Más leña al odio

Como –a pesar de todo- no amaina la “pasión de catalanes” y todo se vuelve expectación y cábalas ante las sensaciones que desata el recurso –por fin!!!- al art. 155 de la Constitución, hemos de seguir aguantando el incordio de tan pesado serial de insensateces.
En mi deseo de no prestarme al juego de las cábalas, tan inciertas en política, y más si el juego lo hacen personajillos como los que trapichean en esta inconcebible partida, prefiero volverme a cosas que, siendo ya historia reciente, no dejan de ilustrar, como hechos que son, sobre la calidad ética o la solvencia política de quienes, más que en un juego de azar, parecen estar ensayando ese otro juego bárbaro de la ruleta rusa.

El pasado 10 de octubre, el diario El País publicaba un relato escalofriante sobre la peripecia del odio, vigente, visible y con papel estelar de protagonista en la escenificación de todo este “affaire” de la ruda ”pasiòn de catalanes”. Veamos.

“Adiós al circo del odio” se titula y pinta al vivo, en la carne propia de sus dos autores, una estampa desoladora de la situación creada y la muestra en un aspecto singular pero muy significativo de sus raíces y catadura. Dentro de este universo secesionista, es un alegato contra la falta de pluralismo informativo en los “medios” esclavos del independentismo catalán. Colaboradores habituales –como dice el diario- de TV3 y Catalunya Radio, se van de ellos –Joan López Alegre y Nacho Martín Blanco- y dicen adiós, como apunta el titulo, “al circo del odio”.
Se van huyendo de esos medios y, en primera persona del plural, refieren sus personales vivencias. Como no es cosa de copiar todo lo que dicen haber experimentado, merece la pena realzar algunas das bases y razones de su escape del –como ellos dicen- “circo del odio”. Que bien creo que sea circo, pero –además de circo- es farsa, esperpento y, si se quisiera ahondar más, dramática composición, lamentable, rupturistas, xenófoba e inconcebible en gente civilizada del s. XXI.
Son catalanes, afirman, y les “duele Cataluña.
Es pregunta en boca de muchos la de cómo “se ha llegado” a lo de ahora. Y explican su porqué. “Las causas son diversas, pero en Cataluña hay dos factores estructurales que, de forma sistemática, han favorecido la creación de un marco mental de alejamiento, cuando no de animadversión hacia el resto de España; la educación y los medios de comunicación públicos subvencionados por la Generalitat”. Aunque era muy sabido, no está de más verlo reconocido por quienes directamente lo han vivido.
Añaden algo sobremanera maquiavélico y, si a mano viniea, canallesco. Tildados en estos “medios” de pertenecer a la “casta unionista”, se han cansado de verse “utilizados” ignominiosamente: se sientan haros de comprobar que su presencia en esos “medios” es “contraproducente”, porque sólo sirve a los mismos “como coartada para demostrar su supuesta pluralidad y apuntalar la tesis dominante”.
Espeluznante resulta el relato y casi heroico soportar, sin ser un necio o un baldragas, un aposentamiento tan radical -y hasta pintoresco si no fuera demoledor de valores del todo consagrados en la cultura posterior a la Ilustración- en las recuas de los del “pensamiento único” y de contraculturas a las que, a leguas, se les ve el plumero utilitario y montaraz.
El entero artículo merece la pena.
No tiene desperdicio como denuncia viva e incuestionable de la opresión concienzuda, y por eso mismo indefendible desde planos de una profesionalidad respetable, con que, desde estos medios esclavos, comprados y vendidos, se ejerce sobre el alma entera de un pueblo que, en su mayoria, merece el respeto por un “seny” que, siendo proverbial en él y en sus tradiciones, ha dejado de caber en las mentes estrechas de estos prevaricadores profesionales de la verdad.
Merece la pena leerlo en su integridad y enarbolarlo ante los que –en Cataluña y fuera de Cataluña- se andan con remilgos oportunistas y utilitarios, mejor que objetivos y serios, a la hora de llamar a las cosas por su nombre y, sobre todo, hacer que retornen las aguas a sus cauces de normalidad.

