Glosas de Karlsruhe

Los interlocutores ucranianos pidieron a la delegación encabezada por Sauca lo que cabía esperar en semejante circunstancia, algo que tiempo atrás ya habían pedido algunas Iglesias del CMI: no ver a los ruso-ortodoxos en Karlsruhe ni en pintura. Sauca hizo gala de saber encajar el golpe y dialogar serenamente advirtiéndoles de que el CMI hacía tiempo que había hecho su apuesta por el diálogo y no por la confrontación.  

«No debemos permitir nunca que la religión, cuyo objetivo es fortalecer, alentar y edificar a las personas, se convierta en un medio para humillar a los demás, en una herramienta de odio y violencia» (Steinmeier, presidente de Alemania).  

«Me gustaría aprovechar esta oportunidad para dar una calurosa bienvenida especialmente a las delegaciones de las Iglesias de Ucrania, y espero que puedan transmitir la fuerza y el apoyo de esta Asamblea a las Iglesias y congregaciones de su país, que están padeciendo esta situación» (Steinmeier).  

«El diálogo no es un fin en sí mismo. El diálogo debe sacar a la luz lo que está ocurriendo. El diálogo debe llamar la atención sobre la injusticia, debe identificar a las víctimas y los perpetradores, y a sus secuaces. Sin embargo, el diálogo que no va más allá de deseos piadosos y vagas generalizaciones puede, en el peor de los casos, convertirse en una plataforma para la vindicación y la propaganda» (Steinmeier).  

«La paloma puede y debe ser también un símbolo de la esperanza. Si hacemos lo que está en nuestras manos –en verdad, ¡es lo que tenemos que hacer!– entonces la tierra resurgirá: nuestra tierra común, la Tierra habitable en la que todos podemos vivir con justicia» (Steinmeier).

El Prof. Dr. Sauca se dirige a la Asamblea del CMI.

Va para dos meses que el Consejo Mundial de Iglesias celebró la XI Asamblea generalen el Centro de Congresos de Karlsruhe (2-8.9.2022). Analistas de los medios sobre todo empiezan a comunicar sus impresiones. Algunos, como quien suelta lastre para que la navecilla del artículo bogue ágil. Los más auspiciadores, en cambio, diciendo que les va. Tampoco faltan, en fin, quienes concluyen que el tema les trae sin cuidado.

La verdad es que lo de Karlsruhe, a pesar del esfuerzo para que todo saliese bien, pasó punto menos que desapercibido, al menos en España. Entre las causas punteras de meter al evento palos en la rueda, llegó madrugadora y confinante la pandemia del Covid-19, que obligó a posponer un año su apertura. Y menos mal que Alemania se tomó la molestia de facilitar las cosas garantizando al CMI que al año siguiente aguardaría el mismo escenario con sus instalaciones a punto.

Por esas ironías del destino, irrumpió luego destructiva la guerra de Rusia en Ucrania con marchamo de invasión relámpago al principio para irse convirtiendo pronto, contra todo pronóstico, en conflicto que, gracias al megalómano del Kremlin y a su eclesiástico asesor el Patriarca de la metafísica, no lleva camino de terminar. Y ya veremos cómo acaban las euforias imperialistas de Moscú. Que una guerra se sabe -cuando se sabe- cómo empieza, mas nunca cómo acaba.

De modo que no se nos ocurra dar al olvido el reguero de pólvora, sangre, muertes, fosas comunes, destrucción, sobresaltos, éxodo, dolor y lágrimas de esta devastadora guerra en curso. Uno, modestamente y aun a riesgo de caer en el tópico, avisó tiempo atrás de la complejísima conjura de Rusia contra toda Europa, no al revés como ahora mismo nos quieren hacer creer los salvapatrias rusos desde los dorados pasillos del Kremlin.

Precisamente al hilo del monumental resbalón de la Ortodoxia rusa metiéndose de motu proprio en la ciénaga del conflicto, conviene recordar la posterior avalancha de dificultades a las que han tenido que hacer frente los organizadores de Karlsruhe.

