Hospitalidad y no hostilidad

Abrahán y los Tres Ángeles

Esta página del Evangelio es especialmente adecuada para destacar el valor de la hospitalidad: las hermanas Marta y María hospedan  a Jesús (Lc 10,38-42), como antes, en la primera lectura lo ha hecho el hospitalario Abrahán con la Trinidad adorable junto a la Encina de Mambré (Gén 18,1-10ª).

Ceñidos de lleno a la escena de Betania, sale a la superficie que la persona humana debe trabajar, sí; empeñarse en las ocupaciones domésticas y profesionales, también (eso hace Marta), pero, ante todo, tiene necesidad de Dios, luz interior de amor y de verdad (lo que hace María a los pies del Señor).

La respuesta de Jesús a Marta viene a poner de relieve que, sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a un activismo estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo? Aprendamos, pues, a ser los unos ayuda de los otros, a colaborar, pero antes aún a elegir juntos la parte mejor, que es y siempre será nuestro mayor bien.

En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de algún modo por las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse. La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe. A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, o sea el «servicio de la Palabra».

Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana (Benedicto XVI, 2013).

El Evangelio de hoy nos advierte que existe algo, único, a lo que debemos tender mientras trabajamos envueltos en las preocupaciones de este mundo. Tendemos porque somos aún caminantes que no hemos llegado al descanso; porque nos hallamos todavía en el camino, no en la patria; tendemos con el deseo, no con el gozo. Con todo, tendamos y hagámoslo sin cesar y sin pereza para que podamos llegar algún día.

Marta y María sirvieron al Señor en unidad de corazón cuando vivía en la carne en este mundo. Marta le recibió en su casa como suele recibirse a los peregrinos. La sierva recibe al Señor, la enferma al Salvador, la criatura al Creador. Lo recibió para alimentarlo en la carne, ella que iba a ser alimentada en el espíritu. Quiso el Señor tomar la forma de siervo y en ella ser alimentado por los siervos, mas no por necesidad, sino porque así se dignó. Dignación suya fue el dejarse alimentar por los hombres.

Tenía carne en la que sentía hambre y sed; pero ¿ignoráis que en el desierto, cuando tuvo hambre, le alimentaron los ángeles? Luego el querer ser alimentado fue gracia que otorgó al que lo alimentaba. Así, pues, fue recibido como huésped el Señor que, viniendo a su casa, los suyos no lo recibieron, pero a cuantos lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y haciéndolos coherederos.

Marta sirviendo y María escuchando a Jesús en Betania

Marta, preparando y aderezando el alimento para el Señor, se afanaba en infinidad de quehaceres; María, su hermana, prefirió ser alimentada por el Señor. Aquélla se agitaba, ésta se alimentaba; aquélla disponía muchas cosas, ésta atendía sólo a una. Ambas ocupaciones eran buenas; pero ¿cuál era la mejor?

La respuesta nos llega del propio Jesús, para quien no suponía esfuerzo preparar palabras, puesto que era la Palabra. Y ¿qué dijo? Marta, Marta. Tú estás afanada en muchas cosas, y sólo una es necesaria; sólo una. Esta única obra necesaria es la que eligió María.

Pensemos con san Agustín en la unidad y advirtamos que, si nos agrada una multitud, es por la unidad que existe en ella. «Si hay unidad, hay pueblo; sin ella, una turbamulta. Pues ¿qué es una turbamulta sino una multitud turbada? Escuchad al Apóstol: Os ruego, hermanos—lo dice a una multitud que deseaba ver convertida en unidad—, que digáis todos lo mismo y que no haya entre vosotros cismas, sino que estéis perfectamente unidos en el mismo pensamiento y en el mismo parecer (1Co 1,10).

Y en otro lugar: Sed unánimes, tened un mismo sentimiento; nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria (Flp 2,2.3). Y el Señor que ruega al Padre por los suyos: para que todos sean uno como nosotros somos uno. Lo mismo se lee en los Hechos de los Apóstoles: La multitud de los que habían creído tenían un solo corazón y un alma sola (Hch 4,32).

Por tanto, engrandeced al Señor conmigo y ensalcemos su nombre todos juntos. Una sola cosa es necesaria: aquella unidad celeste, la unidad por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola cosa. Ved cómo se nos recomienda la unidad. Es cierto que nuestro Dios es una Trinidad. El Padre no es el Hijo, y el Hijo no es el Padre, y el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu de ambos. Y con todo, estas tres personas no son tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente.

Buena cosa es servir a los pobres y, sobre todo, a los santos de Dios, como obsequio de piedad. Hubo quienes sin saberlo, dando acogida a quienes desconocían, acogieron a ángeles (cf. Teofanía de Mambré). Cosa buena es ésta, pero mejor lo que María escogió. Por necesidad aquello arrastra consigo preocupación; esto, dulzura que proviene del amor.

