Cristianos en camino hacia la plena comunión

Francisco calificó este gozoso intercambio anual de delegaciones entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla para las fiestas de sus respectivos patronos como «un signo de la comunión real, aunque todavía no plena, que ya nos une».

«También nosotros estamos seriamente llamados a preguntarnos si queremos volver a hacer todo como antes, como si no hubiera pasado nada, o si queremos asumir el reto de esta crisis».

«Creemos, como enseña el apóstol Pablo, que es el amor el que permanece para siempre, porque, mientras todo pasa, “la caridad no acaba nunca” (1 Co 13,8)».

Pieza maestra, en suma, este discurso del papa Francisco. Refleja al mejor ecumenismo de un sucesor de Pedro hablando en su fiesta patronal de cuanto exige, en la práctica del munus petrino, la santa causa de la unidad.

Saludo inicial

El papa Francisco recibió en el Palacio Apostólico del Vaticano durante la mañana del lunes 28 de junio de 2021 a una Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla llegada horas antes a Roma para asistir a las celebraciones de los Santos  Apóstoles Pedro y Pablo. Se reanudaba así una costumbre introducida a raíz del Concilio Vaticano II, que en 2020 llegó a interrumpirse a causa de la pandemia del Covid-19.

Francisco calificó este gozoso intercambio anual de delegaciones entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla para las fiestas de sus respectivos patronos como «un signo de la comunión real, aunque todavía no plena, que ya nos une». La Delegación estuvo encabezada este año por el Metropolitano Emmanuel de Calcedonia, a quien acompañaron el Metropolitano Griego Ortodoxo de Buenos Aires, Iosif, y el Diácono Barnabas Grigoriadis.

El Papa abrió su discurso dando la bienvenida a la Delegación y echando por delante que estaba «muy agradecido a Su Santidad Bartolomé y al Santo Sínodo por haber querido enviaros entre nosotros, y os agradezco vuestra grata visita». Adentrado en lo fundamental, aclaró seguidamente que la celebración discurría este año «mientras el mundo sigue luchando por salir de la dramática crisis provocada por la pandemia». Una vez aquí, como quien se sabe al dedillo el cúmulo de lecciones que del argumento pandemia salen, se detuvo a desgranar algunas:

1.- «Esta plaga ha sido una prueba que ha afectado a todos y a todo».

2.- «Más grave que esta crisis es sólo la posibilidad de desperdiciarla, sin aprender la lección que nos da». ¿Y qué lección es esa?

3.- «Una lección de humildad, que nos enseña la imposibilidad de vivir sanos en un mundo enfermo y de seguir como antes sin darnos cuenta de lo que estaba mal». No era esto seguir un guion, sino decir la verdad, que, a veces, tanto duele.

4.- «Incluso ahora, el gran deseo de volver a la normalidad puede enmascarar la insensata pretensión de apoyarse de nuevo en falsas seguridades, en costumbres y proyectos que apuntan exclusivamente al beneficio y a la búsqueda de los propios intereses, sin ocuparse de las injusticias planetarias, del clamor de los pobres y de la precaria salud de nuestro planeta». Ideas, salta bien a la vista, de sus documentos Laudato Si’ y Fratelli tutti.

Pero Francisco no se limitó a lo dicho, como si la cosa fuera con la humanidad en general. Acto seguido, y puesto que tenía delante a los representantes de una parte cualificada (Patriarcado Ecuménico) de la Iglesia Ortodoxa, tomó la diagonal cristiana para emplazar el tema dentro de los parámetros concretos del cristianismo: «Y a nosotros los cristianos, ¿qué nos dice esto?», se preguntó para responder con su punto de vista sobre el reto de la crisis y la necesidad del discernimiento para afrontarla:

5.- «También nosotros estamos seriamente llamados a preguntarnos si queremos volver a hacer todo como antes, como si no hubiera pasado nada, o si queremos asumir el reto de esta crisis». Había que afinar en el análisis, pues, para impedir deslices, y el mejor modo de hacerlo era echar mano de la Palabra de Dios.

6.- «La crisis, como revela el significado original de la palabra, implica un juicio, una separación entre lo que es bueno y lo que es malo. El término, de hecho, designaba antiguamente la acción de los agricultores que separaban el grano bueno de la paja para tirarla (esto san Agustín lo bordó en su disputa con los donatistas). La crisis nos pide, pues, que hagamos una selección, que discernamos, que nos detengamos y examinemos qué, de todo lo que hacemos, permanece y qué pasa».

El Papa durante el discurso

Aplicado esto último al campo ecuménico, se advierte la necesidad del discernimiento. Porque hay muchas cosas del ecumenismo que ya no son como fueron, y las habrá también con desusada exigencia de las que todavía desconocemos hasta qué punto deberemos implicarnos para que la gracia del Señor llene el horizonte que los signos de los tiempos demandan. Francisco entonces, como digo, se ciñó a la Sagrada Escritura para esclarecer el panorama en sus justos términos, que tampoco es que sean fáciles de comprender:

7.- «Creemos, como enseña el apóstol Pablo, que es el amor el que permanece para siempre, porque, mientras todo pasa, “la caridad no acaba nunca” (1 Co 13,8)». Ciertamente, no se trata de un amor romántico, centrado en uno mismo, en los propios sentimientos, deseos y emociones; se trata de un amor concreto, vivido a la manera de Jesús. Es el amor de la semilla que da vida al morir en la tierra, que da fruto al romperse. Es el amor que «no busca su propio interés», que «todo lo excusa, todo lo espera, todo lo soporta» (vv. 5,7). En otras palabras, el Evangelio asegura frutos abundantes no a los que acumulan para sí mismos, no a los que buscan su propio beneficio, sino a los que comparten abiertamente con los demás, sembrando con abundancia y gratuitamente, con humilde espíritu de servicio». Fuera, pues, la inhibición y el egoísmo, y vía libre al compartir, es decir, eso tan propio del espíritu de servicio.