El 17 de junio de 2022, por ejemplo, el Rev. Prof. Dr. Jerry Pillay fue elegido nuevo secretario general del CMI. Decano de la Facultad de Teología y Religión, en la Universidad de Pretoria, miembro de la Iglesia Presbiteriana Unida en África Austral y procedente de Sudáfrica, se da la extraña circunstancia, sin embargo, de que Pillay no tomará posesión del cargo hasta primeros del 2023, con lo que su presencia en Karlsruhe hubo de limitarse a ser el invitado de piedra: o sea, a poco más que conocer caras y si te he visto no me acuerdo. El peso de Karlsruhe, siendo así, siguió recayendo en las espaldas del Prof. Sauca.

Coordinada, pues, por el secretario general interino, llegó a Kiev una delegación del CMI para impulsar el envío de observadores a la XI Asamblea. Actuaban con la ventaja de suponer que Sauca, miembro de la Iglesia ortodoxa rumana, sería ideal para mediar entre las ortodoxias rusa y ucraniana.

Pronto, no obstante, comprendieron Sauca y su séquito yendo a Kiev en pleno despliegue bélico que no dejaban de correr un riesgo serio no sólo de que las bombas les cayeran encima, sino de que su mensaje no fuera entendido. Hubo quien interpretó aquello como ir a mentar la soga en casa del ahorcado.

Los interlocutores ucranianos pidieron a la delegación encabezada por Sauca lo que cabía esperar en semejante circunstancia, algo que tiempo atrás ya habían pedido algunas Iglesias del CMI: no ver a los ruso-ortodoxos en Karlsruhe ni en pintura. Sauca hizo gala de saber encajar el golpe y dialogar serenamente advirtiéndoles de que el CMI hacía tiempo que había hecho su apuesta por el diálogo y no por la confrontación.

Lo que los ucranianos podían y debían hacer, en consecuencia, pasaba por el envío de una delegación bien numerosa que se hiciera oír en Karlsruhe. Era como ofrecerles una plataforma ideal, formidable, única, para llegar a los representantes de 352 Iglesias en todo el mundo, los cuales podrían así explicar a sus respectivos países -¡580 millones!- lo que de veras pasaba en Ucrania.

Los ucranianos se avinieron a la propuesta y estuvieron en Karlsruhe. También acudió la Iglesia ortodoxa rusa, facilitando con ello a la prensa la oportunidad de llamativos titulares como Las Iglesias ortodoxas ucranianas y rusa, cara a cara en el Consejo Mundial de Iglesias. No era un western del Lejano Oeste, desde luego, pero tampoco exhorto a la concordia.

El presidente alemán, Steinmeier, durante su discurso

El presidente de Alemania, socialdemócrata (del SPD) Frank-Walter Steinmeier (miembro de la Iglesia Reformada), pronunció el discurso principal de apertura. No tomó la palabra en nombre de Iglesia alguna en concreto, ni siquiera la suya, sino como presidente de Alemania.

Algunos analistas se han limitado únicamente a lo que dijo en la Asamblea sobre los rusos, pero lo cierto es que su discurso es de más calado. Tras el cordial saludo de cortesía, puntualizó a continuación el excelente comportamiento del CMI con las Iglesias de Alemania en la primera Asamblea de Ámsterdam en 1948, cuando Alemania había salido tres años antes de la paranoia y horror con el III Reich:

«Señoras y señores: Es la primera vez que el CMI se reúne en Alemania. Les agradecemos que hayan aceptado la invitación de venir aquí y esperamos ser buenos anfitriones. Este evento ha sido concebido como una celebración de la fe, de la interacción y del intercambio. No es habitual que recibamos a invitados de contextos tan diversos pero que, sin embargo, están conectados por un profundo sentimiento de unidad. ¡Bienvenidos!

Aquí, en Alemania, recordamos con agradecimiento que a las Iglesias alemanas se les permitiera asistir a la primera Asamblea, que se celebró en Ámsterdam en 1948, y que fueran recibidas como miembros en pie de igualdad. No era algo que pudiera darse por sentado tras el horror que el Reich alemán desató en el mundo, después de la guerra y de la persecución y el asesinato sistemáticos de los judíos de Europa; después de todos estos crímenes incalificables.

