pues bien, uno de mis amigos donostiarras fue Miguel Echenique Elizondo. Era médico, profesor de cirugía en la Universidad del País Vasco, amante de su tierra y tradiciones pero sin hacer de ello ni un fetiche ni, menos aún, un pedestal excluyente o egocentrista; al contrario, era tan cosmopolita y racional como su cultura soberbia, sin fronteras ni barricadas. Era “pelín” “revirado” en el mejor sentido de la palabra, pero en dosis muy soportables. Sobre todo, era un amigo de los que hacen los honores debidos a tan selecta virtud. Y era, por fin, además de un pozo de ciencia y experiencia ensambladas, un gran comunicador.
Echenique y yo nos reuníamos los domingos, a media mañana, a mitad del camino entre mi casa y la suya, en la cafetería del Hotel Terminus de San Sebastián, para desayunar juntos, hacernos confidencias, pelearnos a veces por nuestros diferentes modos de ver la misma realidad y, siempre, convergentes en lo que estimábamos los dos razonable después de debatirlo a veces a sangre y fuego como suele decirse. Todavía conservo, a pesar de los años transcurridos, papelinas de su puño y letra en que me consignaba algunos de sus pensamientos. Recuerdo, por ejemplo, uno de ellos. Eran los años en que yo andaba preocupado y ocupado con el tema ingente de la madurez-inmadurez humana y en cómo hay tipos y modos de inmadurez que inhabilitan para vivir la vida –especialmente algunos tramos o especies de vida- con normalidad- Cu+antas veces debatimos ese dicho tópico, según el cual el cual “el que a los 20 años no fue revolucionario es que nunca tuvo corazón, pero el que a los 40 lo sigue siendo es que no ha conseguido tener cabeza”!. Cuántas veces me decía que, para saber algo de madurez e inmadurez, hay que mirar más a las personas concretas que a los libros…. Un día me anotó en uno de los papelitos que aún conservo una ocurrencia que me llevó a ver otra faceta de la maduración, que lo que sigue a la madurez es la podredumbre. Luego, con una risa pícara, casi insolente, me añadió: nunca te fíes de los que alardean de maduros; puede que anden ya por la fase siguiente. Yo me lo quedé pensando, claro, y tomando nota. Era razonable.

Hoy, un día más le recuerdo. Por una anécdota que nos contó a varios amigos juntos que celebrábamos algo. Y en la conversación salió a debate lo de la pos-cultura y de la pos-modernidad que, allá por Mayo del 68, empezaba a mostrar la oreja allende los Pirineos; y asomaba ya por el horizonte esta era de la frivolidad, de la hojarasca, del “quid pro quo” y hasta de loa sucedáneos como si de primeras marcas se tratara. Echenique nos dejó hablar y como quien no quiere la cosa nos soltó la anécdota. Yo la titulo des de aquel día, “El consejo al mandarín de la Manchuria”
El caso es que se puso interesante Miguel y sus ojos chispeantes y agudos, como en alerta, dieron paso a la historieta, que no he sabido nunca si era invento suyo o la había recibido de alguien.

Era un mandarín de la Muanchuria que se hallaba en muchas dificultades para gobernar su pueblo díscolo y rebelde. No sabía ya qué hacer. Reunión tras reunión de su Consejo para buscar salidas y nada…. Seguía todo lo mismo.
Hasta que un día, en una de aquellas reuniones, uno de los consejeros pidió la palabra para decir que, allá en las montañas, aislado de todo, vivía un tal Confucio, que tenía fama de sabio y prudente y quizás él supiera por dónde meter mano al problema. El hecho es que nombraron una comisión para que, llegándose a las montañas, le pidiera conejo-
La propuesta fue aceptada y allá de fue la Comisión. Le expusieron el caso; el sabio se quedó pensativo un rato; y al cabo, levantando la vista del suelo, escuetamente pronunció estas cuatro palabras: “Comenzar por el principio”. Y se volvió a recluir en sus pensamientos.
Llena de contento, la Comisión regreso a su tierra y ante el Consejo dio cuenta de la respuesta de Confucio. “Comenzar por el principio”. Y ¿qué es eso?, les preguntaron. Es lo único que respondió y no salió de sus labios una palabra más. Vueltas y vueltas para interpretar pero nadie lograba precisar lo que eso significaba ni qué medidas implicaba para terminar con la anarquía y el desgobierno. Era una confusión y acordaron volver a Confucio para que les aclarara el sentido y alcances de las cuatro palabras.
Volvieron. Los recibió de nuevo el sabio. Le requirieron para que les desvelara lo que había que hacer o lo que significaba “comenzar por el principio” y, ensimismado como estaba, tras oírles en silencio y pensar un rato, se limitó a decirles que “comenzar por el principio” era dar a las palabras el sentido y significado que les corresponde. Y, como la primera vez sucediera, retornó de inmediato a su ensimismamiento y ni una palabra más salió de su boca.
Aquí Echenique cortaba y, como si pusiera puntos suspensivos, nos miraba inquisitivo, sonreía y como que nos invitaba a que pusiéramos nosotros lo que faltaba. Sin embargo, tras la risilla, nos dijo: ¿No veis en la respuesta de Confucio el insecticida para una de las plagas más extendidas de nuestros tiempos?.

Es verdad. Con tanta filosofía del lenguaje –lo de Wittgentein y demás ya estaba en las vitrinas y crecía, se ha hecho el cambiazo. Diluido en “progreso”, el invento se fue haciendo cultura de masas. Ni la conciencia ni la razón seguirían como los patrones de medida de la verdad, sino la palabra domesticada, el bla-bla-bla, la visibilidad y la apariencia o la comunicación, la propaganda, el repetir la mentira mil y una veces hasta que pase por la verdad que no es, y el largo etcétera de las manipulaciones del significado de las palabras, hasta culminar en lo que ya Ortega nombrara, desde su atalaya de “espectador”, “reino de la mentira”, al erigirse masivamente la utilidad en el criterio de la verdad.
Miremos al entorno.
Los independentistas hablando de “presos políticos” invirtiendo, por utilidad, el orden justo de las palabras.
Hoy mismo, el Sr. Iglesias –profesor según se dice- negando el derecho a expresarse y hablar claro a los empresarios alemanes con negocios importantes en Cataluña, cuando él mismo, cada dos por tres, reivindica libertad de expresión sIn límites para todo lo que sale de su boca.
Y las “medias tintas” , el igualar a víctimas y verdugos, a llamar democracia a lo que es opresión, a trapichear con la verdad invocando la conciencia a sabiendas de que es mentira….
Estos juegos se han vuelto de moda y el pimpante “reino de la mentira” deja chico al mismo Goebels, ministro de propaganda de Hitler cuando avisaba que una mentira, si se repite cien veces, se vuelve verdad.

Yo creo, que, como la lista de las aplicaciones actuales del consejo de Confucio, que Echenique rememoraba tan cumplidamente en los albores de la “modernidad líquida” o quizás gaseosa ya, sería enorme, casi infinita, es preferible que cierre con lo dicho estas reflexiones por hoy y les invite, como él hizo con nosotros, a poner cada cual lo que crea oportuno en apoyo de la sentencia del viejo sabio.
Pero, se haga o no se haga, dar a las palabras el sentido que les corresponde, sin manipularlas, adulterarlas o sacarlas de quicio, puede ser tan sano y saludable socialmente como el respirar lo es para poder vivir. Y no es cosa de broma sino de supervivencia y de bien común.
Echenique era un buen amigo. Gracias.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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