Una polvareda más... 2-VII-2019

La Iglesia es un yunque en el que se han mellado todos los martillos”    (Teodoro de Beza -1519-1605-,  calvinista francés,  que -no obstante-  sus particulares inclinaciones religiosas,  veía en el Cristianismo, a pesar de los normales fallos de los cristianos, perspectivas inéditas en otras religiones). Con la verdad de su frase,  asume los martillazos y precave de su limitada eficacia.

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    Que los restos de Franco deban estar o no en El Valle de los Caídos es una cuestión y otra distinta es la circunstancia y el modo de sacarlos de allí y ubicarlos en otra parte;  con el polémico añadido de discernir si,  tras más de 40 años allí, es obligado y urgente,  en este preciso momento, exhumarlos y trasladarlos a otra parte.

Si la primera bien puede ser una cuestión nada discutible  al fallar en su caso la misma “ratio iuris” (Franco –según parece-murió en la cama para desdoro de sus enemigos), la otra pudiera serlo mucho más al entrar en el “juego” y haberse de conjugar otras variables de oportunidad y de motivos. Para remover las cenizas del pasado,  cuando ha sido pasional y divide a las personas, además de razones se necesita mucho tacto y  cordura  para no quemarse las manos. Porque la siempre noble tarea de “agravios que deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, abusos que  mejorar y deudas que satisfacer”, y más los que la historia de los pueblos urde,  bien puede o asociarse a la la quijotesca manera de los bellos sueños o ser el fruto maduro de una “política” seria, serena, racionalmente concebida y racionalmente llevada, limpia de toda huella de sectarismo ideológico o revanchista, explicada y sancionada por todo el pueblo (en democracia todos los ciudadanos son “pueblo” y  consumada después con el respeto que merecen las cosas importantes –esta lo es por las circunstancias- cuando se llevan a cabo con razones y no meramente a golpe de impulsos, emociones, conveniencias electorales y demás artilugios de “los políticos” para “rebañar votos”  como sea.   Y de sobra se sabe que el “como sea” puede oler más a Maquiavelo que a la “justicia del caso concreto”.

Por eso mismo, si nadie, o casi nadie, discute lo primero, no son pocos quienes piden calma, buen tiento, tino y razón práctica para lo segundo. Que, como proclamara hace tiempo ya –es intemporal su mensaje- Gracíán en su Oráculo manual y arte de prudencia  (en el nro. 14), “no basta la sustancia, requiérese también la circunstancia.   Y todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y la razón”.

 

¿A cuento de qué vuelco mis atisbos y puntos de vista de hoy en este campo nacional de minas que son cuestiones de los restos de Franco y su exhumación a más de cuarenta años de su muerte?

Pues muy sencillo.  A cuento de la “polvareda” levantada  hoy mismo, de la mano de la vice-presidenta del gobierno en funciones, ante unas declaraciones, del ya dimitido por razones de edad, Nuncio de la Santa Sede en España, Renzo Fratini, en las que –al parecer- manifiesta que el proyecto de exhumación de los restos del “dictador” lo ha resucitado; es decir, que ha dado vida y actualidad a un recuerdo que, a tantos años vista, estaba ya poco menos que fosilizado y amomiado.

La verdad. Pienso que no es nada original el Nuncio en tal aprecio, porque muchos otros lo habíamos anotado ya, y la realidad más verídica es que, cuando nadie hablaba o se acordaba de Franco   -por el peso del tiempo-, el tal proyecto del programa de don Pedro Sánchez y sus gregarios remueve las aguas y planta en la superficie  lo que desde hace mucho tiempo estaba posado en el fondo.

No me planteo, naturalmente, si está bien, mal o regular que el Nuncio del Vaticano en España, dimisionario ya y en camino hacia Roma para ser sustituido,  haya mordido este anzuelo que le han tendido sin duda y haya dicho algo tan evidente como elemental, porque está a la vista, aunque aprovechado,  como es lógico en gente así, para poner el grito en el cielo y, de paso, rasgarse las vestiduras. El “laicismo” –no la laicidad, que es otra cosa bien distinta- de este socialismo –ignorante, rancio y sobre todo sectario para cuanto a  la Religión y especialmente la Iglesia Católica se refiere- no ha perdido comba y, en el acto,  la flamante “vice”  levanta la voz y acusa a la Iglesia, a través del Nuncio, de injerencia en la política del Estado español,  de “meterse” en política; y algo  más tarde presenta en la Secretaría de Estado del Vaticano una Nota oficial de protesta por lo que considera un grave atentado contra la potestad y autonomía legislativas de la nación española. Estos son el sustancia los hechos.