El hecho de que el CMI aceptara a las Iglesias alemanas como miembros poco después de la Segunda Guerra Mundial, incluso antes de la creación de la República Federal de Alemania y de la República Democrática Alemana, no significa que cerrase los ojos ante la culpa, pero su aceptación contribuyó a allanar el camino para un nuevo comienzo. Hasta el día de hoy, estamos agradecidos por ello».

Steinmeier se ocupó acto seguido de comentar el logotipo de la Asamblea, formado por cuatro símbolos: el círculo, el camino, la cruz y la paloma. Un comentario el suyo, por cierto, medido, bien ajustado, excelente, magnífico. Se nota que llevaba el discurso bien orquestado. Probablemente se había dejado antes asesorar. Y lo digo porque su comentario está bien acordado a la Biblia y a la eclosión de Pentecostés, lo que le permitió, a propósito del camino, por ejemplo -camino equivocado en este caso- condenar el antisemitismo:

«La seguridad de la comunidad judía, en Alemania, en Israel y en las naciones del mundo, debe ser uno de los principios de todas las religiones. No debemos permitir nunca que la religión, cuyo objetivo es fortalecer, alentar y edificar a las personas, se convierta en un medio para humillar a los demás, en una herramienta de odio y violencia». Steinmeier terminaba de poner así en suertes el argumento de la Iglesia ortodoxa rusa y la guerra en Ucrania, que tanto se ha reproducido en los medios sin tener en cuenta lo anterior, es decir, punto menos que descontextualizando el argumento:

«Los dirigentes de la Iglesia ortodoxa rusa están llevando actualmente a sus miembros y a toda su Iglesia por un camino peligroso y ciertamente blasfemo que va en contra de todas sus creencias. Están justificando una guerra ofensiva contra Ucrania, contra sus propios hermanos y hermanas en la fe. Tenemos que pronunciarnos también aquí, en esta sala, en esta Asamblea, contra esta propaganda que atenta contra la libertad y los derechos de los ciudadanos de otro país; este nacionalismo que sostiene arbitrariamente que los sueños imperiales de hegemonía de una dictadura son la voluntad de Dios. ¡Cuántas mujeres, hombres y niños se han convertido en víctimas de este odio, de esta incitación al odio y de esta violencia criminal también en Ucrania!

Bombardeos y ataques selectivos contra edificios civiles, contra bloques de apartamentos, contra hospitales, contra centros comerciales, contra estaciones y espacios públicos, crímenes de guerra que tienen lugar ante los ojos de todo el mundo: no podemos permanecer en silencio sobre esta cuestión aquí y ahora. Debemos llamarla por su nombre; es más, debemos denunciarla y, por último, pero no menos importante, como comunidad cristiana, debemos expresar nuestro compromiso con la dignidad, la libertad y la seguridad del pueblo de Ucrania.

Me gustaría aprovechar esta oportunidad para dar una calurosa bienvenida especialmente a las delegaciones de las Iglesias de Ucrania, y espero que puedan transmitir la fuerza y el apoyo de esta Asamblea a las Iglesias y congregaciones de su país, que están padeciendo esta situación.

Hoy también hay aquí representantes de la Iglesia ortodoxa rusa. No deberíamos dar por descontado el hecho de que estén aquí en estas circunstancias. Espero que la Asamblea no les evite la verdad sobre esta brutal guerra y las críticas al papel de los dirigentes de su Iglesia. Sí, los cristianos estamos llamados constantemente a construir puentes. Esa es y sigue siendo una de nuestras tareas más importantes».

