Mi punto de vista. Vieja y joven guardia

No me gusta meterme en camisas de once varas. Vestirse con ellas roza lo grotesco y deforma la imagen. Si esta mañana ensayo este camino es “per accidens” y a rebufo de algo que ayer el 5 de octubre me dejó intrigado y como en suspenso. A primera hora de la mañana, por la radio y en el telediario más tarde, escuché unas declaraciones del socialista J. Bono, en que daba su parecer, de estrategia política, sobre la “pasión de catalanes”. Cuestión sensible y de arenas movedizas, además de pasional y por tanto de riesgo para la objetividad, también de cebo para políticos arribistas y voraces, lo que la vuelve tornadiza y abierta al utilitarismo y al trapicheo, con el peligro añadido de que “los árboles no dejen ver bien el bosque”. Como ya dijo Ortega y Gasset con claridad en El Espectador hace mucho tiempo, si la utilidad es el criterio de la verdad para la voracidad política, las fintas y los vaivenes, los tira y afloja, el ponerse de perfil ahora para poco más tarde aparentar estar de frente son actitudes tan prodigadas que sorprenderse es tontería.
Las declaraciones de ayer, del ex ministro socialista J. Bono, no me dejaron impasible. Vayamos, pues, a lo que –de ellas- salpimienta mis reflexiones de hoy.

Don José Bono ha sido siempre para mí una persona compleja, de las que no te puedes fiar al valorarlas si quieres hacerlo a la ligerea y a primer golpe de vista.
Se afirma católico y hace cosas que, a mi ver, cuadran algo mal con lo cristiano y católico.

Es socialista y a veces parece no serlo, por la facilidad con que baraja y juega con las ideas de unos y de otros.
Ha sido ministro pero su paso por el gabinete no parece haber sido deslumbrante; al menos así me lo parece.
Algunos dicen que es un camaleón por su facilidad para vestir apariencias distintas. Otros señalan que tiene bastante de Maquiavelo; y hasta algunos lo emparejan con Fouché o Talleyrand.
Unos lo ponen por las nubes y hablan de él como el hombre que pudo haber gestionado muy bien el partido socilialista y hasta la presidencia del gobierno. Otros no pasan de considerarlo un polìrico del montón.
Como quiera que sea –que todo eso a mí, en este momento, me parece secundario-, lo cierto es que ayer las palabras de su entrevista me dejaron intrigado, alertado y como en suspenso. Me gustaron su perspicacia, su decisión y su buen sentido, su realismo y su veteranía y sobre todo me dio la impresión de ser de las personas que, en estos momentos críticos de nuestra historia, poseen, y además ejercen, la libertad de decir lo que se piensa sin tener que mirar a su derecha o a su izquierda; es decir, de las que en este momento se deciden a llamar a las cosas por su nombre sin temor a pagar peaje. Tienen bula de espontaneidad e independencia, dos virtudes raras en un político del post-modernismo.

Entre las muchas cosas que dijo o sobre las que se pronunció, realzaré las dos o tres que a mí personalmente me intrigaron y dejaron en trance de reflexionarlas.

- Las apelaciones al “diálogo”. Hizo referencia insistentemente al afán de muchos por elevar el “diálogo-ya” a la categoría de receta milagrosa, medicina inexcusable y especie de “bálsamo de Fierabrás” de efectos infalibles, hasta decir que si no se dialoga ya es que se gobierna mal y el gobernante estaría instalado en la cerrazón del “facha” o del cacicón. Vino a decir Bono que, siendo el diálogo un medio saludable y positivo para convivir y gobernar hombres, hay diálogos imposibles o inmorales e incluso perjudiciales para los fines que se se trajinan con el arte de dialogar. Con las premisas en que se ha plantado desde el principio el independentismo catalán, el diálogo -si algo positivo fuera o tuviera- sería en el mejor de los casos una pérdida de tiempo y, en el peior, una “bajada de pantalones”.
Cúmplase la ley primero –la “prima lex”¸la constitución de todos ante todo-; garantícese la legalidad vigente en España; y después vendrá el tiempo de dialogar. ¿Dialogar con el pie forzado de “referéndum sí más sí y de nuevo sí?. La dignidad de un gobernante racional impide besar los pies al delincuente y, en este caso, dialogar sin condiciones lo sería.
Bono recordaba la conocida frase de J. F. Kennedy que decía que el ciudadano es libre para lo estar desacuerdo con las leyes, pero que no lo es para desobedecerlas y menos impunemente. Idea que no es otra cosa que reencarnación de la vieja frase de Cicerón, para quien los ciudadanos nos hacemos siervos de las leyes para poder ser libres. Gran verdad que parece incuestionable y hecha pintiparada para esta concreta situación.
Bono lo insistió con rotundidad. No es posible, en este momento del “affaire”, dialogar con unos señores que están instalados en el chantaje, tan aparatoso como evidente.

