JESÚS DE NAZARET ACOGE A LOS PECADORES

Una parábola que revela la esencia misma de Dios como misericordia, compasión y perdón. 

JESÚS DE NAZARET ACOGE A LOS PECADORES

      La parábola del “hijo pródigo”, o la parábola del “buen padre”, pertenece al grupo de las que Jesús empleó para explicar a los que le oían cómo era Dios. Los sentimientos que hay en el corazón del padre (generosidad, paciencia, capacidad infinita de perdón, etc) son la mejor imagen de los sentimientos del corazón de Dios.
      Jesús comparó a Dios con el Padre de gran corazón de esta historia. Y enseñó a sus discípulos a llamar a Dios con el nombre de “Padre”, como lo hizo él siempre.
    La confianza inmensa con la que Jesús se dirigía a Dios, que invocaba más que como “padre”, como “papá” (abba), es una característica de su personalidad.
   “Jesús dijo: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde”. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
Cuando lo hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar cerdos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: “¡ Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. Y, levantándose, partió hacia su padre.
     Estando él todavía lejos, le vio su padre, y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: “Pare, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus siervos: Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su manos y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado. Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y el baile; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: “Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano”. El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: “Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado”.
Pero él dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque tu hermano estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado” (Lc 15,11-32).


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