Es de sobra sabido que en el ecumenismo se dan cita términos relevantes que es necesario recordar: amor, fraternidad, sinodalidad, humildad, apertura de miras, espíritu de servicio, soportar, esperar, compartir, etc., etc. Con su perra temática y dale que te pego a lo de la crisis, Francisco extrajo esta consecuencia lógica de lo anterior: «Tomar en serio la crisis que estamos atravesando significa, por tanto, para nosotros, cristianos en camino hacia la plena comunión, preguntarnos cómo queremos proceder».

Eso en el camino de la comunión es tanto, quiérase o no, como descender hasta las mayores honduras de la causa ecuménica. Y él, Francisco, echó aquí mano de los dos caminos que suelen darse en la encrucijada de toda crisis, a saber:

8.- «El del repliegue sobre uno mismo, en la búsqueda de la propia seguridad y de las propias oportunidades, o el de la apertura a los demás, con los riesgos que ello conlleva, pero sobre todo con los frutos de gracia que Dios garantiza».

Francisco entonces, con la Delegación allí presente, apostó de lleno por un nuevo impulso al ecumenismo, por inaugurar una nueva fase en las relaciones ortodoxo-católicas caracterizada sobre todo en caminar más juntos, dóciles al amor, o sea al Espíritu Santo, que es el amor creador de Dios y armoniza la diversidad. El fragmento papal con este mensaje no tiene desperdicio:

9.- «Queridos hermanos y hermanas, ¿no ha llegado el momento, con la ayuda del Espíritu, de dar un nuevo impulso a nuestro camino para romper viejos prejuicios y superar definitivamente las rivalidades dañinas? Sin ignorar las diferencias que se han de superar a través del diálogo, en la caridad y en la verdad, ¿no podríamos inaugurar una nueva fase de las relaciones entre nuestras Iglesias, caracterizada por caminar más juntos, por querer dar verdaderos pasos adelante, por sentirnos verdaderamente corresponsables unos de otros? Si somos dóciles al amor, el Espíritu Santo, que es el amor creador de Dios y armoniza la diversidad, abrirá el camino para una fraternidad renovada». El remate al discurso, desde el punto de vista teológico, llegó luego:

10.- «El testimonio de la comunión creciente entre nosotros, los cristianos, será también un signo de esperanza para muchos hombres y mujeres, que se sentirán animados a promover una fraternidad más universal y una reconciliación capaz de corregir los errores del pasado. Esta es la única manera de abrir un futuro de paz. Un hermoso signo profético será también la colaboración más estrecha entre ortodoxos y católicos en el diálogo con otras tradiciones religiosas, un ámbito en el que sé que usted, querido Eminencia Emmanuel, está muy involucrado».

Francisco, pues, abogó por promover una fraternidad más universal y una reconciliación capaz de corregir los errores del pasado, viendo en la colaboración más estrecha entre ortodoxos y católicos en el diálogo con otras tradiciones religiosas un signo profético.

De ahí el cortés inciso hacia su huésped: «un ámbito en el que sé que usted, querido Eminencia Emmanuel, está muy involucrado». Y por eso también el fino detalle de su entrañable cercanía con el patriarca Bartolomé: «Os pido amablemente que transmitáis a Su Santidad Bartolomé, a quien siento como mi verdadero Hermano, mi afectuoso y respetuoso saludo, y que le digáis que lo espero con alegría aquí en Roma el próximo mes de octubre, ocasión para dar gracias a Dios en el treinta aniversario de su elección».

El epílogo al discurso lo pusieron san Pedro, san Pablo y san Andrés. Y el habitual ruego de Francisco a todos los públicos de que rueguen por él. «Por la intercesión de los santos Pedro y Pablo, los corifeos de los apóstoles, y de san Andrés, el primero de los llamados, que Dios todopoderoso y misericordioso nos bendiga y nos atraiga cada vez más a su unidad. Y vosotros, queridos, reservadme, por favor, un espacio en vuestras oraciones. Gracias»

Intercambio de regalos

Pieza maestra, en suma, este discurso del papa Francisco. Refleja al mejor ecumenismo de un sucesor de Pedro hablando en su fiesta patronal de cuanto exige, en la práctica del munus petrino, la santa causa de la unidad.

Ecumenismo valiente, el suyo, dado que no sólo contempla lo que va quedándose obsoleto en el ecumenismo de pasadas épocas, sino que aspira sobre todo a lo que se ha de hacer para promover una fraternidad más universal y una reconciliación capaz de corregir los errores del pasado. 

Un ecumenismo, en definitiva, abierto a un futuro de paz, y a que ortodoxos y católicos caminen más juntos, quieran dar verdaderos pasos adelante, y se sientan verdaderamente corresponsables unos de otros. ¡Bien por Francisco!

NB: Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 28 de junio de 2021. (Cf. Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana).

Volver arriba