Abiertos a la voluntad de Dios

El don de Piedad da sentido a nuestra vida toda y nos mantiene en estrecha comunión hasta en los momentos más difíciles.

El ecumenismo espiritual, según el Concilio, significa: oración, conversión personal, reforma institucional, penitencia y esfuerzo por la santificación (UR 5-8).

El don de Piedad cambia nuestra vida toda y nos colma de gozo, de entusiasmo, de alegría para superar juntos las mayores dificultades que puedan surgir en la travesía ecuménica.

El ecumenismo a la luz del Espíritu Santo

El Diccionario de la Real Academia define la piedad como «virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas; y por el amor al prójimo, actos de amor y compasión». El de Aguilar, por su parte, agrega en la tercera acepción: «Actitud afectuosa y de respeto para con las personas próximas, especialmente los padres». Y no faltan, en fin, quienes sostienen que «también se extiende la piedad al amor y respeto que debemos a nuestros familiares».

Pero el don de Piedad no se limita a tener compasión de alguien, que ya sería mucho, por supuesto. Denota, más bien, nuestra pertenencia a Dios y nuestro profundo vínculo con Él, que da sentido a nuestra vida toda y nos mantiene en estrecha comunión hasta en los momentos más difíciles. Se trata, para ser precisos, de una relación cordial, de amistad con Dios, que Jesús nos dona; amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo y de santa alegría.

A partir de ahí, el don de Piedad nos lleva a derramar este amor sobre los otros reconociéndolos como hermanos, y a ser piadosos en vez de movidos por mero pietismo. La piedad es ser capaces de gozar con quien goza, llorar con quien llora, estar cerca de quien está lejos o angustiado, corregir al confundido en el error, consolar al triste y socorrer al necesitado.

La unidad de los cristianos no se puede «hacer» mediante diálogos teológicos, por importantes e irrenunciables que resulten, ni echando por delante  diplomacia eclesiástica, ni a base de acciones pragmáticas, por muy útiles que pinten. Es, en última instancia, realidad neumática y, por ende, un don del Espíritu de Dios. Según el apóstol Pablo, dentro la Iglesia hay diversidad de carismas, sí, pero uno solo es el Espíritu (cf.1 Co 12,4).

La teología enseña que los dones del Espíritu Santo vienen a ser como los vectores por donde se nos infunde la energía espiritual en su pluralidad expresiva, la propia del Espíritu Septiforme. ¿De qué manera, pues, influye el don de Piedad con el que abrí antes mis reflexiones?  Por de pronto en el ámbito ecuménico, a saber: en la oración de Jesús al Padre, universalmente conocida por Ut unum sint.

Es llamativo que dicha expresión de Jesús no sea un precepto ni un mandato, sino una plegaria; y que la causa ecuménica no sea otra cosa en último término que unirse a esta oración de nuestro Señor haciéndola nuestra. Lo cual, así dicho, conduce directamente al llamado ecumenismo espiritual.

El don de piedad

«He participado en muchos diálogos y encuentros ecuménicos -confiesa el cardenal Kasper-. Y siempre era lo mismo. Si estos diálogos quedaban sólo a nivel académico, resultaban quizás interesantes, pero no traían fruto alguno. A menudo, si no había oración y una atmósfera espiritual, se podían olvidar.

Mientras que, si había un clima de oración, los corazones se abrían, era posible superar malentendidos y prejuicios, promover la comprensión también sobre las diferencias, encontrar convergencias y tal vez consensos y sobre todo acrecentaba el amor mutuo y el empuje para continuar».

Esta experiencia personal del antiguo presidente del PCPUC y gran teólogo Kasper concuerda enteramente con la experiencia histórica de la Iglesia. Las divisiones en el seno de la cristiandad no responden por principio a disputas o a controversias sobre fórmulas doctrinales divergentes, sino a una experiencia de vida que ha conducido a un alejamiento recíproco.

Las divisiones del pasado son efecto –también el Concilio lo dice- de un enfriamiento del amor. Problemas que como tales eran sin duda solucionables se han convertido en obstáculos insalvables; de las diferencias, legítimas de suyo, han salido controversias, que se han exagerado y absolutizado. Al final, han optado por alejarse y ya no se comprenden. Y esto ha conducido a fracturas inevitables.

Varias condiciones y circunstancias culturales, sociales y políticas han tenido su importante papel en todo esto. Lo cual no significa que debamos olvidar que se ha tratado también de una búsqueda de la verdad y de diferencias de fe.

El Decreto Unitatis Redintegratio contempla el movimiento ecuménico como impulso y obra del Espíritu Santo (UR 1; 4). El ecumenismo espiritual, según el Concilio, significa: oración, sobre todo la oración ecuménica común, conversión personal y reforma institucional, penitencia y esfuerzo por la santificación personal (UR 5-8).

Visto por el don de Piedad, cabría decir que el ecumenismo espiritual es el que se encarga de dar sentido y elegancia y armonía a la unidad de la Iglesia, el que nos mantiene, incluso en los momentos más difíciles, en comunidad de comunión.

Dentro de las actividades ecuménicas, este don suscita una relación cordial, un sentimiento de amistad con Dios, un trato cercano, alegre, sincero, de simpatía incluso con quienes no piensan igual. Y es que el don de Piedad cambia nuestra vida toda y nos colma de gozo, de entusiasmo, de alegría para resolver juntos los más arduos problemas que puedan surgir en la travesía ecuménica.

El cardenal Kasper

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