Cuando el hombre sirve, quiere estar a todo, y a veces no puede: busca lo que le falta, prepara lo que tiene, y el alma se llena de preocupaciones. Si Marta se hubiera bastado para este servicio, no hubiera pedido la ayuda de su hermana. Muchos y diversos son estos servicios en cuanto temporales y carnales. Y aunque son cosa buena, son transitorios.

Marta busca una recompensa, el descanso, a su trabajo. Ahora está ocupada en multitud de quehaceres, preocupada por alimentar cuerpos mortales, aunque sean de santos. ¿Acaso cuando llegue a la patria hallará peregrinos a quienes hospedar, hambrientos a quienes ofrecer pan, sedientos a quienes apagar la sed, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en paz o muertos a quienes sepultar? Nada de esto habrá allí. ¿Qué habrá, pues? Lo que María eligió.

Allí, en efecto, en lugar de alimentar, seremos alimentados. Allí se hallará la plenitud y perfección de lo que aquí eligió María, migajas solamente de la opulenta mesa de la palabra del Señor. El mismo Señor dice a sus siervos lo que allí habrá: Los sentará a su mesa, pasará y se pondrá a servirles. ¿Qué significa sentarse, sino estar libre de cuidados? ¿Qué significará, sino descansar?

De idéntica manera habla el evangelista a propósito de la Pascua celebrada con sus discípulos. ¿Qué dice el Evangelio? Habiendo llegado a Jesús la hora de pasar de este mundo al Padre. Luego pasó para alimentar; sigámosle para que nos alimente (Sermón 103, 1-6).

La escucha de la Palabra es siempre oración

No parece sino que el Señor quiera mostrarnos dos dimensiones que forman parte de la vida de toda persona —independientemente de su tipo de vida— y nos enseñe cuál debe ser el fundamento sobre el que construir la existencia para que no nos desconectemos ni des-centremos ni caigamos en la agitación y en la ansiedad del hacer por el hacer.

Es decir, para superar en última instancia toda forma de activismo y darle a nuestra relación con Él la centralidad que debe tener.

El sentido común, por lo demás, nos lleva a preguntarnos: La escucha de la Palabra, la oración, ¿no es una acción? Ciertamente lo es, y por tanto puede también ser víctima de los efectos del hacer agitado, nervioso y desconcentrado, convirtiéndose en una cáscara sin consistencia.

Por otra parte, como dice San Agustín con una dosis de sano realismo, «¿Cómo podría Jesús dirigir un reproche a Marta, contenta por recibir a tan excelente huésped? Si eso fuera un reproche, no habría nadie para cuidar de los necesitados. Todos escogerían la mejor parte para decir: «empleemos todo nuestro tiempo en escuchar la palabra de Dios». Pero si esto ocurriera, no habría nadie para atender al forastero en la ciudad, al necesitado de alimento o vestido, nadie para visitar los enfermos, nadie para liberar a los cautivos, nadie para enterrar a los muertos» (Sermón 104,2).

Reparemos en la Virgen María: ¿No nos dice el Evangelio que el mismo Jesús la alaba y la llama bienaventurada porque escucha la Palabra de Dios y la pone por obra? ¿No es María la mujer de la unidad? Aquella que sale presurosa a atender a su prima Isabel es la misma que sabía meditar y considerar las cosas en su corazón; la Virgen orante de Pentecostés es la misma mujer atenta a las necesidades de los novios en Caná. Y no podría ser de otra manera pues María es la Luna bella que refleja la luz esplendorosa de Jesús, el Sol de Justicia, quien «nos ha dado perfecto ejemplo de cómo se pueden unir la comunión con el Padre y una vida intensamente activa» (San Juan Pablo II). 

Con su estribillo -Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? (Sal 14)- el salmista se adentra de nuevo en la hospitalidad para unirse al patriarca Abrahán y a las hermanas Marta y María en lo fundamental de la vida y del Evangelio, que es la caridad hecha hospitalidad. Y aquí es donde, me parece a mí, los signos de los tiempos nos interpelan a grito pelado en la sociedad de hoy con el fenómeno de la inmigración. Quizás sea, en el fondo, a donde nos dirige la segunda lectura de hoy con san Pablo escribiendo a los Colosenses: El Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos (Col 1,24-28:27).

Barcos de emigrantes a la deriva

Es triste observar de qué manera desenfadada y fría despacha la sociedad actual a los desheredados e impecunes: a los emigrantes, a los que huyen de sus tierras para encontrar la paz, y en vez de acogida se encuentran con hostilidad y rechazo.

Es penoso asistir al espectáculo de barcos de oenegés vagando por el mar y a la deriva porque nadie quiere darles hospedaje. ¿Dónde está la hospitalidad de este domingo…?

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