De todos modos, cerremos esta reflexión del día como ellos lo hacen. Denunciando la realidad y apartarse de ella, por dignidad y decoro personales. Y decir cualquiera de nosotros, llegados casos similares, lo que ellos dicen: “Con este artículo queremos anunciar nuestra despedida de los medios públicos catalanes mientras no asuman su responsabilidad de dar voz desde el respeto y un mínimo de honestidad al conjunto de los catalanes de Cataluña, Preferimos renunciar a nuestros emolumentos que aguantar el desgaste emocional que supone participar en este cirso del odio a España y la carga moral de pensar que nuestra presencia lo legitima”
Como no hace falta comentario y las razones de la verdad campan libres por el completo relato, “chapeau!” sin más a estos valientes avezados a preferir la honra sin barcos a los barcos sin honra. En Valparaiso lo enseño a todos los españoles aquel almirante señero en la defensa de nuestros más auténticos valores; lejos de esa mediocridad que necesita el odio para dárselas de valiente. Y “chapeau!” también al diario que, ejemplarmente, se honró dando cabida a esta lección magistral de dignidad y de freno al odio.
Una sociedad que embarca la mayor parte de sus enseres en las naves del odio tiene muy poco recorrido

¿Tiene cura el odio?
Ayer tarde –ante el sesgo tan preocupante que van tomando “las cosas” en Cataluña- saltaba a la palestra del día una pregunta más preocupante aún que ese sesgo indicado. La anoté de inmediato porque me parecía un modo nuevo, otra perspectiva, de enfocar esta realidad; porque se pasaba del planteamiento anecdótico y da superficie al fondo del problema. Quien echaba al aire la pregunta partía de un supuesto –lo mismo que para él, innegable para mí: las fobias –las espirales del odio- no son ajenas ni mucho menos a esta “pasión de catalanes”. Las espitas del odio se han aflojado y el vino se ha derramado. ¿Cómo hemos llegado a esto?, se preguntaba incrédulo el señor ded la pregunta.
Por encima será lo que se quiera decir o la propaganda se empeñe en decirlo: que si democracia sí o no, que si derecho a decidir sí o no, que si “nos roban” sí o no (excusas y coartadas las más de las veces para vestir el fantoche. La verdad es, sin embargo, que, bajo la superficie victimista y reivindicativa, como causa eficiente, se mueve una granada cosecha de fobias bien sembradas y alimentadas, a ciencia y conciencia y durante lustros, en el alma de generaciones jóvenes. Odios con señas concretas de identidad, racistas, egocentristas, narcisistas y siempre trufadas de juicios sumarísimos a la historia y a la verdad. Pero odios al fin, sazonando las carnes de una convivencia en progreso y paz.
Yo he visto en mi vida, más de una vez, la cara del odio, de cerca o a distancia, servido con buenas o malas palabras, presentado en escenas de farsa o con aires hipócritas de melindre, pero siempre con la piedra de la ponzoña en la faltriquera. No falla cualesquiera que sean la curvatura o las espirales del odio
Sé muy bien por eso que las caras del odio y sus escenarios son tantos que sería difícil componer un retrato-robot que las reflejara todas en género y especie. Pero, al igual que el amor tiene muchas caras y variados escenarios y en todos ellos en el amor domina un común denominador de afecto y entrega “al otro”, cualquiera que sea ese “otro”, así también el odio, en todas sus escenarios y representaciones, lleva siempre a la vista o en la recámara, un común denominador de antítesis y reverso del amor. Las auténticas tripas del odio las pone al sol Ortega y Gasset en sus magistrales Estudios sobre el amor (parte I, Facciones del amor). Amigos, comprobadlo “in situ”-
“El amor y el odio actúan constantemente. Aquel envuelve a su objeto en una atmósfera favorable, y es, de cerca o de lejos, caricia, halago, corroboración, mimo en suma. El odio lo envuelve, con no menor fuego, en una atmósfera desfavorable: lo maleficia, lo agosta como un siroco tórrido, lo destruye virtualmente, lo corroe…”
“El odio, a pesar de ir constantemente hacia el objeto, nos separa de él, nos mantiene a una radical distancia, abre un abismo…”
“Odiar es estar matando virtualmente lo que odiamos, aniquilándolo en la intención, suprimiendo su derecho a alentar. Odiar a alguien es sentir irritación por su misma existencia…”
¿A qué más letra cabe acudir para desvelar el inhumano fruto de las semillas del odio en el individuo o en la sociedad? ¿No se ve a simple vista la catadura asocial y amoral de los que siembran el odio o hacen la vista gorda ante los sembradores o lo practican? Las caras torvas e inhumanas del odio ¿se prestan a invocar eximentes y ni siquiera atenuantes? ¿No es tan canalla el odio que hasta el más tonte no puede dejar de percibir su intrínseca maldad?
Cuando los odios -cualquiera que sea su cara o su escenario- se han desatado y han hecho callo en el alma o el corazón de un hombre o de una mujer ¿quién será el guapo capaz de meter de nuevo en estos cauces negros las aguas limpias del amor? ¿Tiene cura el odio? Y si la tiene, ¿qué de ha de hacerse para ello?
Ante los odios que, sin necesidad de ser un lince, se ven correr bajo estas aguas encenagadas de la “pasión de catalanes”, como el analista de ayer mostraba –no en todos los catalanes, claro está, sino en los afectados por ese caldo de cultivo que es, sin duda, una educación entreverada de nacionalismos patológicos –que son a mi ver todos los nacionalismos xenófobos, egocentricos, cínicos, narcisistas y “superstar”-, o de utopismos tan vacíos, tan teóricos o tan extraños en una modernidad auténtica y no postmoderna, de la frivolidad o de la idolatría de las formas y las apariencias en lugar del fondo de las cosas o su verdad…. Ante esta realidad penosa del odio llevado a seña de la identidad de nuestro tiempo y de nuestros propios lares, sólo he de poner el acento en algo que me sorprende, como más de una vez he dicho ya, ante lo que pasa o nos pasa en esta hora sobresaltada de nuestra convivencia Y lo he de hacer en forma de pregunta al aire.
Ante lo que pasan, se explica el silencio de los llamados “hombres de Dios” en Cataluña y en España? En nombre de Dios y de la Iglesia que representan más que otros ¿no tienen nada que decir en esta hora? Cuando el odio llama a las puertas ¿no está en juego la dignidad del hombre? Cuando se atenta contra la paz, la estabilidad social y las leyes, o se alimentan el odio, las fobias, las divisiones, los recelos y otros valores de primera magnitud y necesidad social con falacias, mentiras a secas o medias verdades, acosos al alma de las palabras, etc.…, ¿es aceptable salirse por la tangente de las vaguedades o los tópicos? No diré yp ni lo que an de decir ni cómo lo han de decir, pero sí diré que me sorprende, y no favorablemente, quye, en circunstancias como la actual, se oiga más el silencio que la palabra orientadora de la Iglesia. Porque pienso que no es “meterse en politica” orientar al “pueblo de Dios”, a todo él, a los que piensan de una manera y a los que lo hacen de otra, cuando las aguas bajan turbias. ¿No lo han hecho los episcopados de Venezuela y de los Estados Unidos no hace tanto? ¿No lo hace a diario el papa Francisco?
Claro que es delicado tanto el momento como el tema ¿quién lo duda? Pero como dijo aquel negrito decepcionado por la tibieza de unas promesas retóricas: “Amame ahora que soy negro, porque, cuando sea blanco, me amarán todos”.