El presidente alemán Steinmeier, una vez aquí, no se anduvo con zarandajas y otras vainas: bajó de lleno a los matices más vivos de tender puentes y de qué signifique dialogar. He aquí sus palabras: «Construir puentes requiere buena voluntad a ambos lados del río; no se puede construir un puente si desde una orilla derriban los pilares que lo sostienen. En vísperas de la Asamblea, se expresó la opinión de que al menos se debería posibilitar el diálogo [en clara alusión a los que se llegaron con Sauca hasta Ucrania…]. De acuerdo, pero el diálogo no es un fin en sí mismo.

El diálogo debe sacar a la luz lo que está ocurriendo. El diálogo debe llamar la atención sobre la injusticia, debe identificar a las víctimas y los perpetradores, y a sus secuaces. Sin embargo, el diálogo que no va más allá de deseos piadosos y vagas generalizaciones puede, en el peor de los casos, convertirse en una plataforma para la vindicación y la propaganda. ¿Qué tipo de diálogo entablaremos aquí? Esa es la decisión que debe tomar esta Asamblea, y la posición de Alemania –y hablo aquí también en nombre del Gobierno federal– está clara.

Hoy quiero igualmente recordarles que cientos de sacerdotes ortodoxos rusos han participado en la resistencia pública y se han posicionado en contra de la guerra a pesar de las amenazas del régimen de Putin. Quiero dirigirme ahora a estas valientes personas, cuyo ejemplo nos recuerda la responsabilidad de las religiones en materia de paz: aunque no puedan asistir a esta Asamblea y hablar con nosotros hoy, ¡nos llega su mensaje! Que sus voces encuentren también eco en esta Asamblea.

Los dirigentes de la Iglesia ortodoxa rusa se han alineado con los crímenes de la guerra contra Ucrania. Esta ideología totalitaria, disfrazada de teología, ha llevado a la destrucción parcial o total de muchos lugares religiosos en territorio ucraniano: iglesias, mezquitas, sinagogas, edificios educativos y administrativos pertenecientes a comunidades religiosas. Ningún cristiano que aún esté en posesión de su fe, su discernimiento y sus sentidos será capaz de ver la voluntad de Dios en estos actos, pues todos ellos contradicen en esencia el tercer símbolo del logotipo de la Asamblea: la cruz».

A continuación, el presidente de Alemania trazó este precioso comentario sobre el símbolo de la cruz: «La cruz es el símbolo del compromiso del inocente varón de dolores –el cual fue condenado injustamente y murió en ella– que une a todos los cristianos. No puede ser nunca un signo laico de dominación, aunque con frecuencia ha sido explotado como tal a lo largo de la historia.

La cruz sigue siendo el signo fundamental de la identidad cristiana en toda la comunidad cristiana. Representa la compasión y la misericordia, dando prioridad a los pobres, a quienes sufren, a los necesitados. Si bien la compasión no debería adoptar solo la forma de la caridad, puede y debe también tener consecuencias políticas, puede y debe demostrar su utilidad en la lucha por la justicia, en el compromiso de dar voz a los marginados, sean personas individuales o grupos enteros.

Quienes oran para ellos “el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” en el Padrenuestro también tienen la obligación y el derecho de trabajar o luchar para garantizar que todas las personas tienen suficiente para comer y una manera humana de ganarse la vida. Nuestros hermanos y hermanas católicos aquí en Alemania una vez dijeron que el Reino de Dios no es indiferente a los precios del comercio mundial».

El presidente Steinmeier dijo ser consciente de tantas Iglesias diferentes reunidas en Karlsruhe con prioridades muy diversas sobre cuestiones sociales y ecológicas; Iglesias ricas, pobres, minoritarias, condicionadas por la cultura de sus países y por conflictos y guerras civiles. Hizo un repaso general y ecuánime a los problemas eclesiales en la actualidad, sin olvidar los abusos sexuales la confiscación de tierras y las estructuras de tipo mafioso, cuyas consecuencias son a menudo la trata de niños, la prostitución forzada y la esclavitud.

«Sabemos -prosiguió indeclinable y realista- que la injusticia prolongada es, por sí misma, una forma de violencia, y que engendra de forma constante y reiterada nueva violencia, terrorismo y guerra. Solo la justicia –justicia ecológica, económica y política– puede conducir a la paz. “El efecto de la justicia será paz”: este viejo mensaje del profeta Isaías sigue vigente y debe guiar nuestros actos».

