A ritmo de gris y claroscuro

Si el gris no es propiamente un color y tal vez se queda sólo en  aspirante a serlo con verdad, y si el  claroscuro no es luz ni sombra definidas, sino  mestizaje libertino de ambas cosas, los  grises,  sin embargo, y el claroscuro son habitantes del mundo, y -puede que a veces- elocuentes voceros de nuestras vidas. Pensemos que, para bien o para mal, es lo que hay,  y secreto de vida es mirarlo todo por la cara risueña, aunque sin caer nunca en la trampa de olvidarse del reverso de la moneda.

- Entre miedo y respeto no hay color. El respeto no es miedo

Era noticia de ayer la del asesinato -en la República Centroafricana- de una religiosa española –Inés, burgalesa, de 72 años-, que se pasaba la vida en África dando amor; es decir,  enseñando a los negros del país –a las mujeres en concreto- el arte y oficio de la costura; para poder vivir; para sobrevivir.   Entraron de noche en la residencia; la sacaron de la cama; y allí mismo la degollaron sin más. Como es un hecho que habla solo, huelgan las interpretaciones.

      Ayer, a su obispo centro-africano, le preguntaba  un periodista si,  con hechos así, no tenían miedo. La contestación es llamativa. “Tenemos “respeto” a los “kalashnikov”, pero no miedo”.

Hay veces –por cierto-  que entre el respeto y el miedo se achican las distancias; pero no son lo mismo respeto y miedo.

En una de las acepciones de la palabra respeto, la distancia se reduce a cero. “Eran más que yo y les tuve respeto”, se oye decir para justificar el  zafarse.  En el respeto, sin embargo, el sentimiento que se ve aflorar no es el de temor y nada tiene que ver con el  achicamiento que sigue a una amenaza real o a un peligro inminente o futuro, como ya definía el romano Labeón.   El respeto es  otra cosa, incluso, que el cuidado de no ofender a otro.

Es respeto –creo yo- un acto de justicia en el reconocer –a pesar de todo- lo positivo y de valor que pueda estar en una persona o cosa.

Así visto el respeto, diríase que no inhibe como puede hacer el miedo; que no es zalamería o melosidad de celofán envolviendo la  farsa. Ni es el verdadero  respeto –si se alude por ejemplo al llamado “respeto humano”- un retraerse de lo que pide la conciencia de uno por el recelo al “qué dirán” de otros.

El respeto –como digo- es el noble sentimiento de reconocer en la justa medida el valor/valores que hay en “otro”,  sea quien sea, aunque fuere contrario y felón.

Al respecto de tan humano sentimiento, suelo evocar –cuando al “respeto” se le quiere aclarar con ejemplos- el diálogo -que Calderón de la Barca enhebra en la escena IX, de la Jornada III, de El alcalde de Zalamea- entre Crespo,  alcalde y corregidor, y el  capitán del Tercio, presunto violador a pesar de los  galones. Al alcalde, que le reclama la espada y darse preso, el capitán le pide ser tratado “con respeto”, y el interpelado –sin dudar- contesta: “Eso está muy puesto en razón. Con respeto le llevad a las casas, en efeto,  del Concejo. Y con respeto un par de grillos le echad y una cadena; y tened con respeto gran cuidado que no hable a ningún soldado. Y a esos dos también poned en la cárcel,   que es razón, y aparte; porque después,  con respeto, a todos tres les tomen la confesión. Y aquí para entre los dos,  si hallo harto paño, en efeto, con muchísimo respeto, os he de ahorcar, vive Dios!”.

A ojos de marionetas y equilibristas, la respuesta del corregidor puede muy bien sonar a “chirigota” o “romance”. Creo yo, sin embargo, que el hecho de ser “otros tiempos” no quita un ápice de verdad a las razones del corregidor. Y de lo que no dudo siquiera es de lo difícil que ha de ser hallar. entre  las flores de nuestra literatura clásica, una muestra tan pujante, de tanta belleza y vigor, como la que nuestro clásico adoba para una situación tan representativa.

Tiene por eso razón el obispo  Aguirre, de Centroáfrica, cuando advera que a los “kalashnikov” se les ha de respetar, pero sin miedo. Y es mucho lo que quiere decirse con ello, si de  vérselas con las adversidades, del orden que sean, se trata.

Quiero con ello decir  que han de afinar las palabras. Como tienen alma, para que no se les mate el alma.  Como son aire, para que no se queden en  trucos de espantapájaros. Y como vuelan, para que las alas se  proporcionen al músculo que han de soportar al volar.

Pero quiero a la vez alertar de la semejanza  que hay entre lo que aquí pasa o nos pasa –recordemos por ejemplo el circo parlamentario de hace dos o tres días o las tácticas que, ante ideas y leyes muy claras, urden algunos sedicentes juristas y sin embargo maestros del negro arte de engañar- y ese otro “negro” proceder de cortar el cuello a una monja por enseñar costura o cocinar. Claro que no es lo mismo en todos los casos; pero son aspectos de una misma realidad. Y ¿no se sabe que “el más y el menos” no cambian la especie? ¿O  no es barbarie la política cuando vive de la mentira o la farsa?

Es verdad. El respeto no es el miedo, pero cuidado con ciertos respetos que dan miedo…

-  Una visita reluciente.

Eran las once de esta mañana cuando el joven –hecho sonrisa entera- me daba la mano y tomaba asiento a mi lado.  Conozco a su familia y se trataba de vernos, de conocernos un poco más y también de compartir cosas. Porque entre viejos y jóvenes caben afinidades.