Los hechos hablan por sí mismos y lo hacen con independencia de la tralla que les puedan dar los pensares, decires y quereres de cada cual;  sea yo quien los interpreta o sea la vice-presidenta del gobierno como en el caso presente ocurre.

Ella… Vemos cómo interpreta lo dicho por el Nuncio: injerencia, meterse donde no le llaman ni tiene derecho; hacer política. Es su derecho –quizás mejor  su papel- interpretar las cosas como quiera o le  guste –viva la libertad!-, siempre, claro está,  que –al hacerlo- no falte ni a la verdad, ni a la justicia, ni al sentido común.  Sus razones dará seguramente,.  aunque sabemos lo dada que puede ser la señora a soltar la lengua sin pedir permiso a la cabeza, como se vió –no hace tanto- al ser ella misma desmentida por desfigurar la realidad en ocasión de parecido tenor.  Es posible que aquello le siga “escociendo”  y lo de ahora sea un eco de lo anterior.

Mi personal criterio sobre lo mismo es,  por el contrario, muy diferente.   La reacción de este socialismo ante –concedamos esto- la “ligereza”  de poner en sus labios el Nuncio algo que todo el mundo dice porque es la verdad, aunque sea incómoda verdad, me parece una reacción desmesurada en sus propios términos; falsa porque no se produce injerencia de ninguna clase: sectaria también; pero,  sobre todo, alicorta y oportunista por electoralista y  sesgada; fruto más de un “laicismo” resabiado que de una decorosa “laicidad”, exigible hoy as todo el m,undo sin excepción, y  no tanto por el peso de unos convenios pactados  como por muy concretos y primarios derechos del ciudadano como tal.

En mis Notas al  suceso de las declaraciones del Nuncio, tomadas sobre la marcha ese día, resalto singularmente que la  reacción gubernamental, a un elemental infantilismo añade una radical y preconcebida bgeligerancia.

Me explico.

El anticlericalismo hoy en España –como  asegura Caro Baroja en el Prólogo a su libro Introducción a la historia contemporánea del anticlericalismo español (Madrid, 1980)- tiene ribetes de folklore nacional, del estilo de la castañuela o la pandereta,  y a la altura de los “lugares comunes” o los tópicos;  es decir, de algo vulgar, manido,  de poco fuste pero que hace las delicias del plebeyismo. Como los “lugares comunes”,  el folklore anticlerical español aburría solemnemente al de  Vera de Bidasoa, como él mismo reconoce,   aunque “el hecho de que los lugares comunes” puedan producir “guerras civiles y coacciones feroces” no le  pareciera “aburrido” sino “trágico”.

Folklore quizá sea poco decir a estas alturas del guión…

Muchos aún no se han enterado, o no quieren enterarse,   de que la Iglesia, con el Vaticano II, se propuso muy en serio alzarse a una “modernidad” que le era negada desde que una parte de la Ilustración la emprendiera contra ella y sus reales o figurados atrasos. La Iglesia se ha revisado por dentro y por fuera para ponerse al día.

¿Lo han hecho también –ponerse al día- los de enfrente? ¿No se les puede  ver ensimismados en unos “tic” trasnochados y patógenos?

El laicismo  -en sus dos versiones (la de meter a la religión en la sacristía para que se calle  y no moleste y la del “palo” a la religión venga o no venga a cuento (siempre hay alguien dispuesto a  alancear a la Iglesia porque siempre hay alguien dispuesto a escupir), hoy sin base alguna antropológica seria- sigue siendo para ciertos señores insustituible vademecum y bandera de sus correrías políticas. No se paran a mirar si tienen o no razón sus resabios, pero creen que la tienen y eso basta y  sobra a supuestas ilusiones de ser  la honradez andando y sIn necesidad de prueba o demostración.

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       Para no perderme con unas reflexiones así, tan puntiagudas y, para muchos,  tal vez, atrevidas y aventuradas, he vuelto a leer y pensar cosas muchas veces leídas y pensadas ya. Sólo citaré algunas.

       -  He vuelto a leer un Editorial de La Civiltà cattolica, del año 2007 (1531-536),   atinado al titularse Le ingerence della Chiesa y oportuno por razones muy parecidas a las que mueven estas reflexiones.