- El sofisma interesado del “buenismo”. Usó el Sr. Bono esta palabra con sentido de coartada para no dar la cara llamando a las cosas por su nombre o para ponerse de perfil entonando cantos al postureo tan en boga en casi todos los ambientes.
Recordemos que esta palabreja “buenismo” –como pasa con casi todos los “ismos”- ideologiza el adjetivo “bueno” hasta volverlo del revés y deformarlo. Claro está que el recurso al llamado “buenismo” se usa casi siempre –dado que entraña un falseamiento de la realidad- como caricatura de la verdad. Quizá sin mala intención, pero seguramente con malentendida benevolencia.

- Una política de altura de miras y no rastrera. Echó el Sr. Bono mano, en un momento dado, de historias parecidas a la de ahora, en momentos igualmente dramáticos de la escena nacional. Como lo de ahora es un golpe de Estado, una revolución en regla, igual fue aquel 23 de febrero del “tejerazo”. Entonces, al jefe de la oposición, el socialista Felipe González, le faltó tiempo para ofrecerse al presidente Calvo Sotelo, para formar un gobierno de concentración nacional.
Recuerdo a este efecto concreto las frases con que Palacio Valdés abre su Testamento literario y llama “sabio” al jinete que, desorientado y perdido bordeando un abismo en una noche tenebrosa, suelta las riendas y se entrega al instinto de su caballo. Lo que quiere decir el novelista es que, en situaciones de supervivencia, es menester olvidarse de “parcialidades y apetitos” –de lo que sea, de poder, de ganancia, de amor propio, de temores incluso- y optar por agarrarse, si fuera menester, a un “clavo ardiendo”
Claro que, con Fernán Caballero, habría que decir también con nostalgia aquello de “onde fueron los tiempos aquellos que pué que no vuelvan”


Es claro que en el partido socialista, para desgracia del país, las aguas no bajan claras y la pugna entre la vieja y la joven guardia, entre el nuevo socialismo y el otro no son buenos presagios para un futuro claro y distinto del socialismo español. Una desgracia, como digo, porque, en democracia, una oposición racional, constructiva y seria se precisa más que agua de mayo en tiempos de sequía como los actuales. Pero las cosas son como son y no como se quisiera que fueran.
Está en el aire lo de la joven y la vieja guardia, lo del nuevo y el viejo socialismo

En cuanto al Sr. Bono, me place cambiar de parecer, al menos provisionalmente, tras las declaraciones de ayer. Pude ver a un Bono curtido, serio, más en estadista que en político, más independiente y liberal, y, sobre todo, liberado –seguramente por la edad y el paso del tiempo o quizás por la urgencia del momento- de ciertas esclavitudes voluntarias, como suelen ser, de ordinario, las de una militancia partidista.
Y en cuanto a lo de la vieja y la joven guardia, harán mal los “históricos” del socialismo español si cerraran el paso a la juventud. Pero lo harían aún peor, los de la “nueva política” si desdeñaran la experiencia y los muñones de viejas heridas de los veteranos, de los que han lidiado antes que ellos toros como éstos y otros quizá más astifinos.
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