Lejos de abandonarse a un sombrío y pesimista recuento de datos, concluyó su discurso acudiendo al cuarto signo del logotipo: «La paloma puede y debe ser también un símbolo de la esperanza. Si hacemos lo que está en nuestras manos –en verdad, ¡es lo que tenemos que hacer!– entonces la tierra resurgirá: nuestra tierra común, la Tierra habitable en la que todos podemos vivir con justicia.

Hermanos y hermanas, puedo llamarlos así esta tarde aquí en Karlsruhe como cristiano que soy entre cristianos. Les deseo a todos ustedes que la XI Asamblea del CMI sea fructífera y exitosa, y que se caracterice por el intercambio, pero también por la oración; por el diálogo, pero también por la claridad y la resolución; por el análisis sagaz, pero también por la voluntad de actuar; por la visión de lo que hay que hacer, pero también por la esperanza. Les deseo todo lo mejor, y que Dios los bendiga» [*WCC translation - Vollversammlung des Ökumenischen Kirchenrates (Bundespräsidialamt)].

Delegación de la Iglesia ortodoxa rusa en Karlsruhe

Por supuesto que la protesta de la delegación rusa no se hizo esperar en forma de comunicado duro y descalificador: «El discurso del señor Steinmeier es un ejemplo de la brutal presión ejercida por un alto representante del poder estatal sobre la organización ecuménica más antigua. Es una injerencia en los asuntos internos del CMI, un intento de cuestionar la naturaleza pacificadora y políticamente neutral de su trabajo» [“Response of the Russians to the speech of the German President”, en Orthodox Times, 1.9.2022Cf. “Report of the Acting General Secretary”, 31.8.2022].

La protesta es, en gran medida, lo que justamente viene haciendo la Iglesia ortodoxa rusa: una intolerable injerencia en los asuntos internos de más de una Iglesia ortodoxa autocéfala. Así que se podían haber ahorrado semejante comunicado.

Al metropolita Anthony de Volokolamsk, por otra parte, presidiendo la delegación rusa en Karlsruhe, no se le ocultaba qué cabía esperar del oligarca eclesiástico Kirill [y de Putin, naturalmente] si volvía con su séquito a Rusia sin haber abierto la boca. Le bastaba recordar a su predecesor Hilarión, de quien nada se ha vuelto a saber desde que fue escabechado por el Patriarca. Cuesta admitir que Anthony de Volokolamsk iguale a Hilarión en hoja de servicios al Patriarcado ruso. Si el papa Francisco disgustó a Kirill con lo de monaguillo de Putin, ya se puede colegir qué pasaría si a ello se le añadiese Anthony, monaguillo de Kirill.  

El comité central del CMI eligió en Karlsruhe la nueva directiva: al obispo Dr. Heinrich Bedford-Strohm  de la Iglesia Evangélica Luterana de Baviera como su nuevo moderador, y también a dos vicemoderadores, el Rev. Merlyn Hyde Tiley, de la Unión Bautista de Jamaica; y a S.E. el arzobispo Dr. Vicken Aykazian, de la Iglesia Apostólica Armenia. El 6 de septiembre, la XI Asamblea del CMI eligió a su Comité Central compuesto por 150 miembros, principal órgano en la toma de decisiones del CMI entre asambleas. Y el 8 de septiembre, el Comité Central eligió también al Comité Ejecutivo, entre cuyos miembros hay 48% mujeres y 52% hombres, 80% ordenados y 20% laicos, 8% indígenas, 4% personas con discapacidad y 12% jóvenes.

El Dr. Jerry Pillay, nuevo secretario general del CMI

Estas elecciones ponen rostro a todos los que deberán llevar, junto al secretario general Dr. Pillay, la nave del CMI hasta la próxima Asamblea general dentro de ocho años, Deo volente y si algún Covid extemporáneo y otros amargos desmanes de la guerra no lo impiden.

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