Si fuera verdad ese dicho de que “quien calla consiente” (no es siempre así), habría silencios más clamorosos que los mas poderosos gritos. Pienso de todos modos y completamente en serio, que, cuando es ocasión –y no digamos necesidad- de hablar, callarse puede ser pecado.. Claro que, ante el pecado, sólo es firme el juicio de Dios, porque sólo Él –sabemos los creyentes- “escruta los corazones”.
Volvamos al comienzo. ¿Tiene cura el odio? Y, si la tuviere, ¿cómo se cura el odio? No es fácil y los adelantos modernos –creo yo- aún no han encontrado vacuna contra él.
Hipotiizando, yo diría que una forma de curar el odio es –como en muchas enfermedades y sobre todo las del alma- tomar conciencia de él; o lo que es lo mismo, desenmascarar las raíces y las fuentes del odio.
Y otra sería –sigo hipotizando- hablando alto y claro de lo que es en verdad el odio y diciendo a los cuatro vientos que no es humano –aunque ande a lomos de muchos seres humanos desde Caín- ni, menos aún, cristiano.
Lo que no se debe hacer ante el odio y los odios es callar. Como dice un buen amigo mío, el que por miedo o tácticas no hace nada por desenmascarar el odio, no anda muy lejos de él. Es un dicho de mi amigo, que cada cual puede tomárselo en broma o en serio; yo lo tomo en serio.
Y puesto que no hay aún vacuna contra el odio, y parece buena receta la del “contraria contrariis curantur” de la medicina hipocrática –el frío se quita con el calor-, el odio sólo se cura de momento no sembrándolo en las almas de nadie, y menos de los niños, y sembrando, en cambio, la cultura del encuentro y del amor. Y para echar a andcar sin pérdida de tiempo por esta senda positiva de civilidad y convivencia, llamemos todos a diario a las puertas del amor, cada cual a su nivel.
Mi frase de hoy? No es otra que la de Manzoni en uno de sus libros: “Sin duda, se hallarán pocas cosas que contribuyan más a corromper a un pueblo que la costumbre de odiar”. Antropológica y sociológicamente, los odios y todos los arreboles de su espiral de violencia son malos compañeros de viaje para los caminos de vida humana, lo mismo de los individuos que de los pueblos. No es cultura la del odio, sino post-cultura y contra-cultura, es decir, una neta regresión al salvaje.
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