Es oriundo de las Islas Baleares y acaba de aprobar unas duras oposiciones  a técnico de Hacienda. Se halla en Madrid realizando los cursos de complemento y adaptación a la exigente función para la que se ha acreditado con brillantez y solvencia. Ante sus obras, no dudaría en afirmar que este joven es de ese diez o quince por ciento de chicos y chicas que, a parte de sentarse en los primeros bancos de las  clases, no pierden comba en el estudiar, aprender,  no regatear entrega y l esfuerzo y, sobre todo, en saber apreciar lo que son y tienen, sin ínfulas de tonterías, alardes o estupideces.   Vamos, el tipo de joven –él o ella-  que valen su peso en oro, como suele decirse.

Hablamos –más yo que él (en ello también me gana)- casi dos horas. Hubiéramos proseguido, pero sus horas son “sagradas”,y a la una se va.   Risueño como llegara; decidido como joven que es; ilusionado de haber estudiado y seguir estudiando, y dispuesto incluso a volver la semana siguiente con más tiempo a ser posible. Regusto el mío al darle la mano a la puerta del ascensor.

He de confesar que envidio la sonrisa perenne, cuando es parte de las esencias y hechuras de una persona humana y normal.

Un poco más tarde…

 Al retornar al ordenador, no pude reprimir las ganas de sacar a la pantalla el lindo poema de Rubén Dario sobre la juventud. La releo y no me privo de adosar a estas reflexiones alguno de sus versos, vibrantes como son los suyos, pero realistas  versos. “Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver.  Cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer. En vano busqué a la princesa que estaba triste de esperar.   La vida es dura, amarga y pesa… Ya no hay princesa que esperar… Juventud divino tesoro…”. Son de claroscuro bello y neto. como casi todo, o todo más bien, en la vida.

Evocando –algo más tarde- la grata y constructiva visita y conversación con este joven, recuerdo que –entre otras- le hacía una pregunta  de las que me gustan, porque  dan para pensar y se prestan a poner algo de “chicha” en una conversación.

Como este joven –a fuer de joven- no camina lejos de la realidad y, en estos tiempos, no se la debe eludir sin traicionarse uno mismo, recalamos un momento en el circo, farsa o comedia –casi siempre drama y a veces tragedia-  con que se nos muestran las personas a cada paso. El inmediato móvil  venía de los artificios –valga la palabra- que se hacen para  estar sin estar, decir sin decir, cantar sin dar una sola nota, y en general- para vagar por la vida representando papeles,  que  ni siempre son los mismos, ni siempre son veraces o sinceros. Mi  pregunta era  cómo él ve a la gente en cuanto a sinceridad. ¿Se creen lo que dicen? ¿Se hace comedia? Esta vida, esta sociedad ¿son un baile de máscaras buscando disfrazar la verdad que va por dentro? Y estos interrogantes aumentados,  elastificados y extendidos a casi todo: a política, religión, ciencias,  negocios y economía,  deportes…. ¿Es la era de las “máscaras” o sólo agudización de lo que siempre ha sido?

       Se quedó pensativo el muchacho unos instantes, pocos. Sonrió con algo más de intensidad y me dijo “No lo sé bien”. No cree en tanta farsa de curso corriente; pero le cuesta creer que no se dé con frecuencia, a juzgar por  las apariencias e indicios…. Las apariencias,  musitábamos los dos. Una plaga, remataba yo.

+++ Venía para vernos y, de paso, pedirme un ejemplar de mi tesis doctoral, de la Complutense, sobre la naturaleza y dinámica de la persona jurídica en tiempos de amanecidas. Hablamos de mis mentores del pensar en lógico y del obrar en recto, de los Ortega y Gasset, Julián Marías, Marañon, Unamuno….   De cómo no se traiciona citando sino copiando,  si el que cita no  miente y se atarea en descifrar, enriquecer, seguir  la pista o enmendar incluso los pasos del citado.   Abrimos por la primera página el tomo de mi tesis para posar los ojos en la primera  frase de la Introducción, que hace como de “leit motiv” general. Es una frase  que sorprende pero no descoloca. La tomé del final del cap. VIII del gran ensayo de Ortega, Qué es filosofía, y dice escuetamente que “la modernidad nace de la Cristiandad”. Le apostilla el consejo de buen sentido y saber, propio en exclusiva de quienes –como en gran pensador- se fían menos de los nombres y las apariencias que de las realidades netas. “Que no se peleen las edades; que todas sean hermanas y bien avenidas”. Hablamos -¡cómo no!- de los posibles alcances de la suculenta frase y de cómo el pensamiento  -de quien sea- no es definitivo nunca y se presta –como es normal- a ser debatido, discutido, razonado e incluso superado y hasta corregido por otros.   ¿No está en eso el verdadero   signo del desarrollo humano, más y mejor que en los cerrados y toscos arrebatos de los “progres” de ahora?.   Es la grandeza de la investigación, constructiva y evolutiva; es el modo de los investigadores que no plagian robando y mintiendo, sino que, lealmente, se esfuerzan,  trabajan, echan horas y rompen los codos por ser más para tener más.

Al irse con un ejemplar de mi tesis en su mochila, y escanearlo y batirse con sus ideas –siempre superables como mandan los cánones de la ciencia- dije para mí que los claroscuros  pueden ser –creo que son- claves de la belleza de un cuadro, y que los grises no dejan de ser, a veces, intencionadas renuncias de la vida a mostrarse verde, dorada o azul.

+++ A ritmo de gris y claroscuro se hace  la historia. Pero como todo, también la historia tiene reverso. Y hay reversos, amigos, de más color y tono que los anversos floridos de  muchos artificios. Por suerte, no todo es gris…

SANTIAGO PANIZO ORALLO

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