      Lo que los laicistas llaman “injerencias de la Iglesia” no es otra cosa que “derecho a pronunciarse”,  de la Iglesia y de cualquier ser racional y libre, sobre cuestiones morales o problemas que afectan a la conciencia universal y ante los que “callar” es “connivencia” y “aplauso”,  como el pisoteo de los derechos humanos, los abusos de poder y otras arbitrariedades políticas de similar factora. Ne se discute ni se quebranta con eso la  potestad del Estado, ni se invaden sus terrenos; se defienden simplemente los supremos valores  que dan sentido a la vida humana y, al ser violados por quien sea, se pisotea la inviolable dignidad del hombre. “Questi valori –se proclama en el Editorial-, prima di essere cristiani, sono umani, tali perciò da non lasciare indifferente e si­lenziosa la Chiesa, la quale ha il dovere di proclamare con fer­mezza la verità sull'uomo e sul suo destino». 

     Con autoridad y razones, se sale al paso –como se ve- de quienes, haciendo gala de un despotismo ignorante o soberbio, prefieren una Iglesia callada y sumisa,  que no moleste y se ponga al servicio del que manda, a una Iglesia en su sitio y sin meterse donde mno le va.   Se olvidan del elemental principio  critsiano aunque de garantía de las libertades: que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.    Los quisieron callar entonces y la historia se repite. 

    Desde su sitio, que lo tiene las religión en la sociedad, con respeto y con razones,  hay cosas en las que la Iglesia no se puede callar sin caer en prevaricación.

    Con excesiva cara dura o ligereza, demasiado interesadamente,  hablan algunos políticos de “injerencias” de la Iglesia en el Estado.

      - He repasado aquella conferencia Impartida por mí en un pueblo minero,  del Bierzo, aquel 23 de febrero de 2007, que titulaba Iglesia libre en Estado libre.Cpntra pronóstico en auditorios así, aquella gente respetaba lo que merece respeto, y en concreto los controles del Poder para impedir totalitarismos.     Por eso, al lema de “cada uno en su sitio y respetándose todos” no le hacian ascos las  gentes de pueblo y mina aquella tarde.

     Hora es de que a las cosas se les llame por su nombre y ni la Iglesia se tome poderes del Estado ni el Estado  quiera encontrar en la Iglesia un comodín para  canjear con él sus abusos.    Quién es más demócrata, ¿el que alardea de ello o el que la ejerce en la medida en que sus principios de base lo permiten?

      Estado libre, pero también Iglesia también libre y cada cual en su sitio,  sin pelearse más de la cuenta porque –para su ventura o desventura- están “condenados” ambos a entenderse.

       - Y he vuelto especialmente a meditar  aquella colaboración  al libro de Homenaje al profesor de la U. Complutense de Madrid,  don José Maldonado y Fernández del Torco, con título de La Iglesia y la Política (cfr. Estudios de derecho canónico y derecho eclesiástico,Universidad Complutense de Madrid. Madrid, 1.983, pags. 555-583).    No puede ni debe ser indiferente la Iglesia de Cristo ante la polìtica de los Estados.   Aunque los campos sean diferentes  y al Cesar se le deba lo del Cesar y a Dios lo de Dios Dios por un primario imperativo evangélico, lo humano y los valores humanos son de patrimonio universal. 

       La Iglesia puede y debe convivir con todos porque, en caso contrario, dejaría de ser católica, sin óbice –naturalmente- de que le plazcan más quienes respetan sus valores y principios. Lo que no puede ni debe ser la Iglesia es partidista o “religión de partido político”: ninguno lo es ni debe llamarse a serlo.

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A todo esto, ¿sorprenderse, a estas alturas,  de que la vice-presidenta del gobierno socialista en funciones lleve su “folklore” anticlerical hasta llamar “injerencia” de la Iglesia a lo que no es  sino una llana y patente verdad que todo el mundo  constata con total naturalidad y sin remilgos o trascendencia, fuera del gracejo o la hilaridad? No sorprende y, más que sorprenderse, habría que sonreír ante lo que “destapa” el recalentón.    Y como,  además, se puede vislumbrar, sin pecar –creo yo- de visionario, por dónde van a ir los tiros contra la Iglesia en cuanto se remansen las aguas del remolino pactista en curso, la frase del humanista, reformador y calvinista Teodoro de Beza puede ser un aviso a navegantes, de un lado y de otro: “La Iglesia es un yunque en el que se han abollado todos los martillos”.    Se les ve venir…

Y volviendo a lo del Nuncio.  

Deseo vivamente que la Nota de protesta del gobierno ante la Santa Sede, por la –en el peor de los casos- “ligereza” en la declaración del Nuncio, tenga la misma respuesta que la reciente demanda del presidente de Méjico al Rey de España y al Papa para que pidan perdón por la conquista de América.   Ninguna respuesta,  como no sea la de sonreírse, no fiarse mucho y a esperar.

SANTIAGO PANIZO ORALLO

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