¡Chapó a Su Majestad!

Su Majestad Don Felipe VI

La noticia saltaba el domingo 15 de marzo de 2020, primer día de alarma en toda España por el coronavirus y tarde-noche de aparato eléctrico y aguacero en Madrid: «El Rey Felipe VI renuncia a la herencia de Don Juan Carlos y le retira su asignación anual» (del comunicado). Sencillo modo de referirse a-uno de los pasos más dolorosos y necesarios de su vida: la ruptura con su padre, Don Juan Carlos.

Si en 2011 consideró que debía marcar distancia con su cuñado, Iñaki Urdangarín (objeto ese año de ocurrentes chirigotas en Cádiz), y en 2015 revocó el título de Duquesa de Palma a su hermana la Infanta Doña Cristina, ahora le ha tocado desvincularse de su padre. Hacía tiempo que había marcado distancia con Don Juan Carlos e, incluso, le había alejado de la actividad institucional.

En realidad, empezó a hacerlo desde el mismo momento de la proclamación, reduciendo primero su actividad pública al mínimo e invitándole a apartarse de la vida oficial después. Pero las informaciones aparecidas estos días en distintos medios de comunicación le llevaron a dar ayer el paso definitivo: renunciar a la herencia de su padre, de dudosa procedencia o poco transparente, y retirar a éste la asignación de 194.232 euros brutos que recibía cada año de los Presupuestos de la Casa del Rey.

Se dice que, a la vista de tanto revés, Don Felipe VI tiró del consabido refrán: cada palo que aguante su vela. Sea o no cierto, eso en definitiva viene a expresar el exhaustivo comunicado de-- la Casa del Rey. Empieza recordando su compromiso con «una conducta íntegra, honesta y transparente», expresado en su discurso de proclamación ante las Cortes Generales en 2014. «Porque, sólo de esa manera –puntualizaba entonces–, (la Corona) se hará acreedora dela autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones».

Lo demostró frente al caso Nóos, cuando la Infanta Cristina compareció como imputada por los negocios de su marido, Iñaki Urdangarin. Tuvo que limitar entonces la Familia Real a su figura, la de la Reina Letizia, sus hijas, Leonor y Sofía, y sus padres, el Rey Juan Carlos I y doña Sofía. Aquella decisión supuso un enorme esfuerzo personal adoptado para proteger a la Corona del desgaste que supondría vincularla con graves acusaciones de corrupción.

Ahora, ante la investigación abierta por la Fiscalía suiza sobre presuntas actividades irregulares de su padre, que lo relacionan con el cobro de 100 millones de euros de Arabia Saudí cuando aún era Jefe del Estado, Felipe VI ha tenido que responder con la misma firmeza rompiendo los vínculos con el Rey Emérito y-negando cualquier relación con los hechos.

Felipe VI renuncia a la herencia de Juan Carlos I

La publicación de nuevos datos en el británico The Telegraph, según los cuales Felipe VI aparecía como segundo beneficiario de esos pagos a través de una fundación offshore, ha precipitado una decisión que se vendría madurando desde que el 12 de abril de 2019 Felipe VI acudió a un notario para manifestar que desconocía el dinero que su padre podía tener en paraísos fiscales.

Y que, en caso de constar su nombre o el de su hija como beneficiarios, habría sido don Juan Carlos el que actuó «sin su consentimiento ni conocimiento». Es más, manifestó «no aceptar participación o beneficio alguno en dichos activos y renunciar a cualquier derecho, expectativa o interés que pudiera corresponderles en el futuro».

En términos pirómanos, esto era tanto como abrir oportuna y prudentemente en el bosque de las relaciones familiares un eficaz cortafuegos. Ejemplar decisión de dignidad real, en todo caso, que choca precisamente con la indignidad real de su progenitor.Sobre todo en estos complicados momentos por los que está pasando el país.

La ciudadanía puede tener así la certeza de contar en la esbelta figura de Felipe VI con un Rey ejemplar, honesto y responsable, tres adjetivos que le cuadran tanto por lo menos como sus antónimos al predecesor. Es lo que se llama actuar de modo contundente y expeditivo.

«Lo siento, me he equivocado y no volverá a ocurrir». Esto era en abril de 2012, cuando Juan Carlos I abandonaba el hospital USP San José de Madrid después de cinco días ingresado tras romperse la cadera. Se había lesionado mientras se encontraba cazando elefantes en Botsuana (África) acompañado de Corinna zu Sayn-Wittgenstein. 

Aquellas palabras, coincidiendo con el 81 aniversario de la Segunda República tenían mucho sentido para alguien cuya principal función vital era conservar la dinastía monárquica  restaurada en su persona, pasando por encima de su propio padre y saltándose los juramentos a los Principios Fundamentales del Régimen de Franco. 

«Se equivocó la paloma, se equivocaba» (Alberti). ¡Y vaya que si se equivocó! Lo malo es que se equivocó, se equivocaba y se ha seguido equivocando! Pero esta vez no ya por confundir el Norte con el Sur, creyendo que el trigo era agua, día de vino y rosas, o quién sabe si la alegría de la huerta, sino por haber perdido el Norte, o sea los papeles, y la costumbre de pisar caminos rectos.

Nunca acabaremos de entender en sus justos términos que entre Majestad y Ruindad puede mediar muy poca distancia… Y menos todavía cuando se declaran pandemias como el Covid-19 o Coronavirus, capaces de sacar al aire las vergüenzas políticas de un Gobierno irresponsable, dividido, incapaz de emitir un comunicado en siete horas.

Su Majestad Doña Sofía de Grecia

No quisiera uno equivocarse al confiar en Su Majestad Felipe VI. Tal vez sea bueno, a fuer de conveniente y oportuno, que, ya que se pone, ejerza también de oftalmólogo con su predecesor, más que nada para hacerle ver lo que parece que no quiso o no quiere ver. Por ejemplo, que entre exhumar a Franco en el Valle de los Caídos y exhumar a un Rey en El Escorial, sólo hay un paso.

La gente lleva muy a mal el engaño. Y eso, unido a una época de pateras, cayucos, descontrolada emigración, pandemia desatada de coronavirus, recesión económica y caída en picado de la Bolsa no hace sino que el peligro se dispare más y más.

Acabará el coronavirus perdiendo su corona, claro que sí, pero anda que ni te cuento dónde y cómo tenga la suya el furtivo cazador de elefantes en Botsuana. La globalización lo engulle todo. No parece sino que fuera la diosa pagana que todo lo desbarata, confunde y distorsiona.

Francisco Umbral glosó magníficamente la definición que el ganador de un concurso de chavales había dado del entonces joven y apuesto Juan Carlos I: «Alto, bueno y mataosos» (El País, 2 dic 1980). Umbral encontraba la frase o definición de aquel niño «literariamente perfecta, y trimembre, como debe ser el retrato de un personaje de novela».

Ignoro cómo verá hoy al Rey Emérito aquel niño de 1980, que rondará ya, supongo, el medio siglo largo. Por de pronto, en vez de mataosos tendría que escribir mataelefantes. No hace tanto que la televisión nos daba en primeros planos precisamente a Don Felipe VI con niños de hoy en un certamen parecido al de entonces. Nada nos decía del ganador, ni del título, ni de los consejos del joven Monarca.

Entiende uno, después de todo, que de la comparación saldría ganando Don Felipe VI, no por la Reina Letizia, entendámonos, ya que ganar a la Reina Madre, Doña Sofía, es prácticamente un imposible. Pero sí por altura física, altura de miras, y saber estar a la altura (pero no de Botsuana, que hoy equivaldría, sobre poco más o menos, a lo que trasantaño solía decirse estar en Babia).

La Reina Letizia y sus hijas

Además, Don Felipe VI, une a todo lo dicho un elemento dificilísimo de atesorar en estos tiempos de globalización y posverdad, o sea: el peso histórico del Partenón y hasta un buen cúmulo de cromosomas de los Presocráticos. De ahí que haya sabido atar corto al Rey Emérito Don Juan Carlos, que viene de los Borbones…

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